Cuando Rachel terminó de leer el último párrafo se quedó paralizada. Su mente no dejaba de repetir las últimas palabras de Leda. Estaba claro que Clémence no se había fugado con algún hombre ni había abandonado a sus hijas. El hecho de que no hubiera nada más escrito por la joven Agatha que revocara aquella creciente sospecha, le producía una mayor convicción. Henri había matado a su propia esposa y se la había dado de comer a sus hijas. Ese pensamiento era irreal, parecía sacado de alguna película de terror o de una terrible pesadilla. Se paró y comenzó a caminar de un lado a otro. Gemma, que estaba recostada sobre la cama, la seguía con la mirada. No se había percatado de que su madre la había llamado desde el piso de abajo dos veces hasta que irrumpió en la habitación con el rostro rojo por el enfado.
—¿No me has oído llamarte? —preguntó con mala cara. Traía el teléfono en una mano y lo tapaba con la otra, para que la persona que estaba del otro lado no la oyera—. Es Agatha Boucher.
—¿Agatha? —preguntó casi atragantándose por la sorpresa.
El rostro de su madre pasó del enojo a la curiosidad. Rachel a veces se sorprendía a sí misma pensando en los rasgos propios que había heredado de cada uno de sus progenitores, y si bien la dificultad para demostrar sus sentimientos provenía de su padre, la curiosidad era una cualidad innata proveniente de su madre.
—¿Por qué quiere hablar contigo? —le preguntó interesada.
Rachel movió negativamente la cabeza para demostrar que ella tampoco lo sabía, su madre le pasó el teléfono pero no se fue.
—¿Hola?
—Hola, querida —contestó una voz alterada por años de tabaco—. ¿Es un mal momento?
—No, claro que no —sostuvo bajo la mirada de su madre, a quien le hizo un gesto y se retiró de la habitación—. Podemos hablar.
—Siento no haberte llamado antes —se excusó Agatha.
Rachel tuvo el presentimiento de que estaba fumando.
—La muerte de Yoko ha sido un golpe duro y ha removido algunas cosas en mi interior, ¿sabes?
—Lo entiendo —dijo sentándose en la cama.
—Yoko era una buena amiga... —prosiguió la anciana—. Solo quería decirte que ya tengo sus cosas, ¿puedes pasar a buscarlas?
Aquello había sido tan inesperado que comenzó a tartamudear.
—Por... por supuesto.
—Muy bien, te estaré esperando.
Luego se despidieron. Rachel se levantó rápidamente tropezando con la alfombra, la llamada la había tomado desprevenida. Mientras bajaba apresuradamente las escaleras, se cruzó con Abbie.
—¿Qué era lo que quería? Hace bastante tiempo que no hablaba con ella... —curioseó.
—Tiene algunas cosas de la abuela que quiere darme —respondió Rachel, sin especificar demasiado—. ¡Vuelvo en un rato!
—Casi no has descansado estos últimos días. El doctor dijo que...
—Prometo hacerlo cuando vuelva —añadió rápidamente.
Su madre suspiró y se alejó moviendo la cabeza resignada.
Mientras pedaleaba por el interior del bosque, Gemma la seguía encantada de poder trotar en libertad, todavía no habían conseguido comprar una nueva correa. En ocasiones, se detenía para disfrutar de nuevos olores, aunque no todos eran gratos. A mitad de camino, el animal encontró una pequeña ardilla muerta y parecía no querer alejarse de ella.
—¡Gemma, sal de ahí!
Se tapó la nariz sintiendo pena por aquel animalito que le recordó a la ardilla del Pink Palace por su cola despeluchada. La observó un momento con el ceño fruncido, debía dejar de encontrar coincidencias en todos lados o terminaría volviéndose loca como su abuela. Volvió a la bicicleta y ambas siguieron su camino.
...Al llegar quiso enviarle un mensaje a Lonnie, pero como era de esperar, había olvidado su móvil. ¿Cuántas veces debía olvidarlo antes de considerarse a sí misma una idiota? Tocó tres veces la aldaba para anunciarse y Agatha apareció tras la puerta. Antes de que pudiera decir algo, el rostro de la anciana se contrajo por el miedo. Su mano temblaba señalando a Gemma, que había intentado acercarse para saludar, pero al ver su reacción, se había quedado quieta analizando la situación.
—Agatha, ¿se encuentra usted bien? —preguntó cautelosa—. Ella es Gemma, es muy dócil, no va a hacerle daño.
Sin embargo, el rostro asustado de la mujer seguía siendo el mismo.
—Oh, sí..., claro —balbuceó tomando el brazo de Rachel para afianzar su equilibrio.
Recordó que en los escritos decía que ella y su hermana les temían a los lobos, y su perra bien podía confundirse con uno. Entonces la dejó en el patio y luego se dirigió a la cocina, en donde Agatha preparaba té.
—¿Quieres uno? —le ofreció mientras agregaba algunas hierbas dentro del agua caliente.
Rachel negó con la cabeza. Luego tomó un atrapa sueños color crema que estaba colgado en el pasillo. La casa estaba llena de ellos.
—¿Tiene miedo a los perros?
—¡No! Los perros son adorables —estableció la mujer—. Pero ella es demasiado similar a...
—Un lobo —finalizó observando su reacción.
—Precisamente.
En vez de acomodarse en el salón, se dirigieron a un pequeño invernadero que conectaba la casa con el patio trasero y con la cocina. El lugar estaba lleno de ventanales, Rachel podía ver a su perra pasear por el jardín mientras ambas tomaban asiento en una mesita de color blanco. Había flores y hierbas por todo el lugar, algunas robustas velas y muchos atrapa sueños como en el resto de la casa. Definitivamente recordaba ese lugar mágico y aquella sensación de estar lejos del resto del mundo.
—Este solía ser tu lugar favorito —le indicó Agatha, mientras bebía un sorbo de té y el aroma a manzana inundaba el lugar—. Siempre estabas tratando de sacar mis lirios del agua.
Rachel se acercó al pequeño estanque y miró las pálidas flores flotantes.
—Lo recuerdo —dijo con una sonrisa.
Tocó el agua con su dedo provocando que se generaran ondas en la superficie.
—¿Cómo es que llegué aquí en primer lugar? ¿Cómo conociste a mi abuela? Tengo tantas preguntas...
Agatha sonrió.
—Parece que sigues siendo igual de curiosa. —Volvió a tomar un sorbo de su té y luego prosiguió—: Bueno, conocí a Yoko en una institución.
—¿Una institución mental? —inquirió Rachel tratando de averiguar los detalles.
—Sí, un manicomio, la casa de la risa o como quieras llamarlo —indicó volteando los ojos—. No sé por qué las personas son tan susceptibles con ese tema.
—Lo siento...
—Como decía, allí nos conocimos y nos hicimos buenas amigas, por lo que cuando ambas estuvimos fuera, continuamos en contacto. Un día, Yoko llamó para pedirme ayuda. Tus padres no querían tener nada que ver con ella, la habían descartado de sus vidas como a un zapato viejo, pero estaban en busca de una niñera, entonces me convenció de que me ofreciera como voluntaria para venir aquí y poder verte.
Rachel apartó la cabeza del agua.
—¿De verdad?
Gemma había encontrado un palo y estaba echada sobre el pasto, masticándolo. Agatha la miraba mientras hablaba.
—Lo hizo para poder estar contigo —continuó la mujer—. La familia es lo más importante y, a veces, no te das cuenta de ello hasta que es demasiado tarde.
Algunos fragmentos de recuerdos afloraron en su mente adormecida, se mezclaban y se solapaban como si se tratase de un sueño. Recordó a su abuela meciéndola sobre un columpio que ya no estaba allí, vio a ambas recogiendo flores del invernadero y también jugando al lado del aljibe.
—¿Alguna vez hubo un columpio aquí?
—Fue un regalo de tu abuela —respondió Agatha con gesto afirmativo.
Rachel se acercó y se sentó a su lado. En ese momento, sintió la necesidad de hablar con claridad.
—¿Yoko te habló alguna vez de la maldición? —preguntó.
—Claro que sí —estableció la mujer—. Gastó gran parte de su fortuna viajando tratando de descubrir por qué la muerte perseguía a tu familia.
—¿Y tú le creías? —redobló la apuesta, con una mirada intensa.
—Por supuesto. No porque algo escape a nuestro entendimiento quiere decir que no sea verdad. Recuerda eso —señaló—. Pero yo estaba enfrentando a mis propios demonios y creo que por eso nos distanciamos.
—Ella dijo que hay papeles que lo prueban —indicó Rachel.
—Sí, me mostró algunos documentos en japonés que no logré comprender, pero siempre guardé todo lo que me enviaba. —Se levantó ayudada por su bastón y tomó un pequeño baúl de madera que puso sobre la mesa. Sacó una pequeña llave de su bolsillo y se la entregó— Todo está aquí.
Agatha tomó su pipa y la encendió. Rachel se quedó mirando el baúl por un momento, cuando estaba por abrir el candado, la mujer la detuvo.
—A veces es mejor dejar el pasado atrás... —sostuvo con mirada cansada.
Comprendió que la anciana no quería, o no le interesaba saber qué había en su interior. Al parecer, su abuela había agotado la paciencia de todas las personas que había tenido alrededor. Aquel pensamiento la entristeció.
—Gracias por todo —dijo dirigiéndose hacia la salida.
—Espero sirva para algo —expresó sincera Agatha mientras la despedía—. Oh y... ¿Rachel...? Quien te haya hecho eso tendrá su merecido —le dijo enigmática, señalando la herida de su frente.
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El Lobo está viniendo
Mystery / ThrillerSaga "El Lobo" Libro 1 "El Lobo está viniendo" La fina línea que separa la realidad de la fantasía se vuelve borrosa cuando Rachel, una chica de diecisiete años, comienza a convencerse cada vez más de que su hermano pequeño morirá antes de su próxim...