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Ava pasaba su vestido por la máquina de coser. Lo que antes era tan solo una prenda sosa, ahora se había convertido en un regalo único para Rachel. Se levantó y lo sostuvo en alto para verlo bien. Era simple pero bonito, se había contenido y no había utilizado ningún estampado estrafalario ni accesorios, lo cual era un desperdicio según ella. Aunque ahora que lo veía bien, el vestido no tenía mangas y no sabía si a Rachel le molestaría mostrar sus cicatrices. Además, era completamente negro, lo que seguramente le recordaría a los funerales. Lo lanzó a la cama con frustración, debía empezar de nuevo.
—¿En qué estaba pensando? —se preguntó en voz alta.
—¡Trasero gordo! —gritó Prudence, quien la observaba desde la ventana.
—Cállate, Baby.
No entendía por qué Bonnie le enseñaba ese tipo de cosas, pero últimamente ya nada la sorprendía. Parecía que ella había entrado en la pubertad o algo así, estaba demasiado sensible e irritable. Además, continuaba escapándose de la casa, y Ava ya no sabía qué más podía decirle para hacerla entrar en razón. Por supuesto, aquel día no había sido la excepción, ya que hacía nada menos que diez minutos que Maggie había salido a recogerla. "Tal vez debería pasar más tiempo con ella", pensó sintiéndose culpable. Se había esforzado en ser un buen modelo a seguir, quizá porque ella siempre había deseado tener una hermana mayor a quien pedirle consejos y robarle la ropa. Su mente recordó las tantas veces que las personas habían confundido a su propia madre por su hermana. Ava había nacido cuando ella tenía tan solo quince años, pero la corta edad de su progenitora nunca le había parecido motivo de vergüenza. Sin embargo, notaba incómoda a su madre cada vez que debía explicar su parentesco. La puerta de su habitación se abrió de manera brusca, asustándola. Era Agatha. Parecía estar algo desorientada.
—No puedo encontrar mis llaves —le dijo con el ceño fruncido.
Ava se acercó y le habló lentamente como si fuese una niña.
—Agatha... te encuentras en casa de Maggie, ¿recuerdas? No tienes llave de esta casa.
—¡Eso ya lo sé, niña boba! —exclamó la anciana, irritada—. ¡Estoy buscando las llaves de mi propia casa!
Aquello la sobresaltó. A veces le resultaba difícil distinguir cuando se encontraba normal, o cuando estaba confundida. Hasta que le contestaba de aquella manera, claro.
—¿Para qué las quieres?
Por la mirada que le lanzó, probablemente sería mejor no molestarla aún más.
—Maggie se las llevó —informó—. Ha ido a buscar a Bonnie.
Ella movió negativamente la cabeza.
—¿Se ha escapado otra vez? —preguntó suspirando—. Esa niña es tan terca.
—No me imagino a quién habrá salido... —murmuró sin que pudiese oírla.
La anciana se acercó a su perchero con el ceño fruncido.
—¿Qué clase de abominación es esta? —dijo tomando la máscara que había llevado al Milk.
—Es la máscara que me hiciste.
—¿Qué he hecho yo? —inquirió alzando su ceja, incrédula—. Claro que no. Yo no soy capaz de hacer tal aberración.
Lidiar con ella a veces podía ser agotador.
—Pues has hecho cuatro de esas aberraciones —indicó—. Una para cada una de nosotras.
Lanzó la máscara a la cama, todavía no muy convencida.
—¿Mis llaves? —volvió a insistir.
—Te he dicho que las tiene Maggie.
La muchacha suspiró.
—Esa mujer siempre me esconde todo... —murmuró de mal humor—. Me trata como si fuese una niña.
—Solo te está cuidando —estableció Ava—. Deberías ser más amable con ella.
—Siempre soy amable —se defendió, aunque sabía que aquello no era verdad.
Ella y Maggie siempre se habían llevado como perro y gato, así que nunca había entendido del todo su relación. Pero de alguna extraña manera parecía funcionar.
—Creo que diferimos en lo que la palabra amable significa.
La mujer la ignoró, tenía el ceño fruncido y parecía pensativa.
—¿Qué? —preguntó Ava.
—¿Has visto mis llaves...?


...

—Hola, Rachel, mi nombre es Isabella —se presentó la mujer de rodete castaño—. ¿Puedo pasar?
Ella era la persona a quien había estaba esperando, su psicóloga a partir de ese momento. Inmediatamente se dio cuenta que era una persona observadora y que hablaba con un tono relajado y suave. Cuando se sentaron a hablar aquella tarde, Rachel le confesó que no nunca había ido a terapia y por lo tanto no sabía realmente que es lo que debía decir o hacer.
—Puedes decir lo que tú quieras —le indicó con una agradable sonrisa—. Considéralo como un espacio seguro.
Al principio se mostró algo escéptica y desconfiada, pero prefirió comenzar a hablar de cualquier cosa antes que quedarse callada sintiéndose incómoda por una hora entera.
—Bueno... —comenzó a decir pasando el dedo por uno de los cortes de su brazo de manera inconsciente—. He estado teniendo estos sueños... "Pesadillas".
—Pesadillas.
Todas las noches se despertaba sudorosa y asustada. En algunos sueños Edgard la perseguía por el bosque, en otros, salía del closet. Había visto lobos, cadáveres y hasta había sido enterrada viva. Isabella la escuchaba con atención, escribiendo en un pequeño anotador de tanto en tanto.
—¿Y cómo te sientes cuando despiertas? —preguntó ella.
Lo pensó por unos segundos.
—Siento miedo, pero... también me siento impotente —manifestó.
La mujer asintió con la cabeza.
—"Impotencia" es una palabra realmente interesante —comenzó a decir mientras movía su pluma—. Significa que hay una falta de "poder" para realizar algo.
La joven la observó interesada.
—Y esta impotencia que tú sientes en estos sueños... ¿A qué piensas que se debe? —preguntó con ojos brillantes—. ¿Qué es lo que desearías poder hacer?
Se tomó un momento para pensarlo.
—Desearía poder defenderme.
Cuando dijo esa última palabra se le formó un nudo en la garganta. Isabella sonrió mostrando sus blancos dientes.
—¡Perfecto! —exclamó—. Y acabas de dar el primer paso para poder hacerlo.
No supo muy bien cuándo, pero de alguna manera comenzó a relajarse y a dejarse llevar.


...

Vynx se encontraba tocando el piano intensamente en aquella amplia y vacía sala, pero algo la perturbada. Golpeaba las teclas con fuerza mientras una dramática melodía hacía vibrar cada rincón. Estaba sola como era habitual, veía muy poco a su padre debido a su trabajo y su madrastra pasaba casi todo el tiempo en el hospital. Pero ella disfrutaba de la soledad, o por lo menos lo había hecho hasta que su cabeza volvía a traerle aquel insoportable sentimiento de duda. Se sentía como un fantasma cuyo asunto pendiente no había sido resuelto. Aquella sensación desagradable la hizo dejar de tocar. Ofuscada, subió hasta su habitación y comenzó a esparcir todas las traducciones de los diarios de Agatha sobre el suelo de madera. El desorden siempre la había perturbado, pero esta vez no se refería al desorden físico, insoportable en cierto modo hasta que cada cosa volviera estar ubicada en su lugar correspondiente. Sino que lo que la atormentaba en ese preciso momento, era el desorden de información. Comenzó a releerlos por si había omitido algún dato importante. Ella era minuciosa en todo lo que hacía, por lo que era algo improbable que hubiese pasado algo por alto. Improbable sí, aunque no imposible.
Leyó y releyó todo una y otra vez. Afortunadamente aquella noche Lynn no se encontraba para regañarla y decirle que su comportamiento estaba volviendo a ser obsesivo. Vynx había estado convencida de que Samuel sucumbiría, de una u otra manera, a la muerte ante de su onceavo cumpleaños. Todo apuntaba a ello. Pero entonces... ¿Por qué la maldición no se habría cumplido? Algo no encajaba, pero las pistas se hallaban allí, solo debía encontrarlas.

"Él debe reencarnar, pero para eso hay reglas. El Lobo no las ha cumplido y es por eso que se convertirá en cenizas".

Eso era lo que Leda le había dicho a Agatha. Todo giraba en torno a las reglas y ella amaba las reglas, le daban un sentido de orden al caos. Así que comenzó por lo que sabía. La Oscuridad podía reencarnar de dos maneras diferentes: la primera era usurpando cuerpos muertos, aunque esto era por un cierto periodo de tiempo y luego su cuerpo se iría consumiendo. Supuso que para que aquello fuese posible, el cadáver debía de llevar alguno de los collares, ya que ellos actuaban como un portal. Esa había sido la manera en que había usurpado el cuerpo de Henri. Por aquella época, la maldición que atormentaba a la familia de Rachel todavía continuaba.
—Mmm...
¿Entonces por qué se había roto tan súbitamente? La segunda manera en que la Oscuridad podría volver al mundo era cuando ambos Lobos reencarnasen al mismo tiempo. Rebuscó entre las imágenes del libro que Maddie les había enviado, el de la leyenda de La niña bañada por la Luna.
Sus ojos se movían veloces, algo estaba empezando tomar forma.

"La familia huyó y nunca más se supo más de ellos, aunque se dice que la sombra de la muerte, enviada por la Oscuridad, los siguió para siempre por haberla enviado de regreso a las profundidades".

Si la maldición se había roto, significaba realmente que ella no los seguiría por siempre, sino que tal vez se rompería el día en que ambos Lobos...
—Volviesen a caminar por nuestro mundo.
Sus ojos se abrieron como platos. ¡Ellos se encontraban aquí! Tuvo que sentarse por un segundo mientras respiraba agitadamente. Una sonrisa extraña, casi de locura, comenzó a formarse en su rostro. Toda su vida había sido monótona, plana y sin demasiadas emociones, pero en el fondo ella siempre había deseado más... Una aventura como la de los cientos de libros que leía, un misterio que solo sería revelado ante quien prestase atención a los detalles y sepa leer entre líneas. Este era ese momento que había estado esperando toda su vida. 

El Lobo está viniendoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora