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      Rachel no tuvo más que cruzar la puerta de entrada de su casa para que su madre comenzara a regañarla, ya que llevaba algunas horas intentando contactarla. El hijo de alguien que no conocía, había tenido un accidente en la clase de natación que Abbie había recomendado y se encontraba en el hospital. Necesitaba que cuidase de Sam para poder ir a ver cómo estaba.
—Ahora quiere sacarlo de natación —contaba su madre acelerada mientras revolvía su bolso—. ¡No debería hacer eso! Los niños con autismo tienen un mayor riesgo de ahogarse, por eso es necesario que tomen clases.
Rachel la escuchaba a medias. Cuando finalmente encontró las llaves, se detuvo un momento para mirar a su hija.
—¿Qué te parece si cuando vuelva miramos una película en familia? —preguntó con una sonrisa cansada.
—Claro.
—¡Genial! ¡Volveré con helado! —se despidió Abbie.
Eran las siete y media de la tarde y su padre todavía no había aparecido. La cena temprana con los Shaw le había quitado el hambre, pero todavía se sentía inquieta pensando que, tal vez, en ese preciso momento Vynx podría estar descifrando los diarios. Todavía no había podido contactar a Maddie, por lo que decidió bañar a Gemma, solo para hacer algo y distraerse. Sam dormía en su habitación, así que fue en busca de la perra, quien al darse cuenta de sus intenciones, se escondió debajo del sillón de la sala de estar.
—Geeemmma... —la llamó acercándosele lentamente.
La cola de la perra, que quedaba fuera de su escondite, comenzó a moverse. Rachel tuvo que sacarla a rastras de allí abajo, cuando finalmente lo logró, estaba llena de pelusas.
—Definitivamente necesitas un baño.
Gemma odiaba bañarse, por lo que estaba inmóvil bajo la ducha y con cara de "perro mojado". Comenzó a hacer espuma con un champú con aroma de coco, el envase tenía una etiqueta con un perro feliz con una gorra de baño y un texto que decía: "¡A tu perro le encantará!". Observó la etiqueta y luego a Gemma, que parecía estar dura como una piedra. "No lo creo...", pensó. En ese momento, Sam apareció somnoliento, vestido con su pijama favorito. Se acercó y comenzó a tocar el agua, por lo que su hermana lo arremangó para que no se mojase.
—¿Quieres ayudarme a bañarla?
Cuando finalmente terminaron, Gemma comenzó con su propia rutina de secado, que consistía en refregarse en cada cosa que encontrara. Mientras Rachel trataba de hacer que no mojase el sillón de la entrada, el teléfono de la casa sonó.
—¡Gemma, basta! —exclamó tapando parte del teléfono—. ¿Sí? ¿Hola?
Nadie contestó.
—¿Hola? —volvió a repetir mientras podía oír a alguien respirar desde el otro lado de la línea. E insistió—: ¿Puede oírme?
La persona no contestó, por lo que finalmente colgó el teléfono. Sam comenzó a traer de la habitación su colección de autitos y a ponerlos ordenadamente uno al lado del otro sobre la alfombra. Rachel prendió el televisor y puso una película mientras bostezaba. En ese momento, el teléfono volvió a sonar y ella tuvo un mal presentimiento.
—¿Hola...?
Volvió a escuchar la misma respiración, pero esta vez una voz masculina susurró:
—¿Estás sola? ¿Necesitas compañía...?
Aquella desagradable voz hizo que se le erizaran los bellos de la nuca.
—¡Estoy con tu madre, idiota! —exclamó enfadada y colgó el teléfono.
Cuando volvió a sonar por tercera vez, lo desconectó. Se dirigió nuevamente al sillón y cuando su móvil comenzó a vibrar, pegó un salto asustada. Era Maddie.
—¡Pon el canal de noticias! —le dijo cuando atendió.
Mientras trataba de ubicar a cuál se estaba refiriendo, lo encontró. Una joven periodista relataba con un micrófono en la mano:

... se podrá visualizar el eclipse lunar más largo del siglo XXI, en donde el astro se teñirá de rojo y podrá ser apreciado casi por tres horas...
... el más largo producido en cien años y podrán verlo a partir de las diez de la noche, el Instituto Geográfico recomienda que...


—¿Me estás oyendo...?
—Sí, lo siento. Estaba viendo lo del eclipse —respondió Rachel.
—¡Tenemos que verlo! ¡Será genial!
Ver eclipses juntas era una extraña tradición que tenían desde pequeñas. Tal había sido su obsesión, que en vez pedir una casa del árbol, Rachel había pedido que le construyan un mirador para poder contemplar el cielo junto a Maddie. Recordó lo emocionadas que estaban cuando lo vieron por primera vez. A ninguna había parecido importarle que su precioso mirador luciera exactamente igual que cualquier casa del árbol.
—Quizá pueda verlo desde mi ventana —estableció.
—¡¿Qué?! ¡No! ¿Por qué no en el mirador? —refunfuñó Maddie.
Rachel ya no pasaba por allí. ¿Y por qué habría de hacerlo? Lo habían construido a mitad de camino entre ambas casas, pero ahora que Maddie ya no estaba, solo le traía nostalgia. Pero como no quiso demostrarlo, dijo:
—No iré sola, es estúpido.
—¡Pero es nuestro lugar! Yo te llamaré y será como si realmente estuviese allí viéndolo contigo —dijo rogando como si fuese una niña pequeña— ¡Por favor! ¡Por favor! ¡Por favor! ¡Por favor! ¡Por favor! ¡Por favor! ¡Por favor! ¡Por favor! ¡Por favor! ¡Por favor...!
—Si continúas diciendo "por favor", colgaré —la amenazó seria.
—¡Por favor! ¡Por favor! ¡Por favor!
—¡Maddie!
Y como siempre lo hacía, finalmente, la venció por cansancio.

El Lobo está viniendoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora