Echa el freno, madaleno.

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Se bajó del autobús con S pisándole los talones. Pasaban las seis de la tarde del viernes 29 de noviembre y sentía el peor cansancio físico y mental de sus veintidós años de vida. Estar pendiente de que su amigo no hiciera nada sospechoso, como llamar a alguien en un despiste tonto de ella para pedir papelinas, era agotador. Todo había empezado la noche que se quedó a dormir en su sofá. Tuvo que desconectar el teléfono, echar la llave de la puerta y al no fiarse, durmió a saltos. Al día siguiente lo pasó en el trabajo, también con mil ojos puestos en él. Su amigo por suerte no intentó nada, pero se fiaba muy poco de su palabra de que controlaba. Para su consuelo, no se había puesto agresivo. Se suponía que solo se quedaría una noche en su casa, pero Jorge tuvo que irse con su tía a no sabía dónde. María quedaba descartada por vivir con sus padres. Como resultado: S pasó también la noche del jueves en su casa. Tomó las mismas preocupaciones que la noche anterior, solo por si acaso.

—Nat, vaya cara traes—la recibió María a entrar al garaje donde ensayaban siempre.

—Ojalá poder dormir una semana entera—se dejó caer sobre el sofá.

—S en cambio parece estar como una rosa. Tronco, mira como está.

—Ya os he dicho que no hace falta que me vigiléis las veinticuatro horas del día.

—Cierra el pico, anda—Jorge, que había bajado las escaleras que daban al garaje, lo obligó a sentarse en uno de los pufs—. Natalia ya nos ha contado lo de tu intento de llamada a las tres de la mañana.

—No podía dormir.

—Que se calle—se quejó con pesadez Natalia, removiendo la cabeza enterrada en uno de los cojines.

—¿Quieres una aspirina? Así no puedes ensayar.

—Lo que necesita es dormir, Jorge—María se sentó en el suelo con la espalda apoyada en el sofá.

—Una mini siesta, troncos—balbuceó Natalia, que ya estaba con los ojos cerrados deseando esa ansiada siesta.

—Son casi las siete y no hemos tenido ensayo en toda la semana. Que los conciertos van rodados, pero podemos mejorar.

—A costa de mi salud.

—Ay, Nat.

Igual se estaba pasando un pelín de dramática.

—No ha dormido por mi culpa, cojo yo la guitarra y que ella se pire a su kelo.

—Lo llevas clarinete. Eres manco con la guitarra—rio Natalia, que estaba empezando a pensar que su amigo no era tan egoísta como había parecido durante aquellos dos días con él.

—Vamos a hacer una cosa. Reducimos el ensayo a una hora. Acabado ese tiempo, cada mochuelo a su olivo. Menos tú, Pablito, que te quedas aquí.

—Que no me llames Pablo—se cruzó de brazos con pesadez.

—Cuando dejes de comportarte como el tonto inmaduro volverás a ser S.

—Vale, me queda clarinete. ¿Ensayamos? —se levantó refunfuñando el rapado.

A Natalia no le quedó más remedio que imitar a su amigo para hacer esa hora de ensayo de la que había hablado Jorge.

Mientras tocaba, tratando de dejar atrás el sueño que sentía, iba restando el tiempo consumido de ensayo. Cinco canciones menos, treinta y cinco minutos; las cuatro covers nuevas, veinte minutos; <<el capullo de mi jefe>>, diez minutos.

Jorge le pidió, casi en una súplica, que metieran en el próximo concierto Somebody, ya que al público le había encantado. Por lo que Natalia tuvo que ponerse en el sitio que siempre ocupaba su amigo, modificando la altura del micro para poder cantar, y dejar escapar su voz como el primer día que la cantó. Pensando, mientras las palabras huían de su garganta acompañadas por el teclado de Jorge, en lo mucho que había cambiado desde entonces todo. Había cantado aquella canción la primera vez pensando en Alba, sabiendo que la rubia estaba escuchándola. Nerviosa por aquello, creyó que había desafinado como nunca. Todavía oía la ovación del público al acabarla. Todavía sentía los brazos de Alba al saltar y abrazarla cuando aún quedaba gente por irse del Garito. Seguía oliendo su aroma cuando la cantaba, porque esa canción la eligió pensando en ella. Porque ya le gustaba.

Garito temporalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora