Capítulo 32.

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- ¡Deja de mentir! –Exigí e hice una pausa- Me hiciste una promesa madre, me dijiste que no volverías a mentirme, me lo prometiste.

-No debías leerlas –Aseguró Sam.

-No fueron una o dos, fueron setenta y tres –Reclamé e hice una pausa- Por leer una carta no significa que vaya a irme con él, no lo voy a hacer.

Suspiré profundamente y me volví a acercar a ella.

-Entiende que me mentiste cuando lo único que te había pedido era que no lo hicieras, y aun así lo hiciste setenta y tres veces, a pesar de que me viste llorar hasta dormirme durante meses, ¿Acaso tan poco me quieres? –Dije.

-Lo hice porque te amo, necesitaba protegerte –Argumentó Sam.

- ¿Protegerme de qué? –Pregunté- Si me quieres mantener en una burbuja. Por más de que nunca más vuelva a estar con él tenía derecho de leer cada una de esas cartas y esto no tiene perdón.

-Pero Kat... -Murmuró Sam.

-Pero nada, mamá, has jugado muy sucio, quiero que me des las cartas –Pedí.

-No puedo Kat –Contestó Sam.

-Son mías, las escribieron para mí, tengo derecho de leerlas –Aseguré.

-Tiene razón Sam, debes darle esas cartas –Afirmó Denisse- El problema fue tuyo por no hablar a tiempo.

Sam se fue casi sin decir palabras, volviendo al poco tiempo con una caja de metal, la cual me entregó al mismo tiempo que se escuchó la puerta abrirse por la llegada de Patrick de la escuela.

- ¡Kat! –Exclamó Patrick.

Mientras me abrazaba la cintura, limpié las lágrimas que habían caído casi sin aviso por la bronca que la situación me generaba pero él por suerte no lo había percibido, se debía mantener ajeno a toda esta situación, no debía ni siquiera saber los motivos de mi regreso, al menos por ahora ya que sólo tenía ocho años.

-Lávate las manos, que ya prepararé tu merienda para que la tomes –Manifesté.

-Está bien –Contestó Patrick.

Luego besó mi mejilla y se fue.

-Esto no se hace –Comenté- Espero entiendas el error que cometiste.

Llevé esa caja a mi habitación, hice lo que le prometí a mi hermano y una vez que dejé todo listo me dirigí nuevamente a mi cama. Leí cada una de ellas, en el orden correspondiente. Samanta se había recuperado con éxito, perdió poco pelo en el proceso y también me extrañaba, Oriana había desaparecido de sus vidas por completo, Juan preguntaba por mí, contaba que extrañaba mis crepés y mi compañía en las mañanas temprano también, ¡Samuel se había hasta casado! Eso logró sorprenderme por completo, Pablo estaba en su anteúltimo año de carrera. Todos decían extrañarme, yo al principio también lo hacía, comentaba que había conseguido mi dirección del registro de donantes de médula ósea. No había nada de malo en las cartas, de todos modos cada una de ellas estaba abierta de antes, seguramente leídas por mi madre.

Miré la hora y vi que se me estaba haciendo tarde, me lavé la cara y me cambié de ropa, tomé las carpetas que necesitaba y me dirigí a mi otro trabajo: Dar clases a los niños del pueblo, por un monto bastante menor, ya que a mí también me hubiera gustado tener esta posibilidad, a veces me pagaban con conservas que recibía con gusto, algunas veces con verduras de las propias huertas de las familias, la mayoría de esos niños le ponía tanto empeño que lograban sobresalir, lograban ser el orgullo de esas familias y esa era la mejor paga de todas.

Lamento Haberme Enamorado de tíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora