7

208 45 8
                                    

      —¡Achís! —estornudó Vynx por quinta vez.
Se había puesto unos guantes y un barbijo de color blanco, aunque no parecía ayudarla demasiado con el polvo.
—Creo que estoy muriendo —gimoteó mientras tomaba un pañuelo de tela viejo y sucio y lo tiraba al cesto de basura con expresión de desagrado.
—Como si tuviéramos tanta suerte... —musitó Lonnie mientras separaba un par de zapatos que irían a parar al canasto de donaciones.
El ático estaba caluroso y húmedo. Una gruesa capa de polvo cubría todos los objetos del lugar y cuando Ava abrió la ventana, los rayos de luz iluminaron las pequeñas y finas partículas que flotaban en el aire.
—¡Mucho mejor! —dijo sacudiéndose las manos—. Odio la oscuridad.
Vynx no paraba de estornudar. Para alguien adicto a la limpieza, estar allí debía sentirse como alguna clase de tortura. Rachel retiró una sábana vieja de lo que parecía ser la silueta de una persona, y un calvo maniquí femenino apareció mirándola con ojos muertos.
—¿Por qué las personas siempre tienen este tipo de cosas en los áticos? —preguntó con el ceño fruncido.
—Esto es peor... —indicó Lonnie mostrándole una muñeca de porcelana.
Agatha ya había marcado la mayoría de las cosas de las que se quería deshacer para facilitarles el trabajo. Las chicas se pusieron manos a la obra siguiendo las indicaciones. Dentro del canasto de la basura metieron unos cuantos libros llenos de moho, un reloj de pared roto y algunas cuantas piezas que ni siquiera sabían a qué clase de objetos pertenecían. En el fondo de un cajón, Rachel encontró un vestido que se había puesto amarillento por el paso del tiempo y justo cuando pensaba en echarlo a la basura, vio el rostro contrariado de Bonnie. Supuso que estaría preguntándose si tal vez perteneció a su madre, por lo que Rachel lo dobló y volvió a depositarlo cuidadosamente donde estaba.
—¡Lo sabía! —exclamó Ava mientras abría un pequeño baúl y las demás se acercaban para ver.
—¿Cartas del tarot? —preguntó Rachel mientras Ava le entregaba el mazo.— Te dije que encontraríamos algo interesante.
Los dibujos de las cartas eran distintos a los que conocía.
—Mi abuela solía hacer adivinaciones con ellas —explicó Bonnie—. No creo que quiera tirarlas, se debe de haber confundido, últimamente le pasa a menudo.
—Me hubiera encantado que la Señora B. leyera mi futuro —anunció Ava con un suspiro—. Quizá podría enseñarte a ti, Bonnie.
La niña se sacudió el polvo de sus jeans.
—No lo creo, nunca quiere hablarme de las cosas que hacía en aquella época —indicó ella—. Estoy segura de que es por mamá.
—Son muy bonitas —dijo Rachel, absorta en las ilustraciones.
Lonnie tomó carta y comenzó a sonreír.
—Una vez, una gitana trató de leerle el futuro a Ava. ¿Lo recuerdas?
Ava volteó sus ojos.
—No sé por qué te gusta tanto esa historia... —suspiró malhumorada.
Pero Lonnie no le prestó atención.
—La mujer comenzó a frotarle un aceite en las manos mientras le decía una sarta de estupideces, pero Ava estaba tan concentrada que no se dio cuenta de que le había robado sus anillos hasta que llegó a casa —dijo riendo mientras sacudía la cabeza.
Ava la golpeó en el hombro.
—Bueno, pero esto no es así —le reprochó.
—Lo que tú digas... —sostuvo Lonnie con los brazos en alto.
Vynx tomó las cartas y las guardó nuevamente en su lugar.
—Este lugar no va a limpiarse solo —anunció.
Entre quejas, las muchachas volvieron a trabajar y luego de casi dos horas, el lugar estaba casi terminado. Rachel, ya sin energías, se sentó en el suelo de madera para descansar. En ese instante se percató de que la cajonera que tenía a su izquierda estaba algo corrida de la pared y descubrió que una caja había caído detrás. La sacó de allí y la abrió. En su interior se encontraban cuatro cuadernos de tapa verde oscuro. Tomó uno y trató de leer las primeras páginas, pero no pudo entender nada, ya que parecía estar escrito en francés; lo único que reconoció fue el nombre "Agatha Boucher" y lo que supuso que significaría "Edad: 10 años". Cada cuaderno pertenecía a una edad diferente: diez, doce, catorce y quince años.
—¡Hey, Bonnie! —la llamó.
La pequeña, que ahora llevaba un sombrero de ala que había encontrado por ahí, se acercó.
—Mira, creo que encontré los diarios de tu abuela —dijo enseñándoselos—. Los empezó a escribir casi cuando tenía tu edad.
—¿En serio? ­­—preguntó Bonnie curiosa.
Sostuvo uno entre sus manos, pero su rostro mostró confusión.
—Están escritos en francés —añadió Rachel—. Estoy segura de que Agatha se alegrará de verlos. ¿Qué opinas?
—Mmm..., podríamos llevarlos abajo y mostrárselos cuando vuelva.
El ático había quedado impecable, lo habían barrido y limpiado hasta hacer relucir la madera. Rachel se sintió decepcionada al no encontrar nada de lo que esperaba, pero supuso que si los documentos a los que se refería su abuela eran importantes, probablemente Agatha los tendría en su poder. Media hora más tarde, Bonnie, Rachel, Ava y Lonnie se encontraban tomando una limonada fresca en el patio trasero mientras esperaban que recojan las donaciones. Vynx no había podido contenerse y había huido a su casa para bañarse. Estaban agotadas y llenas de polvo. Una camioneta se acercó y tocó la bocina. Minutos después se encontraban ayudando al Sr. Rogers a subir las cajas. Ya nuevamente dentro de la casa, mientras Rachel esperaba a que Ava y Lonnie terminaran de quitarse el polvo, la puerta oval de la entrada se abrió con un chirrido y la Sra. Boucher apareció atestada de bolsas. Un ovillo de lana parecía habérsele enredado alrededor, envolviéndola como la tela de una araña, impidiéndole así caminar correctamente.
—Demonios... —refunfuñó tratando de desenredarse sin mucho éxito—. ¿Podrías echarme una mano?
Rachel, que todavía se encontraba con la boca abierta, en una mezcla de sorpresa y excitación por ver finalmente a la mujer, se acercó con rapidez.
—¡Querían cobrarme el doble! ¡Pero qué disparate! A su clienta de toda la vida. ¡Ja! ­—decía mientras giraba, desenvolviéndose­­—. Tuve que ir a una de esas monstruosas cadenas de supermercados. ¡Los empleados ni siquiera podían encontrar dónde estaba su propia cabeza!
Agatha, que parecía hablar consigo misma, apenas le había prestado atención. Una vez que la joven terminó de quitar el ovillo, la mujer exhaló una gran cantidad de aire como si estuviese liberándose de toda la energía negativa que había acumulado.
—Gracias, encanto.
Finalmente, cuando sus ojos oscuros se detuvieron en los de Rachel, su semblante cambió.
—¿Eres la nieta de Yoko? ¿Rachel? —preguntó sorprendida—.
—Sí —contestó algo tímida.
—Has crecido —susurró conmovida.
Luego se acercó y la abrazó. Rachel se había quedado parada como una idiota mientras su fragancia de vainilla la inundaba. Recordó que tenía ese mismo aroma cuando la conoció por primera vez. En aquel entonces, ella la observaba con ojos infantiles, desconfiada, pensando que se parecía a la bruja de un cuento, toda despeinada y con dientes grises. Pero aquella peculiar mujer era amable, y le había pedido que la llamase "tía Agatha".
—¿Abuela...?
Bonnie apareció con una nueva muda de ropa al mismo tiempo que Lonnie y Ava, que se habían quedado admirando la escena. La Sra. Boucher les contó que no veía a Rachel desde sus seis años. Prepararon té y todas se sentaron en el salón.
—Yo solía cuidarte cuando eras una niña —dijo luego de dar un sorbo a la taza humeante con olor a manzanilla.
La mujer se había sentado en el sillón, ayudándose con un bastón de madera que tenía una cabeza de búho.
—Casi lo había olvidado por completo —indicó Rachel—. Pero ahora tengo algunos vagos recuerdos.
—Por supuesto, eras muy pequeña ­—coincidió Agatha—. Antes de que Bonnie naciera.
—¿Conociste a mi madre? —preguntó ilusionada la niña.
Rachel creía recordar su sonrisa, aunque aquello no era demasiado.
—Fue hace mucho tiempo... —contestó Agatha, que parecía querer evitar el tema.
El rostro de Bonnie se ensombreció y Rachel sintió pena por ella. Luego de beber el té, Agatha se reclinó y tomó una pipa de la mesita que tenía a su lado.
—Sabes que no deberías fumar —le reprochó su nieta.
Agatha debía rondar los setenta años.
—Tonterías, los viejos como yo podemos hacer lo que queramos —se justificó haciendo gestos con la mano. Luego, mientras le ponía tabaco a su pipa, dijo—: ¿Qué tal se encuentra Yoko? No recuerdo la última vez que hablamos.
Las demás miraron a Rachel y ella les devolvió una mirada sorprendida. Pensaba que Agatha se había enterado de su fallecimiento, aunque no recordaba haberla había visto en la ceremonia.
—Ella... ella falleció hace unos días —comunicó evitando su mirada.
Agatha se quedó inmóvil por un momento y su cara enmarcada por las arrugas pareció marchitarse.
—¿Está muerta?
—Tenía leucemia —dijo Rachel extrayendo la carta de su morral y entregándosela. Luego agregó—: Te dejó esto.
Agatha tomó el sobre y se quedó mirándolo.
—Niñas, dennos un momento —pidió Agatha a las demás.
Las tres obedecieron y se marcharon, pero no sin que antes notase sus miradas cargadas de curiosidad.
—¿Has llegado a verla? —le preguntó la mujer—. Ella realmente estaba ansiosa por...
Rachel movió negativamente la cabeza.
—Es una lástima... —murmuró, luego aspiró su pipa y dijo—. Déjame decirte algo, Yoko y yo nos parecíamos mucho y a ambas nos consideraban unas viejas locas. Así que no dejes a la gente meterse en tu cabeza.
—Ella habló de una maldición en la carta que me dejó —indicó Rachel—. Dijo que tenía pruebas y que te las había dado a ti.
Aquello pareció tomarla por sorpresa.
—Bueno, iba a leer esto después... pero quizá deba hacerlo ahora —consideró.
Sacó la carta del sobre y se la pasó.
—¿Podrías leerla para mí? Mi vista ya no es la de antes.
—Por supuesto —se apresuró a decir Rachel, quien había estado aguantándose las ganas por mucho tiempo.
Sintiendo como su corazón comenzaba a acelerarse, se aclaró la voz y comenzó:

Agatha:
En mi último viaje, antes del avance de mi enfermedad, me dirigí al sur de Francia, al pueblo donde naciste. Allí la gente era muy supersticiosa y había un gran revuelo por el eclipse que ocurriría ese año. Le pregunté a una mujer qué era lo que estaba alterando tanto a las personas y, con mi escaso francés, pude entender que se trataba de alguna superstición llamada "La maldición de los hermanos". En ese momento supe que había encontrado algo. Intenté conseguir más información al respecto, pero nadie quiso decirme nada, ni siquiera al ofrecerles dinero. Solo pude obtener de aquella mujer una dirección.
Siguiéndola, encontré una antigua mansión abandonada que poseía alguna clase de templo. Aunque todo estaba destruido y en ruinas, al ver el altar y aquellos extraños símbolos, sentí escalofríos. Revisé la mansión de arriba abajo, pero entre tanta destrucción solo pude encontrar la fotografía de dos niñas. Era una fotografía ordinaria, pero cuando le di la vuelta y leí: "Leda et Agatha, âge: 15", creo que casi me da un ataque. Tú sabes que yo nunca creí en las casualidades y encontrar aquella fotografía lo confirma. Mientras escribo esto, recuerdo las historias que me contaste, y ahora finalmente sé que tú y yo no nos encontramos por mera casualidad. ¡Eran tú y tu hermana! Pero lo más extraño no fue aquello, sino que Leda llevaba puesto un collar idéntico al que le di a mi Rachel, solo que el de Leda era oscuro. ¡Tiene que significar algo! Estoy segura de que ustedes vivieron aquí y sé que has pasado por cosas horribles en este lugar, tan horribles que nunca pudiste contármelo todo.
Agatha... nuestras historias se conectan de alguna forma y aunque sé lo difícil que ha sido para ti olvidarlo todo, creo que la respuesta podría estar en tu pasado, en tus recuerdos. Necesito que hables con Rachel y le entregues todo lo que te he pedido que guardes por mí. Si realmente su futuro tiene que ver con tu pasado, puede que mis nietos corran más peligro del que yo pensaba...

Se podía ver en la letra que las últimas palabras habían sido escritas deprisa y que la carta terminaba abruptamente. Agatha contemplaba atónita algo más que había sacado del sobre. Era la fotografía de la que hablaba Yoko. En ella había dos niñas idénticas de cabello castaño tomadas de la mano que miraban a la cámara. Y aunque sus rostros eran iguales, sus expresiones eran completamente distintas. Las manos de la anciana comenzaron a temblar y dejaron caer la fotografía al suelo.
—¿Agatha...? —preguntó Rachel cuando vio que la mujer se levantaba y se llevaba una mano al pecho.
Se acercó a socorrerla al verla con dificultades para respirar.
—¡Ayúdenme! —comenzó a gritar—. ¡Llamen a una ambulancia!
Sus amigas se acercaron corriendo y llamaron a emergencias. Luego de quince minutos todavía se encontraban en la sala mirándola con preocupación.
—Estoy bien... —dijo finalmente la anciana.
La ambulancia llegó media hora más tarde y para ese entonces la mujer ya había regresado a la normalidad. Sin embargo, el doctor la revisó.
—Creo que encontré al culpable —indicó él. Se acercó a la mesita de luz y recogió la pipa de madera—. No debería fumar, señora Boucher.
—¡Te lo dije! —le reprochó Bonnie.
Agatha puso mala cara.
—Es terrible lo que el tabaco hace al cuerpo —estableció el joven doctor—. Y más para alguien de su edad.
Ava le echó a Lonnie una mirada acusadora, ya que ella también fumaba "a veces". La anciana se mostró huraña con el doctor en todo momento, al parecer no le agradaba demasiado.
—¿Entonces ella se encuentra bien? —preguntó más calmada Rachel.
—Deberá pasar por el hospital para hacerse algunos estudios..., pero se encuentra bien —consideró mientras tomaba un bolígrafo y escribía en una libretita que sacó de su bolsillo—. Aquí le apuntaré todo.
Le ordenó descansar y luego se retiró amablemente.
—Si yo fuera ustedes, tiraría esa cosa —le susurró a Ava antes de marcharse.
—Te dije que no deberías fumar —volvió a repetir Bonnie, mientras ella y Lonnie ayudaban a la mujer a subir las escaleras.
—Sí, lo sé... —suspiró resignada Agatha.

...

Mientras las tres guardaban sus cosas para irse, Rachel divisó los diarios de Agatha sobre el mueble en donde los había dejado. En ese momento, algo la incitó a tomarlos y aunque sabía que estaba mal, guardó los cuadernos dentro del morral.
—¿Qué es lo que le pasará a Bonnie si Agatha...? —preguntó Lonnie mientras subía a su bicicleta.
—Me lo he preguntado muchas veces —contestó Ava suspirando.
El sol comenzó a ocultarse entre los árboles y finalmente desapareció en el horizonte.

El Lobo está viniendoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora