Llamadas.

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Tres pantallas estaban desplegadas frente a Alba. En una había un plano completo del Madrid actual; en otra del de 1985; en la última el proyecto en el que estaba trabajando en SEE, la empresa de su padre. Sus ojos estaban puestos en esta última, acabando de ponerse al día de todo lo que conllevaba dicho proyecto. Hacía unos treinta años que se había conseguido frenar el cambio climático, al menos la curva más peligrosa. Sin embargo, había sido una solución temporal. El proyecto de SEE(Servicio Espacial Español), estaba unido al del resto del mundo, centrados en buscar una solución a largo plazo para la vida tal y como se conocía.

Una de esas soluciones, y de la que se encargaba la NASA, —junto con el SEE— era la de intentar crear la vida terrestre en otro planeta. No era algo relativamente novedoso, ya se había puesto la idea sobre la mesa muchos años atrás viendo la inminente catástrofe que se avecinaba.

Cuando viajaba a 1985, Alba notaba que la temperatura no era igual. Una de las consecuencias directas del destrozo hecho al planeta durante el último siglo, era la desaparición casi total de las cuatro estaciones. Alba no conocía lo que era el otoño o la primavera. Los inviernos no eran especialmente fríos y los veranos eran muy calurosos. Por mucho que se consiguiera frenar el ascenso de las temperaturas, ahora tenía con que comparar. Porque, al contrario que el resto de la gente de su tiempo, ella sí sabía lo que era pasar del otoño al invierno.

Notó que el peso de su regazo se movía. Dejó el trabajo en un segundo plano para prestar atención al bostezo que emitía la pequeña bolita de pelo a la que había salvado casi una semana atrás.

Al final, tras pensarlo mucho, la gatita tuvo un nombre. El elegido fue Artemis. No creía mucho en el zodiaco, le parecía una pantomima, una forma de sacarle el dinero a la gente. Porque incluso en el siglo veintidós, la astrología seguía apareciendo aquí y allí. El caso es que a Alba le gustaba su signo del zodiaco, Sagitario. Y se representaba como un arquero. En la mitología la diosa de la caza era Artemisa, la cual también llevaba un arco.

—Ya te has despertado, eh perezosa.

Enterró los dedos en el suave pelaje de la gata, que ronroneó. Desde el primer día, en aquella consulta, la pequeñaja no había querido separarse de ella. Aun a pesar de haberla dejado todo el fin de semana en el hogar de acogida de la clínica, Artemis no la había olvidado. Se pegó a ella como el pegamento. La buscaba para que le diera mimos, maullaba reclamando su atención y dormía con ella.

Su llegada a casa había sido peculiar. Marina, como era de esperar, de había vuelto loca al ver a la bolita blanca y gris que salió tímida del transportín. Sus padres se sorprendieron cuando les dijo que la había adoptado. En cuanto a sus abuelos, sonrieron al escuchar a su nieta, que nunca había pedido ni un animalito, hablar con tanto cariño de Artemis.

Artemis que para entonces no tenía un nombre definitivo y simplemente era "Bolita".

—Sí que te has despertado pronto—rio cuando la gata trepó por su hombro. Alba la atrapó cuando se enganchó con la uñita en su sudadera—. Eres una exploradora muy inoportuna.

La respuesta de Artemis fue lamerle la nariz.

Un pitido en la segunda de las pantallas rompió el momento madre e hija, llevándose toda la atención de nuestra protagonista.

—Por fin le ha dado el collar—susurró desplegando una cuarta pantalla, más pequeña, en la cual abrió un panel de audio.

Se colocó unos auriculares y subió el volumen en el panel.

—¿Te gusta entonces?

—Me encanta, Mario. Pero ha debido de costarte mucho dinero. Sé que no...

Garito temporalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora