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Su dedo se posó sobre el timbre, en el interior del lugar resonó una estruendosa melodía de campanas. Habían llegado a "La Casa de las Rosas", conocida así debido a las miles de rosas rojas que la rodeaban apropiándose de ella de una manera salvaje. La casa había visto mejores tiempos que aquellos, ya que se encontraba descuidada al punto de parecer abandonada. Estaba bastante alejada del resto y albergaba, en su extenso terreno, las grandes edificaciones del antiguo matadero, y que aún no habían comenzado a remodelar. Rachel se alegró por ello, mientras más tardasen en ponerlo en marcha, mucho mejor sería.
—Este lugar es bastante espeluznante —comentó Winona—. ¿Crees que le guste?
Se refería a la planta que traía entre sus manos, un pequeño detalle para la madre de Eddie. Antes de que pudiera responder, una mujer canosa y con un largo vestido negro apareció detrás de la puerta.
—Hola, ¿se encuentra Edgard en casa? —preguntó Rachel.
Ella se quedó mirándola extrañada, probablemente por el color de sus ojos. Abrió la boca, pero antes de que pudiera decir algo, Eddie apareció.
—Está bien, Helenka, es para mí.
Su rostro parecía haberse curado casi por completo. La mujer hizo un movimiento de cabeza y se alejó rápidamente sin decir una palabra.
—Has venido con Winona... —indicó con una sonrisa algo forzada.
—Hola —saludó ella acomodándose los lentes tímidamente.
Tal vez aquello de aparecer con su compañera no había sido tan buena idea como pensaba, pero antes de que el momento se volviese más incómodo, las invitó a pasar.
—Adelante.
El muchacho las guio hacia una sala de estar de lo más extraña.Animales disecados y huesos decoraban el lugar, como si se tratase del estudio de un taxidermista. Rachel no podía entender cómo aquello podía ser del agrado de alguien. Eddie sonrió al ver sus rostros asombrados.
—¿Cómo se encuentra tu madre? —preguntó evitando mirar los ojos vacíos de los animales.
—Le trajimos esto —anunció Winona entregándole la maceta.
—Gracias, de seguro le encantará —estableció dejándola a un costado—. Ella se encuentra mejor, está durmiendo ahora. Estaba cambiándose frente al espejo y se desmayó sobre él. Se lastimó bastante el rostro, pero nada demasiado grave.
—Ha tenido suerte —comentó Rachel.
—¿Suerte? Está vieja y enferma, yo no lo llamaría suerte —añadió despreocupadamente mientras se encogía de hombros.
Eddie traía un suéter negro holgado y estaba bastante arreglado, al parecer ya no había vuelto a usar sus lentes. Winona no le quitaba los ojos de encima.
—¿Les gustaría algo para tomar? Creo que todavía hay algunos grenkis que ha preparado Helenka.
—¿Grenkis? —preguntó la joven de cabello largo.
—Ya lo verás, te encantará —aseguró animado, desapareciendo luego por el pasillo.
Las muchachas se miraron intrigadas. Minutos después apareció con una bandeja que depositó en la mesa y los tres tomaron asiento en los sillones cerca de la chimenea.
—Helenka siempre me consiente —expresó el muchacho—. Ella viene de Rusia y todas sus recetas son geniales, pero estos panecillos en particular son mis favoritos. Las muchachas tomaron uno cada una. Edgard pareció notar que Rachel paseaba sus ojos por toda la habitación.
—Terminas acostumbrándote —señaló apartando un mechón oscuro de cabello de sus ojos—. Sé que es algo poco habitual, pero la taxidermia ha sido siempre una buena herramienta científica. Algunos hasta la consideran un arte.
—¿Arte? —preguntó entrecerrando los ojos—. Lo siento, pero me cuesta entender cómo poseer animales muertos como si fuesen muñecos podría llegar a llamarse arte.
Ese comentario lo hizo sonreír.
—Y aun así a todos nos encantan las momias —dijo provocándola.
Rachel lo miró desafiante.
—Tiene razón —indicó Winona interponiéndose entre ambos, luego añadió para cortar la tensión—: Estos panecillos están deliciosos.
Él pareció exageradamente complacido por su comentario y Rachel no pudo evitar pensar que amaba tener la razón.
—Se los dije. Helenka es una cocinera genial.
—¿Ella vive aquí? —preguntó Winona.
Rachel mordisqueó un pedazo y se sorprendió por lo rico que era, sin embargo, no dijo nada.
—Sí. Cuida de mi madre —informó mientras se recostaba en el respaldo—. Cocina, lava y también limpia la casa. Además, es bastante silenciosa, casi muda, se podría decir. Realmente no sé qué haríamos sin ella.
—Oh... —Winona lo miraba embobada mientras hablaba.
—Nadie quería contratarla porque es, digamos... un poco "lenta" —dijo haciendo hincapié—. No sé qué hubiera sido de ella si Violet no la hubiese traído a vivir con nosotros.
—Ha sido muy amable de su parte —sostuvo Winona asintiendo con la cabeza.
Era casi ridículo cómo parecía estar de acuerdo con todo lo que Eddie decía. En cambio, Rachel notaba cierto desdén en sus palabras. Cuando terminaron, les mostró el resto de la casa. Las paredes tapizadas de color carmín y la madera oscura le daban un aspecto sombrío, y al mantener las cortinas cerradas, se excluía la poca luz que podría llegar alegrar un poco el lugar. La habitación de su madre y la de Helenka estaban en la planta baja, una al lado de la otra y la de Eddie en el segundo piso, a donde luego se dirigieron. Las paredes estaban pintadas de azul viejo y sus dibujos aparecían colgados por todo el lugar.
—Uau... —se sorprendió Winona.
—Esto sí es arte —puntualizó Rachel echándole una rápida miradita resentida a su amigo.
—Es realmente asombroso —sostuvo la muchacha de lentes acercándose a uno de los dibujos—. ¿Todas son mujeres?
—Sí, supongo que son mi inspiración —indicó él clavando su mirada en Rachel—. Mi musa, se podría decir.
La miraba de una forma intensa y poco disimulada, ella rápidamente desvió los ojos y se alejó.
—Trajimos todo lo que necesitas saber sobre la Guerra Civil y sobre el trabajo de Física —dijo sacando los apuntes de su mochila y dejándolos sobre el escritorio.
—Somos compañeros para el ensayo —añadió Winona con una sonrisa, pero al ver cómo Eddie miraba a Rachel frunció el ceño.
—¿Ah, sí? —preguntó volteándose—. Podría jurar que ibas a hacerlo con Sarah.
Winona se quedó con la boca abierta.
—Tienes unos cuantos libros aquí —se apresuró a decir Rachel para desviar su atención.
Tomó uno de ellos de la biblioteca que trataba de una joven que vivía en la época victoriana y debía de encontrar al asesino de su padre.
—He leído este, es muy bueno —indicó Rachel.
—Lo sé, lo he visto en tu biblioteca.
—¿Has ido a su casa? —inquirió Winona extrañada.
—Vino a traerme los deberes. —intervino Rachel justo a tiempo.
—Oh, ya veo.
Eddie le dirigió una expresión interrogativa, pero Rachel continuó hablando.
—Parece que tenemos el mismo gusto en libros —dijo paseando sus dedos por los lomos.
—Creo que es porque nos parecemos bastante —manifestó él acercándose.
Irradiaba cierta tensión hacia ella y al parecer no era la única que lo notaba.
—Eddie, ¿podrías mostrarme dónde está el lavado? —preguntó Winona, incómoda.
—Claro. Deberás usar el de abajo, estamos arreglando el de la planta alta.
Abrió la puerta de su habitación y caballerosamente la dejó salir primero. Antes de irse, miró por un momento a Rachel como si quisiera decirle algo, pero finalmente se llevó sus palabras con él. "Esto no está funcionando", pensó resignada. Edgard no había mostrado ninguna señal de interés por Winona. Al parecer, seguía pensando que tenía alguna posibilidad con Rachel, así que decidió dejarle en claro que aquello era algo que no sucedería. Volvió a dejar el libro en su lugar y descubrió que Eddie también leía a sus autores favoritos. Él tenía razón, compartían el mismo gusto, casi todos los libros de su biblioteca estaban repetidos allí. El joven apareció unos momentos después.
—Oye, ¿puedo preguntarte algo?
—¿De verdad has leído todos estos libros? —soltó ella de pronto.
—¿Qué?
—Nada, no importa...
—¿Por qué has venido con Winona? —la increpó sin entender—. ¿Me tienes miedo o algo?
—¿Miedo? —repitió Rachel—. ¿Por qué te tendría miedo?
—Tú sabes cómo me siento, ¿verdad? —preguntó él tratando de leer su rostro, aunque luego tomó otro camino—. Hicimos el ensayo pasado juntos, pero ahora Winona es mi compañera, pareciera que intentas alejarte.
Estaba indignado y enojado. Ella movió los labios, sin embargo las palabras no lograron salir.
—Me gustas —confesó mirándola a los ojos.
—Le gustas a Winona —soltó ella como si aquello fuese alguna clase de escudo.
—Lo sé, no soy idiota —contestó fastidiado—. Winona no me interesa. Pensé que estaba claro, pero luego apareces con ella y...
—Me gusta alguien más —reveló para su propia sorpresa.
No quería lastimarlo y se dio cuenta de que debería habérselo dejado en claro antes.
—¿Qué? ¿Quién...?
En ese preciso momento, Winona abrió la puerta y se dio cuenta de que algo estaba pasando.
—He olvidado algo en mi mochila... —murmuró tímidamente.
Los tres se quedaron mirándose por un unos segundos, pero luego su móvil vibró y un mensaje salvador apareció en la pantalla.

Ya tengo tu número, aunque no gracias a ti, por cierto.
Si no llegas pronto, me acabaré toda la pizza.

D.

Daniel nunca había aparecido en un mejor momento.
—Es mi madre, necesita que cuide a mi hermano —mintió.
El rostro de Eddie era una mezcla entre enfado e incredulidad.
—Qué conveniente... —gruñó.
Winona la miró sin saber qué hacer.
—Puedes mostrarle a Eddie lo que les ha tocado hacer para Física —sostuvo recogiendo su mochila.
—Sí, claro.
—Te acompañaré a la puerta —indicó él dando un paso hacia delante.
—No es necesario, conozco la salida —dijo Rachel apresurándose a salir—. Nos vemos mañana.
—Sí..., nos vemos —murmuró Eddie.

...

Bajó las escaleras a toda prisa y casi choca con alguien.
—¡Lo siento!
Era una mujer vestida con un largo camisón blanco y la cara casi completamente vendada. Parecía una momia.
—¿Cuál es la prisa? —preguntó con una voz que le resultó levemente familiar.
—¿Es usted la madre de Eddie? —preguntó todavía agarrada del barandal—. Soy Rachel, una amiga de la escuela.
—¿Amiga? —inquirió mirándola de arriba abajo.
Luego sus ojos oscuros se detuvieron en los suyos.
—Qué peculiar... —comentó pensativa.
En ese momento se tambaleó, como si fuese a desmayarse.
—¿Se encuentra bien?
La tomó del brazo y la ayudó a bajar por la escalera, llevándola hasta el sillón de la sala.
—¡Helenka! ¡¿Dónde está mi medicina?!
Un instante después, la mujer de cabellos color ceniza apareció con un vaso de agua en la mano y una pastilla en la otra, para posteriormente desaparecer tan rápido como llegó, moviéndose por la casa como un espíritu.
—Siempre he sido fuerte como un caballo —expresó Violet—. A veces pienso que los doctores intentan matarme con todo esto.
Tragó la pastilla y tomó un sorbo del agua. Rachel notó como su mirada penetrante parecía analizarla.
—Supimos sobre el accidente, así que le trajimos esto —dijo solo para romper el silencio—. Eddie me dijo que era su favorita.
La mujer dirigió su mirada a la planta de violetas que se encontraba cerca de ellas.
—En efecto. Muchas gracias, ha sido amable de tu parte.
Aunque no la veía, su voz y sus manos arrugadas indicaban que debía tener una edad avanzada.
—Debería irme, tengo que cuidar a mi hermano.
—¿Tienes un hermano?
—Sí, tiene diez años.
Al parecer algo le causó gracia y soltó una carcajada.
—Ya veo... Apuesto a que debe ser un diablillo.
—Solo a veces —concordó sonriendo forzadamente.
—¿Podrías hacerme un favor y echarle el resto del agua antes de irte?
Rachel tomó el vaso y tiró el agua sobre la tierra de la maceta.
—Es una extraña coincidencia que su nombre sea Violet y que su flor preferida sea una violeta.
Su boca ya había comenzado a decir cualquier cosa que se le ocurría para aliviar la tensión. A su alrededor, los miles de ojos disecados parecían clavarse en ella.
—¿Eso crees? —preguntó la mujer, divertida—. Yo no creo en las coincidencias, y quizá tú tampoco deberías.
Salió apresuradamente de la Casa de las Rosas, dejando atrás a todos los cadáveres de animales congelados en el tiempo y a Violet, quien tarareaba una canción mientras su vista se perdía a través de la ventana. 

El Lobo está viniendoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora