Nudo en la garganta.

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—¡Alba! —se vio elevada del suelo, envuelta en los brazos de Natalia. Las hizo girar, entre risas, como ya se había acostumbrado a hacer.

Se aferró a su cuerpo, enterrando la nariz en su cuello, abrazándola con fuerza. Como si fuese, de verdad, la última vez. Se repetía que no podía ser aquella la última. No quería despedirse de su aroma a vainilla, del tacto de su nariz en su cuello, la sensación de protección al estar en sus brazos. La sonrisa que esbozaba al verla aparecer por la puerta del Garito. El beso que llegó a sus labios al abandonar el escondite de su cuello. Los hilos finos de cabello enredándose entre sus dedos. Las caricias de los de Natalia en sus mejillas.

La risa sobre sus húmedos labios y el golpecito del flequillo sobre su frente.

—Siempre tarde.

—Me encanta hacerme de rogar—sonrió con el roce de nariz que le regaló la punk.

Si bien era cierto—por una vez— que se había hecho de rogar, la causa era importante. No había pegado ojo durante la noche por culpa de sus temores.

Con cada vuelta que daba en la cama, un nombre acudía. Cada vez que cerraba los ojos, pensaba en el hilo conductor entre Natalia y Eider. Un hilo del que debía tirar. Y mientras tanto, la culpabilidad persistía porque iba a ir al primer concierto del grupo al día siguiente, desde que firmaron con la discográfica, y seguramente el último en el Garito.

Se estaba arriesgando ya, al estar en los brazos de Natalia.

Había hecho trampas. Había buscado información sobre ella. Todo lo que le arrojó internet fue humo, sin embargo. Porque no le servía para nada.

Hablaba sobre donde nació, donde creció, de sus padres y de que tenía dos hermanos. Santiago y Elena. De sus inicios con la banda, de las letras que compuso y de que hacía las veces de cantante. Nada sobre relaciones o vida personal. Porque nunca revelaba nada claro en sus entrevistas. Aquello reducía por completo las oportunidades de Alba de indagar en la conexión con Eider.

Por supuesto, en el apartado de su vida personal, se hablaba de su sexualidad. Sin más. Porque no se le conocía pareja alguna. Alba pensó que era por la cláusula del contrato, la que le prohibía revelar absolutamente nada sobre el tema.

No llegó, sin embargo, al final.

Se negaba a saber la fecha de defunción. No era algo a lo que quisiera enfrentarse.

—Ven, te enseñaré la maqueta que tenemos.

—¿No deberías ensayar? —la amonestó tirando de su mano para que se detuviera antes de subir al escenario.

—Yo no veo a nadie aquí. Lo tenemos machacado. El concierto va a ser alucinante.

—Eso seguro. ¿Dónde están los demás?

—Creo que Jorge salió a fumar fuera. Con el frío que hace—hizo un gesto de escalofrío—. S y María estarán en el camerino, así que los verás ahí. Yo estaba esperándote, impaciente. Menos mal que te di la tarjeta y el segurata te conoce—se detuvo ante la puerta cerrada del camerino. En el interior se escuchaban voces. Y tiró de la tarjeta que llevaba colgada al cuello para atraerla hacia ella—. Dos días sin verte y ya te echo de menos.

El corazón de Alba dio varios vuelcos al escucharla. Giró la cara justo antes de que la boca de Natalia llegase a atrapar la suya. Provocando que una mueca de extrañeza se dibujase en el rostro de la guitarrista.

—¿Qué pasa?

—Nada. Es solo que me da palo que María o S nos vean. O peor, alguno de los trabajadores del Garito.

Garito temporalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora