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Bonnie aprovechó el viaje a su antigua casa aquella tarde, ya que la noche anterior había estado lloviendo y quería ver cómo se encontraba Lulú. Así que mientras Ava y Agatha se encontraban dando vueltas por el lugar, ella se dirigió al bosque con la excusa de que iría a jugar al arroyo.
Corrió todo el camino, su lugar secreto se encontraba demasiado lejos y ya no podría seguir escondiendo a Lulú en aquél lugar, debería buscar otro.
Era una lástima, ya que aquella pequeña habitación subterránea podía pasar completamente desapercibida ante cualquier persona que pasase por allí, pero ella era una niña atenta y observadora. Por lo que aquel día en que salió con los scouts a divisar pájaros, se percató de aquella superficie semiescondida por la maleza, ubicada a unos cuantos metros de distancia.
Bonnie se detuvo agitada.
Lulú, quien ya la había detectado, ladraba inconsolablemente.
La niña abrió la trampilla y bajó por la corta escalera.
Sacó de su mochila comida que el animal se apresuró a devorar rápidamente y luego le dio de beber. La perrita lloriqueó en los brazos de la niña hasta quedarse dormida.
Sabía que le estaba reclamando por haberla dejado sola tanto tiempo.
La había extrañado tanto...
Bonnie había escuchado hablar del amor maternal y pensó que debía de sentirse algo como eso. Se preguntó si su propia madre había logrado sentir tanto amor por ella aún sin llegar a conocerla.
Suspiró, sabía que no podía tenerla en aquel lugar por mucho tiempo más.
El pequeño rectángulo de tan solo unos metros de largo estaba vacío, a excepción de la cama improvisada de Lulú y sus juguetes. También había una pequeña lámpara a pilas que dejaba prendida por las noches para que la perrita no tuviese miedo. A pesar de haber llovido, el agua no había logrado entrar, ya que su lugar secreto se encontraba estratégicamente ubicado en la entrada de una pequeña cueva. Cualquiera que se hubiese acercado a ella ni siquiera se percataría de lo que había debajo de sus pies.
Bonnie caminaba de un lado a otro meciendo a Lulú como si fuese un bebé, mientras aquella madera bajo sus pies constantemente rechinaba cuando pasaba sobre ella. El ruido le molestaba, así que dejó a la perra en su cama y se agachó para ver si podía acomodarla nuevamente en su sitio.
La madera se encontraba salida, la movió y para su sorpresa se desprendió del todo.Al notar un bulto oscuro en su interior, alumbró con la linterna.
Al parecer había alguna clase de objeto allí dentro.
Metió la mano y sacó un archivador de cuero marrón y blando repleto de dibujos.Eran rostros de mujeres hechos con tinta negra y grafito, con tan solo un toque de color en sus labios sonrientes.
A Bonnie no le gustaron, había algo inquietante en ellos, algo que le resultaba incómodo. Así que dejó el archivador a un lado y volvió a alumbrar el agujero.
Divisó un resplandor dorado.
Era una cajita de lata antigua y descolorida.
Cuando la abrió, lo primero que vio fueron unas piedritas blancuzcas. Tomó la que parecía más limpia y cuando acercó la luz se dio cuenta que era un diente.
Aquello la sorprendió tanto que hizo que se le cayera de las manos.
¿Por qué alguien guardaría sus dientes allí?
Se limpió las manos con la ropa, y luego, tratando de no tocar los asquerosos dientes, extrajo una pequeña fotografía polaroid.
Una muchacha joven sonreía a la cámara vestida con su uniforme verde de porrista.
En el dorso de la fotografía decía: Diana Reid, diecisiete años.
Luego la dejó al lado y tomó una pequeña bolsita de tela, cerrada y atada con un cordón.
Un hermoso collar con una piedra similar a la Luna llena estaba guardado en su interior.

...

— ¡Shin!, ¡¿me has oído?!
Abigail desbordada de alegría.
—¡Se ha lavado los dientes él solo!
Su padre asintió con la cabeza.
—Eso es genial —dijo concentrado en el camino.
El auto dobló en una esquina y luego hizo una especie de zigzag entre las calles.
—Creo que finalmente estamos viendo mejoras en su aprendizaje. ¿No lo crees? —anunció su madre esperanzada—. El día de ayer ni siquiera tuvo una rabieta.
Rachel miraba por la ventana del auto sin decir nada, sabía hacia donde comenzaba a dirigirse su madre con todo aquello.
—Un poco de descanso y buenas noticias, eso es lo que precisa esta familia —añadió Shin calmado.
Su madre pareció indignada, como si no la estuviese tomando en serio.
—Pues claro que son buenas noticias... Fantásticas, en realidad —recalcó ella—. Tu hijo está teniendo avances enormes y lo haces parecer como si fuera nada.
"Aquí vamos de nuevo...".
—¿Has siquiera echado un vistazo al libro de Sam? —preguntó Abbie dolida—. Está llena de cosas nuevas.
Su madre armaba un "Libro de Sam" cada nuevo comienzo del año, en él anotaba todos los avances que su hijo iba realizando.
—No lo estoy minimizando, Abbie —comenzó a decir su padre.
Rachel pudo ver sus ojos por el retrovisor.
—Es solo que... —continuó diciendo mientras giraba el volante hacia la derecha—. Ya sabes cómo te pones a veces.
Rachel suspiró.
¿Por qué había tenido que mencionarlo?
No tenía ánimos para soportar otra de sus discusiones.
—¿Cómo me pongo...?
Vio su rostro tornarse bordó y ambos comenzaron a discutir.
Nadie más que su madre se había dedicado plena y completamente a tratar de comprender la condición de su hijo. Eso era un hecho, pero a veces ella se volvía demasiado sofocante. Sam era el epicentro de su mundo y su estado emocional se veía controlado por sus "logros" y "fracasos".
Una vez había escuchado a su padre intentar dialogar con ella, había oído palabras como "obsesión" y "dependencia emocional" salir de la boca de Shin, lo cual ya era de por si extraño, debido a que él no hablaba demasiado.
La conversación había sido en una época un poco oscura, en dónde su madre había dejado de trabajar y vivía solo y exclusivamente por y para Sam.
"Al igual que ahora...".
Abbie era una buena persona, pero si tratabas de tocar aquel tema, ella solo tenía dos reacciones posibles: o se victimizaba, o atacaba. Rachel lo sabía bien, aunque principalmente era su padre quien tenía que lidiar con ello.
—Ya te he dicho que también estoy feliz. ¿Qué más quieres que haga? —resoplaba resignado.
—Quizá deberías pasar más de cinco minutos con tu hijo, y así probablemente te darías cuenta de que está aprendiendo cosas nuevas.
Aquella respuesta era la que siempre le daba cuando notaba que Shin no estaba dispuesto a hacer una fiesta por cada pequeña cosa que Sam hacía.
Cuando Rachel se alejó del auto, ambos continuaban discutiendo.
Se anunció a través del portero automático e ingresó al edificio para subir al segundo piso.
Isabella estaba esperándola con la puerta abierta y una sonrisa en su rostro.
Sentía que sus sesiones eran como una válvula de escape.
Era como si ella fuese un gran globo lleno de aire caliente a punto de explotar, pero cuando terminaba la hora, notaba que toda esa presión en su interior había aminorado.
Generalmente Isabella la escuchaba y solo le remarcaba algunas cosas que ella decía. No parecía ser como los psicólogos de las series televisivas en donde estaban pendientes del reloj. Sino que, de hecho, ella sí parecía escucharla.
Rachel le había hablado de muchas cosas, su familia, su abuela y sus nuevas amigas, pero todavía no podía tocar ciertos temas. Maddie era uno ellos, su ataque y todo lo relacionado con la maldición, eran otros.
Cuando su cabeza traía aquellos pensamientos dentro de la sesión, inmediatamente se cerraba, a veces se creía prisionera dentro de su propia mente.
—¿Alguna vez te has sentido diferente? —soltó de repente.
—Muchas veces —admitió ella—. ¿ te sientes diferente?
Precisamente nunca se había sentido una persona muy normal. ¿Pero acaso eso no era algo que todos pensaban en algún momento de su vida? Creerse distinto, diferente... aferrarse a que su existencia tenía un significado, que eran especiales.
Pero ella no se refería a eso.
Todo en su vida había cambiado, había muerto y resucitado. A veces hasta se preguntaba si había vuelto a la misma dimensión.
—Sí... —musitó Rachel mirando hacia abajo.
Observaba sus manos, aquellas manos que siempre habían estado con ella, pero las cuales ahora se sentían como si le pertenecieran a otro.
—¿En qué manera? — preguntó Isabella, encorvándose hacia adelante con interés.
Trató de poner en palabras aquel sentimiento.
—A veces... no me reconozco —comenzó a decir—. Es como si fuese otra persona.
Recordó el ataque de ira que había tenido en el Mirador y volvió a ver los vidrios rotos entre todo lo que había destrozado.
—Has pasado por muchas cosas, ese es un sentimiento completamente normal —dijo intentando tranquilizarla.
Pero Rachel no parecía muy convencida.
—No lo sé... a veces mi cuerpo se siente extraño... —musitó casi para sí misma.
El vidrio de la estantería que se encontraba cerca reflejaba su imagen.
Concentró su mirada en aquellos ojos que también la miraban y volvió a sentir aquella misma sensación.
Como si algo o alguien estuviera detrás de ellos, observándola.
—¿Disculpa? ¿Qué has dicho?
Se obligó a apartar la mirada para no parecer una loca.
— No, nada.

El Lobo está viniendoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora