Tiempo II.

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—No sé cómo me he dejado convencer de esto.

Murmuraba Natalia ajustándose las gafas de sol al bajarse del taxi y acercándose a Alba, que la esperaba desde hacía cinco minutos a pocos pasos de la puerta.

—Solo tienes que ayudarme a entrar sin que parezca que me estoy colando.

—Es que te estás colando—susurró bajo la capucha que la ocultaba—. Me siento usada.

—Bueno, es que un poco sí te estoy usando. Pero porque tú has querido.

—Si casi me has obligado—se quejó echando a andar hacia el interior.

El plan, urdido por nuestra viajera del tiempo, no era otro que utilizar el estatus de Natalia para poder entrar a la habitación de Rodrigo y hacerle una visita. Como buen hijo de familia adinerada, estaba en una clínica privada. Por lo que la seguridad estaba a la orden del día. Confiaba en que, una vez dentro, pudiera escabullirse y colarse en el despacho del médico que llevase al empresario y así poder echar un vistazo al historial médico. Natalia tendría que entretener todo lo posible a dicho médico mientras ella estuviera dentro de la consulta. Como plan planteado así, a la prisa, no estaba mal.

—Buenas, tardes. He venido a visitar a uno de sus pacientes alojados en planta. Rodrigo Montesinos Valenzuela.

—El señor Montesinos no puede recibir visitas...

—Imagino, dado su estado.

Alba, tras la guitarrista, observó como la recepcionista echaba una mirada desconfiada a Natalia. No era para menos, sabiendo que estaban en una clínica privada rodeada de pijos y una joven de casi dos metros se presentaba con sudadera, gorra calada hasta las cejas y gafas de sol.

—Verá, no puedo permitir pasar a cualquiera que...

—Disculpe que me meta, pero si es por la indumentaria... Es más un método de precaución—se coló Alba en la conversación, dándole un disimulado pisotón a la punki—. Por los fans.

Natalia se apartó la capucha de la sudadera y las gafas de sol para revelar su rostro. Mostró una leve sonrisa, la más impostada —y bastante seductora— que pudo y que hizo que la recepcionista bajara la mirada a los documentos que tenía sobre la mesa. Parecía que la había reconocido. Natalia llevaba año y medio saliendo en los medios con bastante repercusión. Aunque no escuchases a los Lightning, su cara era conocida.

Se aclaró la garganta antes de hablar:

—El día que lo ingresaron, Don Rodrigo estuvo en el concierto de mi grupo. Entenderá que esté preocupada, ya que fui una de las que lo encontró tirado en el suelo—le guiñó un ojo.

Alba se mordió los carrillos para evitar reírse. Ya había olvidado la facilidad que tenía su exnovia para hacer aparecer ese personaje que había creado para el grupo. La chica macarra, segura de sí misma y con actitud chulesca que podía hacer temblar incluso a la recepcionista aburrida y cuadriculada.

—Claro, puede pasar, señorita Lacunza. Don Rodrigo se encuentra en la 117, segunda planta. El médico no tardará en pasar por allí. Debería darse prisa.

—Ella entra conmigo—señaló a Alba—. Es una de mis managers.

—Por supuesto.

—Muchas gracias—agradeció, con el mismo tono empleado.

Solo cuando estuvieron los suficiente lejos de la recepción, Alba se permitió reír. La primera barrera estaba hecha, estaban dentro del edificio. Un ascensor las conduciría hasta la segunda planta. Uno blanco impoluto, al igual que el resto de las instalaciones. En su camino hacia la jaula de acero, se toparon con un par de limpiadoras y varias enfermeras.

Garito temporalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora