En el día de la despedida

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A pesar de llevar toda la noche despierta, no se sentía cansada. Había pasado las horas entre caricias, besos y tratando de no gritar el nombre de Natalia; hablando en la oscuridad, ignorando el transcurso del tiempo y la inminente despedida. Tal y como su novia había propuesto. Lo que parecía un imposible, con el paso de las horas, se convirtió en una realidad.

Pero el sol estaba a punto de asomar. La oscuridad pronto sería sustituida por la luz, las motas de polvo flotarían en el aire y llenarían toda la habitación. Una habitación que todavía no le pertenecía a la joven que la abrazaba por la espalda. Llenando su piel enrojecida de más besos, de caricias que le erizaban la piel y el pecho de un amor que jamás creyó llegar a sentir. Parecía que Natalia ronroneaba a la altura de su oreja mientras volvía con la tanda de besos. Subía hasta su sien, bajaba por su cuello y terminaba en su hombro. Y así estuvo un buen rato. Haciendo tiempo hasta el amanecer.

En silencio, cazó su mejilla para retener sus labios en su cuello. Cerró los ojos y Natalia lo hizo al mismo tiempo. Depositó el último, lento, sincero y pesaroso. Se quedaron en la misma postura, ninguna habló durante otro largo rato, volviendo a deshacerse en pausadas caricias por la piel de la otra.

—¿Te acuerdas del primer día en este piso?

—Claro que me acuerdo. Fue la maratón de Star Wars—sonrió ladeando el cuello con una pequeña sonrisa.

—Luego te quedaste a dormir.

—Y dormimos muchísimo—se unió a la risa de su novia, acariciando su nariz con la suya.

Aquel día parecía tan lejano ahora.

—Ojalá pudiera quedarme siempre contigo, Nat.

—Oye, dijimos que esta noche íbamos a olvidarnos de la realidad.

—¿Cómo voy a olvidarme?

Suspiraron a la vez, con la mirada fundida en la de la otra, aguantándose las lágrimas. Natalia la giró del todo para poder abrazarla de frente. Sus ojos gritaban un quiero mirarte sin impedimentos, quiero contemplar la miel de tus ojos una última vez.

—Si te digo la verdad, no puedo dormir. Pensaba que tú lo hacías y no te quería despertar.

—Yo tampoco—repasó con la yema de su índice el marcado pómulo. Las puntas de sus dedos se rozaban.

—Ya sé que no vas a hablarme del futuro, pero... ¿merecerá la pena?

—Depende de a qué te refieras.

—A las personas como tú y yo. Repasando lo que me dijiste una vez, el día que me pediste salir formalmente—parecía tan lejano en perspectiva...—, comentaste que besarse en público no sería un problema. ¿Es cierto?

Alba dudó unos segundos. ¿Era peligroso que tuviera ese tipo de información? Definitivamente sí, pero confiaba en que nadie más lo supiera, que Natalia no lo hiciera de dominio público.

—Sí.

—¿Qué más?

—Nat, no queda tanto para que el matrimonio homosexual sea legal, por ejemplo. Y es todo lo que voy a decirte. Porque, a pesar de conseguir bastantes derechos, nunca será suficiente. En mi época, todavía hay que pelear por normalizar algunas cosas.

—¿En serio? Me imagino casándome contigo.

—¡No digas eso!

—Lo haría—afirmó con la mirada brillosa y mostrando la sonrisa de dientes separados.

—Solo hace un año que me conoces.

—Suficiente para saberlo.

—Aunque sea imposible.

Garito temporalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora