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Samuel fue atendido inmediatamente cuando la ambulancia llegó, y aunque ya se encontraba consciente, fue llevado en camilla hacia el vehículo. Rachel viajó sentada junto a él mientras uno de los enfermeros la examinaba haciéndole preguntas y aplicándole apósitos en el corte de la frente. Tenía dolor de cabeza y sentía mucho frío, la manta todavía no había logrado hacer entrar en calor a su cuerpo mojado. Estaba descalza y observaba abstraída a su hermano que parecía confundido mientras trataba de moverse debajo del cuello ortopédico. El hospital olía a desinfectante y eucalipto, el personal se movía ajetreado a diferencia de las pocas personas que se hallaban allí y dormitaban sobre sus sillas. Abbie llegó cuando Rachel terminaba de ser atendida, estaba completamente alterada.
—¡Rachel! Acabo de ver a Sam... —exclamó con las manos en el aire—. ¿Te encuentras bien?
Ella asintió lentamente con la cabeza, lo cual no fue muy inteligente, ya que inmediatamente el cuello y espalda comenzaron a dolerle.
—Estoy bien, ¿cómo está él? Fuimos atendidos por distintos médicos y no me han dicho nada.
—Están haciéndole unos chequeos en este momento —respondió su madre—. ¿Qué ha pasado? ¿Alguien les hizo esto? Tu padre se encuentra en casa con la policía.
Rachel le contó que alguien había ingresado a la casa, aparentemente por la ventana de su habitación, y que los golpes de ambos habían sido producto del dificultoso escape.
—¡Oh, Dios mío! —exclamó Abbie consternada.
—Mamá, ¿has visto a Gemma? —preguntó angustiada—. Estaba encerrada en el lavado.
—He venido directamente al hospital, pero no te preocupes por ella ahora... —indicó su madre.
—¡No! —exclamó alterada—. ¡Debes preguntarle a papá, por favor!
—¿Cómo se encuentra ella, doctor? —preguntó ignorándola.
El hombre que la registraba tenía algunos cabellos plateados al igual que la montura de sus lentes y llevaba una bata perfectamente blanca.
—Su hija se encuentra bien —comenzó a decir con voz monótona—. Ha sufrido una pequeña conmoción debido al golpe y algunas heridas superficiales.
Él seguía hablando, pero Rachel no lo escuchaba.
—Mamá, debo hablar con papá, necesito saber si Gemma está... —suplicó entrecortadamente—. Yo no pude...
El nudo en su garganta no la dejaba terminar. Abbie la observaba como si la estuviese escaneando, verificando que realmente se encontrara bien.

—Lo llamaré ni bien salgamos ¿de acuerdo?
Luego alentó al doctor a que prosiguiera.
—Tiene algunos dolores de cabeza y todavía se encuentra algo confusa —prosiguió escribiendo en un pequeño anotador blanco—. Deben estar atentos a los síntomas posteriores a las 24 y 72 horas del hecho. Puede estar irritable o sentirse frustrada...
Quería salir cuanto antes de ese lugar. Necesitaba ver a su hermano y encontrar a su perra, aunque la idea de volver a casa no le resultaba para nada tentadora.
—Puede que tenga algunos problemas para dormir...
Su tono uniforme la hacía sentirse adormecida. Luego de recomendarle descansar y de prescribirle un analgésico para el dolor de cabeza, ambas salieron del consultorio. Dorothea todavía se encontraba en la sala de espera, había insistido en acompañarlos al hospital y quedarse hasta que llegasen sus padres. Abbie le hizo una señal a Rachel para que esperase junto a ella y luego se perdió por el pasillo.
—¿Cómo te sientes, Lily? —le preguntó la mujer con una voz suave.
—Podría estar mejor —dijo con el rostro serio—. ¿Sabe algo de Nicholas?
—Él está bien, no tienes que preocuparte —respondió rápidamente—. Es duro como una piedra y también terco como una.
Rachel sonrió levemente.
—¡Ah!, ¡casi me olvidaba! Nicholas llevó a tu perra a nuestra casa, ella se encuentra perfectamente.
Esas últimas palabras hicieron que sus ojos se humedezcan. Gemma estaba bien, no se hubiera perdonado si algo le pasaba.
—Gracias... —apenas pudo decir, sin llegar a hacerle entender lo que aquello significaba para ella.
Dorothea se reincorporó de su asiento y se tocó la cadera, era una mujer mayor, por lo que toda esta conmoción debía de haberla dejado agotada.
—Has sido muy valiente esta noche —le aseguró—. ¿Sabes? La familia es el vínculo más poderoso de todos. Tu hermano tiene suerte de tenerte.
"El vínculo más poderoso", se quedó meditando en aquellas palabras hasta que su madre volvió unos minutos después. A Sam le habían realizado una tomografía y le detectaron una fractura lineal de cráneo. No era demasiado grave, pero decidieron dejarlo en el hospital para un monitoreo adecuado.
—Ahora podemos pasar a verlo —señaló su madre, luego se dirigió a Dorothea—. No tengo palabras para agradecerte...
—No tienes que hacerlo —dijo mientras hacía un gesto con la mano para restarle importancia—. Me alegro de que los niños estén bien.
Ambas se despidieron de la mujer y luego se dirigieron a ver a Sam. Cuando entraron a la habitación, el niño se encontraba descansando, tenía la cabeza vendada y estaba recostado sobre la cama.
—Hola, Sam —dijo Rachel.
Ambos habían estado en el hospital por demasiado tiempo y estaban agotados.
—Mi bebé... —se quebró su madre.
Samuel trató de moverse en cuanto las vio, tomó a su madre por la manga y la atrajo hacia él, Rachel observó cómo ese simple gestó la hizo llorar. Probablemente, Dorothea tenía razón, era en efecto un vínculo poderoso.
Cuando su padre llegó, trató de mostrarse sereno, aunque constantemente se tocaba la barbilla en señal de nerviosismo. Había sido una larga noche y todos querían que terminase, Abigail decidió quedarse en el hospital con Sam mientras que ellos volverían solos a casa.

...

La tormenta ya había terminado cuando el auto de su padre se detuvo frente a la casa de los Owen. Nicholas abrió la puerta y Gemma salió disparada como una bala para reunirse con Rachel. La muchacha contuvo las lágrimas mientras el animal la llenaba de besos.
—Parece como si no te hubiera visto en años —rio Nicholas con voz grave.
Aquel hombre corpulento parecía un gigante al lado de su padre. Rachel recordaba creer de pequeña que él era Santa Claus, aunque más grande y musculoso. Nicholas y su esposa siempre habían sido muy amables con su familia y amaban a los niños, probablemente porque Dorothea nunca había podido tener hijos propios. Se despidieron y luego volvieron a casa. Rachel se sintió completamente indefensa al pasar la puerta de entrada. Encontró su móvil al pie de las escaleras y algunos cuadros rotos en el piso. Su padre no había tenido tiempo de limpiar el desastre, y todo eso le parecía tan reciente que temía que el ladrón pudiera seguir escondido en algún lugar. Por supuesto que pensaban que se trataba de un ladrón, pero si ese hubiera sido el caso, ¿por qué no se había llevado su móvil?
—Afortunadamente, no ha tenido tiempo de robar nada —comentó su padre leyéndole la mente—. Todas las cosas de valor siguen aquí.
—¿No es eso extraño...? —preguntó ella—. ¿Qué no se haya llevado nada?
—¿Tienes hambre?
—No... —contestó apresurada, para luego continuar insistiendo—. Si tuvo que irse rápido, hubiera tomado lo que estaba a su alcance, ¿verdad?
—No lo sé Rach... —dijo su padre cansado—. Probablemente, tuvo miedo y solo se largó.
Recordando cómo se había sacudido la puerta bajo sus golpes, no creyó que aquella persona supiese lo que era el miedo. No, no había miedo allí, pero sí otra cosa... ira. En ese momento sonó el teléfono de su padre, era Abbie que llamaba preguntando si todo estaba bien. Shin le hizo un gesto para que vaya a descansar, pero al ver que ella no se movía, le dijo:
—Ya la he revisado dos veces, puedes ir.
Inquieta, comenzó a subir las escaleras acompañada por Gemma, su fiel guardaespaldas. La silla que había utilizado para trabar la puerta estaba destrozada sobre la alfombra. Supo entonces con certeza que aquel intruso había logrado huir de la habitación y si ella hubiera tardado un poco más en salir de la casa, probablemente se habrían encontrado cara a cara. Aquello le produjo escalofríos. Precavida, le dio un suave empujón a la puerta antes de entrar. La cama continuaba desecha y el paquete de frituras aún seguía a medio terminar sobre la mesa de luz. Cuando vio que su notebook seguía en el mismo lugar donde la había dejado, cayó en la cuenta de que el supuesto ladrón no se había llevado nada. Pero en ese momento, un extraño objeto depositado en sobre el escritorio le llamó la atención. Tragó saliva y se acercó lentamente sin quitarle los ojos de encima. Era una talla de madera en forma de cordero. Nunca antes la había visto y supo en ese preciso momento que él la había dejado para ella. Era su regalo.

El Lobo está viniendoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora