Tiempo III

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Esa canción me parece preciosa y desgarradora a la vez. 

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Dicen que el tiempo todo lo cura. Y Alba ya se había repetido una vez aquellas palabras. Día tras día, mes a mes. Sabía que poner rumbo a su planeta, como Natalia lo había llamado hacía justo ocho meses, regresar a una vida sin ella, iba a ser muy difícil. Hacerlo por su bien, por su felicidad, por su propia existencia. Aquel había sido el sacrificio.

La noche, la última que había pasado con ella, se repitió durante los meses siguientes en sus sueños. Porque cuando abandonó el siglo XX, el piso de Natalia, después de hacer el amor una última vez con ella, nadie vio su llanto. Al menos no alguien humano. Los árboles que rodeaban el bosque donde siempre aparecía en sus saltos, las estrellas a años luz de distancia y su inseparable coche. Aquellos fueron los únicos testigos de su quebrado corazón.

Más tarde, un par de horas que pasó en mitad del campo, se plantó en el piso de Julia. Su amiga ni siquiera se había ido a dormir, aguardando a que llegase. Encontró refugio entre sus brazos. Secó sus lágrimas sobre el pecho de su amiga. Lloró hasta que no pudo más. Hasta que se le cerraron los ojos. Aquel día empezaron sus pesadillas.

Pesadillas que se fueron repitiendo incansablemente prácticamente cada noche. Siempre era la misma, pero con un insignificante detalle que marcaba la diferencia con la anterior. Natalia iba a buscarla después de salir de su casa. Tenía un accidente con su moto. Caía en un terraplén y fallecía. Natalia aceleraba demasiado, a punto de alcanzarla, y su moto se estampaba contra un árbol. La peor de todas era cuando era un sueño que se trasformaba en pesadilla. Ella comprobando la biografía de Natalia. Leyendo que jamás la encontraron, solo a su moto en un camino de tierra las afueras de Madrid. Su yo del sueño acudiendo al sitio exacto, en su presente, no en el siglo XX. Encontrando los huesos de Natalia con una nota para ella entre sus huesudas manos. Había una última, que solo se había repetido una única vez. Intentaba llevarla a su siglo, pero por alguna razón, cuando lo hacía, la única que aparecía allí era ella. De Natalia no había rastro. Se despertaba sobresaltada, notando un calor en su mano izquierda. La que agarraba la de la guitarrista.

En todas ellas, no salvaba a Natalia. En todas, su sacrificio era en vano.

Con el paso de los meses, menguaron. Apenas soñaba con el terrorífico destino inevitable. Pero seguía pensando en Natalia. Porque nunca iba a poder olvidarla. Diez meses no bastaban para hacerlo.

Julia la acompañó en todo momento. No se separó de ella más de lo necesario. Convenció a Alba de teletrabajar hasta que se sintiera con fuerzas para desplazarse hasta el SEE. Se mudó al piso de al lado para no dejarla sola. Y la escuchó hablar horas, consolándola.

Pasaron los meses, sí, y el tiempo. Porque el tiempo es inevitable. No puedes frenarlo, aunque tengas el poder para hacerlo. Y Alba no notaba ningún cambio como pensó en un principio. Eider, sus madres—Sami y Aroa— seguían estando en el mismo sitio. La doctora continuaba siendo su amiga y trabajando en el hospital. Aquel simple hecho, ya tenía a la ingeniera con los nervios, la preocupación y la incertidumbre. No sabía si había funcionado, si tenía que pasar más tiempo para ello. Un tiempo que, en realidad, Natalia no tenía. Desaparecería en menos de un año. Creyó que, al despedirse de ella, habría mermado la probabilidad de la desaparición, por tanto, también el hecho de que Eider estuviera en Madrid.

—Sigo sin comprenderlo. Según mis cálculos...

—Alba, eres humana. No puedes controlarlo todo. Y mucho menos el tiempo—trataba de calmarla su mejor amiga.

Garito temporalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora