Hacía mucho que las hojas caídas del otoño habían desaparecido, pero todavía las había que persistían, negándose a abandonar esas ramas en las que habían ido creciendo durante la primavera y en las que se habían asentado durante el verano. Mientras Alba caminaba en dirección al piso de Natalia, donde habían quedado para ir a comer al trabajo de la punk, ella también se sentía como aquellas hojas. Pertenecía a otro lugar, a otro tiempo muy lejano a ese, pero 1985 era para ella lo que las ramas de los árboles eran para las hojas. También era consciente de que estaba ahí por otro motivo que no fuera Natalia, sin embargo, en días como aquel, su verdadero cometido en aquel año quedaba en un plano totalmente alejado de la realidad; convirtiendo su relación con la guitarrista de los Lightning en algo real, tangible y cercano. Hacía semanas que se había saltado las normas, semanas que, en realidad, había borrado esas reglas de su cabeza para lanzarse sin casco a vivir el presente. ¿O en realidad era el pasado?
Quizá Natalia fuera su árbol. Tal vez no era mala idea descubrirlo. Ya había cogido un borrador y había hecho desaparecer las normas.
Ahí estaba, apoyada con toda la espalda en la pared junto al portalito, haciendo espirales con el humo que dejaba escapar por la rendija entre sus labios. Ajena a la presencia de Alba, que se acercaba a paso ligero porque llegaba tarde. De poco le servía tener un reloj o viajar en el tiempo, cuando quedaba con Natalia, se retrasaba unos minutos. Cuando ella la vio, tiró el cigarrillo con gesto culpable, pues se suponía que había reducido a cuatro al día. Alba, con la lengua fuera y el corazón latiéndole en los oídos, ni siquiera tuvo aliento para decirle nada. Y aunque no había ni un alma por la calle, no se atrevieron a saludarse con un beso en los labios. Ni tampoco a cogerse de la mano, a pesar de morirse de ganas. Ninguna lo verbalizó, pero les picaba la piel, en un bobo cosquilleo, anhelando el tacto de la otra. Por eso caminaron una al lado de la otra, con las manos metidas en los bolsillos de las chaquetas y enviándose sonrisas que lo decían todo.
—Te va a encantar la comida.
—Eso ya se verá.
—Poca fé.
—Si no cocinas tú no tiene gracia, Nat.
Vio cabecear a la punk, se quedó embobada con el efecto que hicieron las greñas de la nuca al mover la cabeza y no se contuvo cuando alargó la mano para estirar el par de caracolillos que se le formaban ahí. Apenas unos tres segundos, pues la calle que cruzaban, estaba concurrida.
—Una respuesta excelente, pero no todo el mérito es mío.
—Pues nunca había probado una tortilla de patata tan rica como la tuya—se encogió de hombros volviendo a resguardar sus manos en el chaquetón.
—La receta es de mi padre.
—¿Tú padre?
—Sí. ¿Qué tiene de raro? —se extrañó.
—Nada, pero pensaba que podía ser de tu abuela. Ideas que formo en mi cabeza.
—Podría ser, pero en este caso no. Salió de él el truco para que supiera tan bien —se llevó dos dedos a los labios y entrecerró los ojos—. Qué mano tiene para la cocina.
—Anda, pues como tú. Apuesto a que eres la única con el secreto, ¿me equivoco?
—Pues sí, lo haces. Mi tío, el british, también conoce la receta. A él le sale mucho mejor, pero es cuestión de práctica—rio mientras golpeaba una piedra de algún adoquín suelto.
—En casa nunca he cocinado, ¿tú me enseñarías?
—Yo te bajaría la luna si me lo pidieras.
—Boba—creyó enrojecer, pero sonrió pegándose a su costado. Deslizó su brazo por debajo del de Natalia entrelazando ambos—. ¿Cómo alcanzarías la luna?
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Garito temporal
FanfictionUna chica, que acude cada sábado por la noche al local de moda, llega tarde al concierto de su grupo favorito: Los Lightning. La imagen de portada es de rebecaesc