Borrasca.

1.9K 226 39
                                    

Hacía meses que no veía a Sabela, la manager de los Lightning, pero seguía igual que siempre. Tal vez pudiera tener un aspecto más cansado—fruto del ir y venir de su trabajo—, pero el pintalabios rojo que siempre cubría sus labios seguía ahí, o los trajes de chaqueta que le daban aquel aspecto tan formal. Ambas se alegraron de verse después de tanto tiempo. Aunque las circunstancias que acompañaban el encuentro no fueran las más agradables.

—¿De verdad vas a hacerlo? —tuvo que alzar la voz por encima del sonido de las carcajadas de la mesa de al lado.

—Le debo a Natalia una. Y... en fin, creo que puedo hacerlo.

—Estás a tiempo de rajarte, Alba—le insistió la manager.

—Que no, Sabela. Ya me he comprometido.

—Okay. No te insisto más. Lo comunicaré oficialmente a los mandamases para que no les pille de sopetón.

—Gracias por la ayuda.

—No te equivoques, gracias a ti. Si no llegas a ofrecerte tendríamos que encontrar a alguien a la prisa y pagarle. Para colmo tú lo haces como un favor y gratis—el fuerte acento gallego sonó en cada frase, haciendo a Alba sonreír. Normalmente, Sabela lo neutralizaba todo lo posible—. Haré la llamada ahora mismo. ¿Dónde se habrán mentido los macarrillas?

Sabela había programado la reunión en aquel bar-cafetería, pero la banda estaba tardando ya demasiado en aparecer. El cambio horario les estaba pasando factura. Alba ni siquiera sabía qué era eso, ya que nunca había experimentado ese fenómeno de adelantar o retrasar—en este caso, al ser horario de invierno— una hora el reloj.

—Sí que es raro que no estén ya aquí. Puntuales siempre han sido.

—Eso es porque estos tienen de punkis rebeldes solo la fachada, querida—carcajeó Sabela levantándose con una tarjeta en la mano—. Voy a hacer la llamada, enseguida vuelvo.

Los ojos de Alba siguieron a la gallega hasta el teléfono público ubicado a un lado de la barra. Introdujo una moneda y le dio la espalda a la mesa que ambas ocupaban, con el auricular sobre la oreja. La vio juguetear con el cable, enrollándolo y desenrollándolo entre sus dedos. A veces echaba la cabeza hacia atrás, apartándose los mechones castaños que caían por sus hombros al asentir o gesticular. La conversación no duró más de diez minutos, pero Alba permaneció sola en la mesa y solo apartó la mirada de la puerta o de Sabela en un par de ocasiones. Al entrar en aquel bar, le llamó mucho la atención la estructura de madera que decoraba el techo, con varios arcos ojivales. Las paredes, repletas de cuadros del Madrid del siglo XIX, también recubiertas hacia la mitad de madera. Las mesas estaban fijadas al suelo, con sillas de metal y mullidos cojines. Sobre la que compartía con Sabela, casi al final del bar, había un vaso de poleo menta ya acabado y un café solo. Era la más grande, ya que esperaban a cuatro personas más.

—Los jefazos dan luz verde. Es oficial, Alba, bienvenida a la banda... temporalmente—sonrió ofreciéndole la mano para que la estrechase, mientras volvía a tomar asiento.

—Espero estar a la altura.

—Solo será un concierto. Has tenido suerte de que sea el penúltimo y que para entonces... —alzó la mano y la agitó, dejando a medias la frase. Alba se giró en su silla para comprobar que el grupo al fin había aparecido—. Llegáis tarde. Muy tarde.

—Perdona Sabela, S se ha quedado sopa y no había forma de hacerle mover el culo.

—Tío, la siesta es sagrada. Y era nuestro día libre—se quejó.

El cantante y el bajista de los Lightning llevaban apenas unos meses compartiendo piso y al pobre Jorge le traía por la calle de la amargura su compañero.

Garito temporalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora