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21/02/2110

Había tenido un día agotador en el trabajo. Hacía una semana que había visto cambiar frente a sus ojos el destino de Natalia. Seguía preguntándose qué habría podido pasar. Por un lado, se alegraba, porque lo había conseguido; pero por otro, no podía evitar la incertidumbre que la acompañaba desde entonces. Debía estar feliz, porque había conseguido salvarle la vida. Gracias a haberse alejado, había evitado que desapareciera. Natalia moriría algún día(no había querido saber la fecha, no quería pasar otra vez por eso), pero lo haría de forma natural y no esfumándose de un día al otro sin motivo. No podía estarlo del todo por culpa de sus sentimientos. La echaba de menos todavía. Tras un año y tres meses. Con su vuelta al trabajo, con su regreso a la vida normal en su siglo. Llevaba meses sin ponerse el reloj. Olvidado en uno de los cajones de su habitación, había permanecido oculto desde que despojó a su muñeca de él. A veces se descubría acariciando el lugar dónde había estado. Creía sentir el calor del plástico negro, el olor a sudor en los veranos calurosos. Incluso echaba de menos la marca que dejaba en la muñeca y que se quitaba tras frotar durante unos minutos.

—Alba, necesito que vengas a mi despacho—su padre había irrumpido en la sala donde siempre trabajaba con un par de ingenieros y dos físicas.

—¿Ahora? Estaba a punto de irme ya a...

—Ahora—contestó con rudeza.

Fue entonces cuando supo que algo no iba bien. Su padre no solía ser así con ella, ni siquiera durante el horario laboral. Sus compañeros la miraron salir de la sala. Notaba los ocho pares de ojos en el cogote mientras lo hacía. Creía notarlos por el pasillo hasta el ascensor que subía al despacho de su padre. Se rascó la nuca, despejada por la coleta alta que se había hecho con un lápiz, antes de abrir la puerta.

—Cierra—ordenó su padre—. Alba, he esperado unos días, pero ya no puedo retrasarlo más.

—Papá, me estás asustando. ¿Es por algo de los Rovers que la NASA...?

No pudo acabar la pregunta. Su padre sacó del bolsillo interior de su bata un objeto que ella conocía muy bien. El reloj. Su máquina del tiempo.

—Veo que te suena. No te molestes, ya no funciona. Lo desmonté entero. Le extraje el mecanismo temporal y lo destruí. Si le pones pilas funcionará como el reloj vintage que hiciste creer que era.

—Puedo expl...

—No, hija—se levantó de la silla—. ¿Pensabas qué no iba a darme cuenta?

Miguel Ángel nunca alzaba la voz. Tampoco lo hizo al dirigirse a su hija. Se paseó por la estancia, por el despacho que rara vez usaba más que para recoger papeleo que se llevaba a casa.

—¿Cómo lo has sabido?

—Gracias a ti. Sospeché que lo habías robado hace un mes. La foto que tienes con esa chica fue el inicio de todo. Natalia Lacunza. Nacida en Pamplona el 10 de enero de 1963. Claro que entonces yo no sabía nada de esto. —Se cruzó de brazos, encarando a su primogénita, antes de continuar—. Cuando me contaste que todavía la querías, intenté buscarla para hablar con ella. Casi comienzo a hacer el tonto, hasta que una noche de insomnio puse la televisión. Entonces me topé con un programa de música que vi de madrugada, reposiciones de artistas, bandas, etc. Tu amiga, Natalia, aparecía en él. Y su banda, por supuesto. Hice memoria al sonarme la chica que tocaba la guitarra. Lo recordé en el acto—siempre había tenido muy buena memoria. Alba de pequeña le llamaba elefante—Busqué información porque no creía posible lo que estaba pensando. Que mi hija, la niña curiosa y responsable, ante todo responsable, no había usado una máquina del tiempo para viajar al pasado. Una máquina, que por supuesto, debía de haber robado. Que mi hija, se había enamorado de esa chica—hizo una pausa—. Como no podía creerlo, investigué. En uno de los vídeos que encontré, mis temores quedaron resueltos. En noviembre de 1987, una guitarrista surgida de la nada, se incorpora a un único concierto de la banda. Se llama como tú, se da un aire a ti. Me digo, no puede ser. A la mañana siguiente, descubrí que el reloj, el prototipo, había desaparecido. Disipando así, todas mis dudas.

Garito temporalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora