Vueltas y giros.

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Ahí estaba, un día más, de vuelta a la rutina. Esta vez en un año distinto. 1986 había iniciado al mismo tiempo que lo había hecho para ella 2106. Lo de ir a la par con los días, se le iba a volver a hacer difícil. Para ella, el diez de enero ya había pasado. Sin embargo, no iba a dejar pasar la oportunidad de darle una sorpresa a Natalia por su cumpleaños. No se lo esperaría. Aparecería en su puerta, con la determinación que había logrado reunir tras tantas semanas distanciada. Carpe diem, se repetía. Como cuando se arriesgó por primera vez, como cuando dejó que la besara tras la puerta del piso en el que esperaba. Solo tenía que picar el timbre o pegar en la madera.

La puerta se abrió, pero no se topó con la persona que buscaba. En su lugar, lo hizo una chica de cabello rubio ceniza, casi tan alta como Natalia. Se le parecía mucho, de hecho. No podía tener más de quince años.

Esto ya lo he vivido.

—A ver si lo adivino, eres uno de los ligues de mi hermana.

—Tu hermana... Claro, su... tu hermana. —Frunció el ceño—. No soy un ligue.

—Pero has venido a verla. ¿Me equivoco? —Alba no dijo nada, amedrentada por la actitud agresiva de la chica—. Lo que yo decía. A este paso se va a tener que mudar.

—Elena, ¿quién es?

—Una fan tuya.

—No soy su... bueno, sí... pero...

—¿Otra vez? —escuchó quejarse a Natalia en el interior.

—Ya se iba...

—¡No! —gritó aguantando la puerta para que Elena no se la cerrase en la cara.

Escuchó unos pasos apresurados acercarse por el minúsculo pasillo que separaba la entrada del piso, y no tardó en aparecer la dueña de sus sueños—y últimamente su insomnio—. Que en cuanto la vio, proyectó una sonrisa que podría haber iluminado la cara oculta de la Luna. Pero que borró, volviendo a ensombrecerla por completo.

—¿Qué haces aquí, Alba?

—Es tu cumpleaños, he vuelto y...

Natalia la cogió de la mano, atravesando el umbral de su propio piso para salir al rellano. Se giró hacia su hermana.

—Elena, vuelvo en diez minutos. No quemes nada.

—Que no tengo cinco años, Natalia.

Pensaba a menudo que Natalia era como un campo magnético que la atraía. A media que pasaban las semanas de Navidad, creía que hacia su propia destrucción. Ahora, mientras la seguía en silencio subiendo por las escaleras—ya que no tenía otra opción al llevarla prácticamente a rastras—, esa idea se reforzaba. No tenía más remedio que seguirla si no quería estamparse de cara contra un escalón. Y a punto estuvo de hacerlo cuando la propia guitarrista tropezó.

Nunca había subido hasta la última planta del edificio. Hasta ahora, pensaba que no se podía subir hasta allí. Porque lo que reveló la puerta fue una azotea enorme. Había ropa tendida en unos cordeles que se elevaban en la dirección que marcaba el viento; se veían los tejados de los pisos de alrededor y una nube horrible de contaminación entorpecía la pureza del cielo.

—¿Por qué has tardado tanto? Ni siquiera me has llamado.

Le preguntó directamente, soltándole la mano.

—Te dije que no tenía teléfono...

—Corta el rollo—escupió con brusquedad—. Hace días que llegaste, Alba. Te he estado llamando, no me lo has cogido. Sí, sé que llevas días en Madrid.

Garito temporalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora