Mudanza.

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A partir de este cap pongo una canción de la playlist. A veces tendrá que ver con el capítulo y otras no.

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Si había algo a lo que Alba no estaba acostumbrada era a coger peso. Durante toda su vida, en el caso de tener que trasladar muebles de un lado a otro o llevar objetos pesados en general, no había tenido que preocuparse, porque ese trabajo lo hacía un robot. No fue hasta que se ofreció a ayudar a sus tatarabuelos con la mudanza que se arrepintió. Le dolían los brazos de descargar cajas de la camioneta que les había dejado un amigo de Mario. Casi no sentía las piernas de subir los tres escalones del portal. Unos escalones que el arquitecto había puesto ahí para tocar los cojones, de eso estaba segura. Lo peor llegó cuando, entre los tres, tuvieron que bajar el sofá y casi se cae de culo en mitad de la calle. Apenas pasaban coches por aquella calle, pero cuando lo hacían parecía que querían estrellarse de la velocidad que llevaban algunos.

—En cuanto acabemos te invito a un café, Alba—le dijo Paula soltando una pesada caja en el interior del piso que iba a compartir con su novio.

—¿Tienes?

—Mario todavía no se ha venido, pero yo llevo ya un par de días haciendo vida aquí.

—Pues acabemos pronto, ese café me vendrá genial.

A pesar del calor que tenía, pensar en aquel café la reconfortaba. No sabía qué tenían los cafés que tomaba en el siglo XX, pero cuando probaba los de su tiempo les echaba algo en falta. El sabor no era el mismo. Pudiera ser que las máquinas de café del futuro les hubieran quitado todo el gusto a café tradicional.

—¿Y esta lámpara?

—De Mario. Ya sabes lo obsesionado que está con el espacio—sonrió mirando las estrellitas de la lámpara de lava que sobresalía de la caja que había dejado en el suelo.

—La verdad es que no le hacía teniendo una de estas.

—Tiene objetos muy raros. A veces le pregunto y me sorprende con la explicación que me da, pero me quedaría escuchándole hablarme de lo que le gusta todo el día. Si vieras cómo se le iluminan los ojos cuando me intereso—suspiró.

Adoraba escuchar a sus tatarabuelos hablar el uno del otro con aquella sonrisa bobalicona pintada en los labios.

—¡Chicas! —escucharon la voz de Mario desde el exterior de la vivienda. Se apresuraron a salir—. ¿Podéis pillar un par de cajas?

—¿Por qué coges tantas? —le riñó su novia al ver las cinco cajas que habían subido con él en el ascensor.

Alba volvió a echar un vistazo a aquel armatoste viejo. Había subido ya al menos doce veces, pero no terminaba de fiarse de que no cayera al vacío en uno de los viajes. No le generaba demasiada confianza que pudiera ver el exterior e hiciera aquellos ruidos. Parecía que no hubiera pasado un mantenimiento en años.

—Así tardamos menos.

—Podrías haberte lastimado, bobo.

—Bueno, pues ya estás tú para cuidarme.

—Y para regañarte—negó con la cabeza con una de las cajas.

Alba cerraba la fila, rezagada, dejando que aquella breve riña continuase. Sonriendo cuando, nada más dejar Paula la caja en el suelo, Mario la abrazó por la espalda y le dejó varios besos en la mejilla que la hicieron reír. Momento que aprovechó para ir a por el resto de las cajas y dejarles que recobrasen aliento y una calmada intimidad. Habían pasado dos años saliendo, viviendo por separado, hasta que se atrevieron a dar el paso de hablar sobre vivir juntos en enero de 1988. Aunque no fue hasta marzo de ese mismo año que comenzaron la búsqueda de su hogar conjunto. Ahora, a 22 de mayo, por fin era un hecho. Tenían las llaves desde hacía una semana y Paula llevaba instalada un par de días. La despensa y la nevera ya tenían alimentos; había una televisión en el modesto salón y un par de sillones—de segunda mano— de color anaranjado a los que hacía escasos cuarenta minutos se les habían unido un sofá del mismo color. Las paredes, por el contrario, estaban pintadas en un color beis cálido y estaban desnudas de cuadros o fotografías—por el momento—. En cuanto a las habitaciones, solo había dos: el dormitorio y la habitación más grande que, según le habían comentado, convertirían en un estudio con los mil libros en conjunto y el moderno ordenador que Mario había adquirido hacía poco.

Garito temporalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora