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      —¡Finalmente! —exclamó Daniel cuando la vio parada en la entrada.
Su hogar era el más próximo a la casa de Eddie, por lo que solo había tardado unos diez minutos en llegar.
—Así que, ¿ahora vas a contarme eso tan misterioso que debías decirme? —preguntó con las manos en los bolsillos de su largo saco color hueso.
—Entra —dijo él con un ademán—. Tuve que contenerme, pero te guarde algo de pizza. ¿Quieres un poco?
—No, gracias.
—¡Genial, porque seguía con hambre! —exclamó tomando el último pedazo que quedaba en la caja.
El lugar estaba algo desordenado, pero era cálido. En la televisión pasaban un partido de hockey femenino. Daniel bajó el volumen y ambos se sentaron en el cómodo sofá. Él llevaba una remera sin mangas, unos shorts y andaba descalzo. De pronto, un perrito Yorkshire se acercó a ella moviendo la cola, llevaba un moño amarillo en la cabeza.
—¡Oh, Dios mío! ¿Quién es él? —se maravilló la muchacha mientras se arrodillaba en el piso para acariciarlo—. ¡Pareces una miniatura!
—Su nombre es Mimi —informó mientras se limpiaba las manos con una servilleta—. La mejor perra guardiana que puedas pedir. Presta sus servicios día y noche, haciendo de esta una mejor comunidad —anunció teatralmente.
—¡Apuesto a que sí! —dijo ella hablándole como bebé a la perrita que la mordisqueaba juguetonamente.
—¡No lo creo! ¿Acaso esa fue una respuesta amable? —ironizó.
Volteó los ojos sin prestarle atención.
—¿Acaso no ibas a decirme por qué estoy aquí?
Cuando el muchacho estaba a punto de hablar, una pequeña niña vestida con un tutú rosa y maquillada como si fuese a un carnaval, apareció corriendo en la sala.
—¡Mimi! —gritó lanzándose sobre la perrita.
Aunque, segundos después, su atención se desvió a la extraña que se encontraba en su casa, sentada en el suelo, a su misma altura.
—¿Quién eres?
—Hola, soy Rachel, ¿cómo te llamas?
—Ellie —dijo la niña de cabello rubio—. Me gustan tus ojos.
—Ella es mi hermanita, o lo que queda de ella... —dijo Daniel con el ceño fruncido—. ¿Qué te has hecho en el rostro? Te ves terrible.
Parecía haber asistido a una clase de maquillaje organizada por un payaso. La niña apretó los labios y lo miró enojada.
—¡Me he pintado como mamá! —gritó con los ojos llorosos, ofendida—. ¡No estoy horrible!
—Bueno, si mamá te ve así, va a matarme... ¿Eso es de ella? —Preguntó mientras señalaba el lápiz labial que la niña sostenía en su mano izquierda.
Ellie lo escondió rápidamente detrás de su espalda.
—No...
—Mierda —gruñó Daniel—. Dámelo y lo guardaré antes de que se entere.
—No debes decir palabrotas —lo reprendió su hermana—. Le diré a mamá.
—Ellie... Dámelo.
—¡No! ¡No es de mamá, es mío!
—Tú no tienes esta clase de cosas, pequeña ladrona —indicó él quitándoselo de la mano.
La niña contrajo su rostro y comenzó a llorar a todo pulmón. Rachel soltó una carcajada.
—Realmente maduro —ironizó—. El hermano del año.
—¿Crees que puedes hacerlo mejor? —respondió desafiante—. Adelante...
La muchacha se levantó del piso y tomó algo del bolsillo de su mochila.
—Mira, Ellie, si te gusta el maquillaje, puedo darte esto —indicó mostrándole un tubito que sostenía en la mano.
La niña automáticamente se calmó y observó con los ojos bien abiertos aquel labial de color rosa.
—Pero solo si dejas de llorar y prometes no tocar de nuevo los maquillajes de tu madre. —dijo intentando negociar mientras la niña parecía algo dubitativa. Destapándolo, agregó—: Este color se vería muy bonito en ti...
—Aduladora... —susurró Daniel fingiendo tos.
La niña se enjugó las lágrimas y se corrió aún más la pintura.
—De acuerdo.
—Vamos, te ayudaré a lavarte —anunció la muchacha tomando su mano.
—Aguarda un momento, mi madre no la deja usar maquillaje, es demasiado pequeña —contraatacó él, en un intento por ganar la batalla.
—Relájate, es solo manteca de cacao con sabor a fresa —reveló con una sonrisa triunfal.
Por primera vez, ella era quien se había quedado con la última palabra y Daniel había tenido que asumir silenciosamente su derrota. Ellie llevó a Rachel al lavado en donde estuvieron unos cuantos minutos tratando de eliminar los pigmentos.
—Bueno, es lo mejor que pudimos hacer —sentenció admirando el rostro que todavía presentaba algunos brillos y tonalidades rojizas.
—¿Eres la novia de Dani? —preguntó repentinamente, con esa clase de curiosidad sin tapujos que tienen los niños.
—No, no lo soy.
"Ni siquiera somos amigos", pensó ella.
—Oh... —musitó Ellie pensativa—. Tú me gustas más que la chica rubia, ella es malvada.
No pudo contener la sonrisa. Salieron del lavado y Ellie llevó a Mimi a la habitación para disfrazarla de hada.
—Gracias por limpiarla —le dijo Daniel una vez que estuvieron nuevamente en el sofá.
—No hay problema —contestó mientras tomaba un trago de gaseosa.
Luego de apoyar el vaso en la mesa, casi instantáneamente, Daniel le colocó un posavasos.
—¿De verdad? ¿Estás descalzo y en traje de baño pero no puedes ver algunas gotas en la mesa?
—Es la primera creación de mi padre —indicó él algo avergonzado—. Y mi madre nunca me deja apoyar nada que no tenga "protección".
Rachel dirigió su atención a la mesita del café labrada con motivos florales.
—Es muy bonita —comentó pasando sus dedos entre las hendiduras.
—Es el oficio familiar, ya sabes... aunque es bastante divertido trabajar la madera —agregó.
—¿Sabes hacer esta clase de cosas? —preguntó sorprendida.
—Todavía no puedo alcanzar este tipo de calidad, pero no me falta demasiado —anunció él, orgulloso. Luego, sentándose erguido y cambiando el semblante dijo—: Escucha, acerca de lo que quería decirte sobre Edgard... deberías mantenerte alejada de él.
Rachel levantó una ceja.
—¿Eso es todo? ¿Es todo lo que tenías para decirme?
—Creo que podría ser peligroso —señaló Daniel.
—Tú fuiste quien le dejó un ojo morado, ¿pero él es el peligroso?
En ese momento se preguntó por qué demonios había ido a aquella casa. Si Eddie se enteraba, probablemente se sentiría traicionado, y con razón. Maldijo interiormente a su curiosidad.
—Lo sé, lo sé... —dijo el muchacho—. Pero no lo hubiese hecho sin una buena razón.
Rachel se cruzó de brazos.
—¿Y cuál fue?
—Primero, quiero decir que soy una persona que se guía por su instinto. Y nunca me ha fallado —explicó Daniel y antes de que ella comenzara a quejarse, la detuvo levantando un dedo— ¡Espera! No digas nada aún, solo escúchame.
—Bien, continúa.
—Suelo llevar a mi hermana al parque algunas veces. No hay nada más aburrido que eso, niños gritando y corriendo por doquier... Es realmente exasperante, pero a ella parece gustarle. —Se reclinó hacia Rachel y luego dijo casi en un susurro—: Lo he visto allí varias veces, solo, mirando a los niños como si los estuviera... acechando.
—¿Qué? —su rostro se contrajo—. ¿Qué estás insinuando?
—¿Recuerdas la noche de la fiesta? ¿Por qué piensas que lo golpeé?
—Porque creíste que él fue quien llamó a la policía.
—¿Qué? ¿Él te dijo eso? ¡Es una maldita mentira! —bramó encolerizado. Luego continuó intentando mantener la calma—. Yo estaba aquí, con los otros, tomando cerveza y divirtiéndonos hasta que alguien quiso prender la televisión, pero no lograba encontrar el control remoto. Entonces recordé que Ellie había estado usándolo para jugar aquella misma tarde y me dirigí a su habitación, ahí fue cuando lo vi.
—¿A Eddie? Pero él dijo que no había venido a la fiesta —dijo confusa—. Y si lo hubiese hecho... Era una fiesta después de todo, es lógico que haya gente por toda la casa.
—¿Podrías dejarme terminar, por favor? —pidió Daniel irritado. Rachel volvió a callarse y él prosiguió—: Cuando hago una fiesta, cierro con llave las habitaciones. Tanto la de mis padres como la de Ellie. Tú sabes cómo son los muchachos, ensucian y rompen cosas, y mi madre es algo maniática del orden.
—Apuesto a que también cubriste la mesa... —musitó irónica. Daniel le dirigió una mirada asesina y ella se apresuró a decir—: De acuerdo, me callaré.
—Él se encontraba en una habitación que yo había cerrado —explicó lentamente intentando que lo comprenda—. Tuve que utilizar la llave para entrar, así que supongo que debió de entrar por la ventana.
—¿Y qué es lo que estaba haciendo allí? —preguntó Rachel mirándolo incrédula.
—No lo sé, solo estaba ahí, en la oscuridad. Como un maldito acosador o algo así... —contestó—. Ya lo había visto en el parque mirando a esos niños y ahora se encontraba en la habitación de mi hermanita. ¿Qué demonios querías que hiciera? Fue entonces que lo saqué de mi casa y le di una paliza.
Rachel no sabía qué creer, aquel relato le parecía demasiado extraño.
—Está bien..., digamos que eso ha sido lo que ha ocurrido.
—Eso fue lo que ocurrió.
—¿Acaso no te dio ninguna explicación de por qué estaba allí?
—Me dijo que solo quería entrar a la fiesta, es todo.
Rachel suspiró.
—Si Eddie estaba diciendo la verdad, lo has golpeado solo por querer estar en tu fiesta —declaró.
—Quizá debería haber probado entrar por la puerta principal como las personas normales —dijo hablándole como si fuera una tonta—. ¿Por qué lo estás defendiendo? ¡Es un maldito fenómeno!
Sus miradas se encontraron por un momento, implacables.
—Es mi amigo, ¿por qué me mentiría?
—¡Porque le gustas! —exclamó como si fuera algo obvio—. Por eso tenía que advertirte. Es un mentiroso y creo que podría ser peligroso, ¿acaso has visto la manera en que te mira?
—Tú no lo conoces... —alegó negando con la cabeza.
—Y tú tampoco —dijo Daniel fulminándola con sus ojos azules.

El Lobo está viniendoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora