Tranqui, tronca.

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Fueron saliendo uno a uno, siguiendo el orden de derecha a izquierda del escenario. Primero lo hizo S, el bajista. Iba completamente de negro y si algo destacaba era su cabeza rapada tintada de un platino que no tenía nada que envidiar a los focos. Le siguió María, la batería. Vestida con una chupa de cuero negra repleta de pinchos y una falda de cuadros en tonos rojizos, sacó la lengua alzando las baquetas a modo de saludo. El público enloqueció cuando salió Jorge, el cantante. Se pegó al micro con un guiño de su ojo derecho, tintado de negro, agradecido por la acogida. Y, por último, haciendo que el corazón de Alba diera un triple salto mortal con tirabuzón, apareció la última integrante de los Lightning: Natalia. Cigarro en mano, paquete de cerillas en la otra, caminó con tranquilidad hasta detenerse en su sitio. Lo hizo en silencio, como lo estaba la sala, solo se escuchaba el sonido de sus botas golpear el escenario. Prendió la llama con la misma parsimonia y la acercó al cigarrillo pegado a sus labios. En cuanto dejó escapar el humo, le dejó el piti a Jorge e inició el concierto con su entrada de guitarra.

Se le unió María, marcando el ritmo y segundos después lo hizo S. Para cuando Jorge comenzó a cantar, el garito ya estaba animadísimo. Alba seguía con atención el movimiento de los dedos de Natalia, hipnotizada como todos los sábados desde que descubrió al grupo. Movía la cabeza, siguiendo el ritmo de los instrumentos, gritando la letra de la canción que se sabía de memoria y sin despegar sus ojos de la guitarrista. Repasó el tatuaje de su mano derecha, la que rasgaba las cuerdas. Aquel mandala, que siempre le había resultado atrayente a la par que familiar, la había fascinado desde el primer día. Se detuvo al mismo tiempo que ella, cuando María se quedó sola con la batería, en un solo espectacular. Y la guitarrista, preparada para entrar cuando le tocase, la miró desde allí. Sonrió, acercándose, iniciando el rasgueo continuo, con sus ojos tintados de sombra oscura y su cresta perfectamente colocada, hasta detenerse de cuclillas a los pies del escenario. Ahí se quedó, con una sonrisa que mostraba todos los dientes y sin retirar su mirada penetrante de la de Alba. Jorge paró de cantar, S detuvo su bajo y María detuvo el golpe de sus baquetas. Natalia, en cambio, no dejó de tocar. Por supuesto, era parte de la canción, pero para Alba fue como si una corriente eléctrica la recorriera de pies a cabeza. Como si fuera la primera vez que escuchaba aquel solo. Como si el tiempo – irónicamente – se hubiera detenido en ese instante. A pesar de que fuera imposible. Podía notar que su pelo se electrificaba con cada golpe de guitarra que presenciaba, con la sonrisa de aquella punki a un metro de ella, lo que la separación del escenario y el público en primera fila permitían.

Jorge empezó el último estribillo, desgañitándose, haciendo que Natalia se levantara con un último guiño fatal para nuestra protagonista, que sintió como un disparo fulminante en su centro gravitacional. Se llevó la mano tatuada a la oreja y cogió el piti que tenía allí para colocarlo, apagado en sus labios. Cuando la siguiente canción comenzó, Alba todavía no se había recuperado de aquel choque de miradas. Su corazón latía más rápido que nunca, pero eso no la detuvo para seguir dándolo todo, experimentando entonces un concierto muy distinto a los anteriores.

Porque Natalia la había mirado alguna vez, pero nunca había interactuado con ella. Ni con nadie. La guitarrista siempre se paseaba por el escenario, se acercaba a sus compañeros de grupo y saltaba o se arrodillaba en el suelo en algunos de sus solos. Pero nunca había hecho nada parecido a lo de esa noche. No tardó, sin embargo, demasiado en volver a la normalidad. O eso creyó. Porque luchando contra su propio deseo, no pudo evitar que sus ojos volvieran a buscar los de Natalia. Lo intento, de verdad que sí, pero aquella noche la atracción que la joven guitarrista causaba en ella, multiplicada después del cruce de miradas, le impedía centrarse durante mucho rato en sus compañeros.

- Menudo concierto, flipando con estos. – botó en el sitio, a pesar del sudor que recorría su cara y la respiración acelerada, Carola.

- Tronca, echa el freno, te va a dar un síncope – la abrazó por los hombros Nacho con una sonrisa.

Garito temporalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora