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Carl caminaba por las calles del pequeño pueblo.
Él y su padre habían pasado la noche en una de las casas, el hombre estaba terriblemente golpeado, gracias al gobernador, por lo que ahora estaba durmiendo.
El niño había aprovechado ahora salir de la casa.
La verdad sólo quería distraerse.
De todo, de la pérdida de su hermana, y de la mayoría de la gente de la prisión.
De la pérdida de Cameron.
El niño se acercó a una de las casas.
Observó la puerta, antes de correr hacia ella, intentando abrirla.
Pero sólo se cayó.
Carl se quedó en el suelo unos segundos, para luego volverse a levantar.
Imaginaba a Cameron riéndose de él, para luego caminar a la puerta y solo abrirla.
Una pequeña sonrisa se formó en su rostro, una triste sonrisa.
Simplemente se acercó, haciendo presión en la puerta por unos minutos, hasta que finalmente se abrió.
Él entró con su arma en alto, en caso de que algo se acercara, y caminó hacia la cocina.
Empezó a revisar los muebles, buscando todas las latas de comida que habían, guardándolas en el bolso que llevaba.
Y luego se volteó, y vio un poco encima suyo.
Pudín.
El niño sonrió, colocando una silla, para poder alcanzar la gigantesca lata de pudín.
Cuando finalmente la tenía, regresó a la cocina, sacando uno de sus cuchillos, para empezar a abrir la lata.
Hasta que escuchó una voz detrás de él..
La voz de ella.
—¿Me estás robando los suministros, engendro? No creas que no recuerdo que le debes a Daryl su pistola, y me vienes a quitar mi comida.
Carl se volteó, casi sin creer que no estaba alucinando.
Cameron estaba frente a él, a unos metros, estaba llena de sangre, que a ese punto ya estaba seca, y tenía una venda alrededor de su torso.
—Estás viva...
—Tristemente sí. –susurró, mientras caminaba hacia él.
Carl notó sus ojos cristalizados, y la abrazó.
Cameron correspondió de inmediato, aferrándose a él, mordiéndose el labio para no llorar.
