Soy Alba.

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Alba iba arrastrando con su dedo la pantalla suspendida en el aire frente a ella, ampliando y anotando en los planos de la de la derecha sugerencias para futuras mejoras. Había poca luz en la estancia, a excepción de la lampara encendida suspendida sobre ella—a modo de foco— y la que generaban las pantallas. Tenía un diminuto destornillador sobre el bigote, que sostenía con su labio superior, y unas gafas apoyadas sobre la frente. En la mesa en la que llevaba trabajando desde que había llegado del pasado, había dos objetos con los que ya se había familiarizado: un audífono y un teléfono móvil antiguo desmontado por piezas. Hacía ya un par de horas que era noche cerrada, pero ella no parecía haberse dado cuenta de ello, ni tampoco de que ya tenía que bajar a cenar. Estaba completamente focalizada en acabar de una vez por todas con lo que tenía entre manos. Volvió a ponerse las gafas, presionando en la patilla derecha activando el zoom hasta lograr ver por completo el mecanismo del audífono. Con unas pinzas que sacó de un estuche, colocados a mano derecha, llevó una de las piezas del teléfono desmontado para colocarla con sumo cuidado en el audífono. Volvió a cerrar el pequeño mecanismo con una herramienta mucho más diminuta que cualquier destornillador que existiera hacía un siglo y se lo colocó en la oreja. No notó ninguna imperfección o molestia, punto positivo. Se levantó y dirigió sus pasos hacia un espejo colgado en la pared, giró levemente la cabeza y dijo: activar luz. La superficie transparente se iluminó y pudo ver perfectamente su rostro a una luz más natural. El espejo estaba calibrado para imitar ese tipo de iluminación, que pareciera que estaba a plena luz del día. La favorita de Alba. Sonrió satisfecha al comprobar que no se veía, por lo que podría llevarlo en su presente o en el pasado sin levantar sospechas. Lo peor que podría pasarle es que alguien le preguntase si era sorda, nadie podría llegar a imaginar que era un teléfono experimental entre tiempos. Solo le faltaba probarlo.

Había pasado el último mes con aquel prototipo, esperando tener éxito en aquella quimera. Teniendo en cuenta lo que consideraba importante: que fuera discreto, cómodo y fácil de usar sin que fuera evidente que llevaba algo en la oreja. Solo le faltaba comprobar su funcionalidad.

—Alba, la cen... Wow, has estado ocupada.

—Marina, ya sabes que detesto que husmees en mis cosas, pero lo que más odio es que entres a mi habitación sin avisar—se apresuró a cerrar las pantallas, que se perdieron en el aire como si no hubieran estado ahí hace un segundo.

—Perdona, friki de la tecnología. Tu habitación es un taller de cerebritos. —se disculpó arrastrando las palabras y sus pies para desaparecer cerrando la puerta. Alba rodó los ojos cruzándose de brazos.

Como esperaba, no tardó ni medio segundo en oír su voz pidiéndole permiso para entrar. Refunfuñó un adelante y la puerta volvió a abrirse.

—Gracias.

—Mamá ha dicho que bajes a cenar.

—Dile a mamá que bajo en diez minutos, que estoy liada —volvió a sentarse en la silla y cruzó las piernas.

—Oh, lo sabe. Estaba en casa cuando has llegado de vete a saber dónde y te has encerrado aquí —se sentó en la cama, tras la mesa, obligando a Alba a girar su silla.

—¿Qué quieres decir con ese tono?

—Pues que ahora he subido yo, pero como suba ella... ¿De verdad te da igual que vea este batiburrillo de cosas? —señaló el móvil desmontado y las herramientas repartidas por la mesa—. Menudo desorden, tata.

—Marina, es mi orden dentro de....

—De tu desorden —acabó la frase su hermana poniendo los ojos en blanco.

—Pues si has acabado, lárgate que estoy trabajando.

—¿En qué? Alba, que si no bajamos va a venir mamá a por nosotras. Rox ha hecho hoy un menú riquísimo, por cierto.

Garito temporalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora