Capítulo 25.

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  Esperé a que Patrick estuviera lo suficientemente dormido como para que no notara mi partida. Besé su frente dulcemente, tomé el bolso con las pocas cosas que tenía ya que la mayoría las había dejado aquí, tomé un par de esos pastelitos que habían sobrado porque por más de que siguiera esa receta al pie de la letra diez mil veces, ninguna de ellas me salía de la misma forma a como las preparaba, me ayudaría a no extrañara tanto. Me fui en plena madrugada, con un poco de miedo de que algo pudiera pasarme pero afortunadamente nada había pasado, llegué tranquilamente.

Llegué a la casilla con el boleto bastante roto, estaba dividido en nueve partes.

-Hola, tengo un viaje a ciudad pero tuve un problema con el boleto -Comenté.

- ¿Qué ha pasado? ¿Desea cambiarlo? -Preguntó el empleado.

-Mi hermano pequeño lo destruyó mientras jugaba y lo descubrí tarde -Comenté.

- ¿Lo tiene aquí? -Pidió el empleado.

Le di cada uno de los pedazos, me pidió todos los datos nuevamente y logró volver a imprimir ese boleto. Me subí al colectivo correspondiente que llevaba a la ciudad, cuando llegó ya no había vuelta atrás: Nuevamente desobedecí a mi madre.

El camino se me hizo corto, parecía que apenas había parpadeado y ya había llegado a la terminal de la ciudad. Me bajé con mis pocas cosas, estaba amaneciendo y el cielo se veía perfecto, caminé tranquilamente hacia la mansión mientras veía como las personas se iban a sus respectivos trabajos, con ojeras y el mal humor a flor de piel, yo estaba cansada también por lo que un poco los entendía.

Toqué las puertas del área de servicio esperando que no fuera tan temprano y que estuvieran todos dormidos, tuve que esperar cerca de una hora hasta que Samuel me abrió.

- ¿Qué haces ahí? ¿No sientes el frío? -Consultó Samuel preocupado.

-No tenía llave -Conté.

-Bienvenida Katrina -Dijo saludando Samuel.

-Gracias Samuel -Contesté.

- ¿Cómo te fue en tus vacaciones? -Preguntó Samuel.

-Ni bien, ni mal, hubiera preferido no pelear -Comenté.

- ¿Quieres un café? -Invitó Samuel- Para que se te pase un poco el frío.

-Claro que sí, amigo -Acepté.

Me senté en la cocina, él me preparó el café como pocas veces pasaba, ya que era bastante común que me pidieran que lo hiciera aunque casi nunca lo probaba siquiera. Rodeé con mis manos aquella taza color verde oliva, la acerqué a mi rostro para sentir su dulce aroma. Así era él: Parecía alguien muy recto pero en realidad era muy cálido y dulce, logré hacerme muy amiga de él con el tiempo, esperaba esta relación se fortaleciera.

- ¿Qué me he perdido en estos días? -Pregunté impulsivamente.

Porque esa pregunta había salido sin haber pensado en hacerla.

-La señorita Oriana no ha dejado de llorar -Comentó Samuel.

-Eso me apena mucho -Manifesté.

¿Por qué iba a alegrarme por su sufrimiento? Por más de que haya sido decisión de Pablo en hacer lo que hizo, quizá no lo había hecho del mejor modo, nunca sería el modo dejar a alguien llorando por un par de días.

-No estuvo bien el comportamiento del joven Pablo, pero bueno, es su vida. En todos años que llevo trabajando aquí nunca había visto a nadie llorar tanto -Aseguró Samuel.

- ¿Sabes por qué se comprometieron? -Consulté curiosa.

-Cuando la señora Giuliana se enfermó, Una mujer llamada Paula, parte de una familia amiga de clase media, le donó una parte de hígado a la señora. El señor Juan quiso pagarle una fortuna a cambio de ese favor. Y por eso me sorprende tanto que aunque muchos conocen esto, la donante de médula para Samanta no haya pedido recompensa, pero bueno -Contó Samuel.

Lamento Haberme Enamorado de tíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora