Es una maldita locura.

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Alba se metió en el hueco libre en cuanto el coche salió del aparcamiento. Se acomodó el pelo y comprobó que el maquillaje seguía intacto, antes de bajarse y picar en el porterillo de Natalia. Llevaba todo el día nerviosa, tras recibir por fin una llamada de la guitarrista. Había pasado una maldita semana sin saber nada sobre ella. La última vez fue un mes entero, pero por propia voluntad. En aquella ocasión parecía haber sido la propia Natalia la que había querido darse un espacio propio. Y no lo comprendía.

Seguía teniendo una extraña sensación en el pecho, una preocupación irracional movida por el tono apagado de su novia por el comunicador.

Pulsó el botón de la tercera planta en el ascensor, que le pareció eterno en comparación con otras veces, tratando de parecer sosegada. Al menos en aquel edificio Natalia no tenía una vecina cotilla pegada todo el día a la mirilla.

—Perdona por tardar tanto, había bastante tráfico y...—se detuvo cuando vio la mirada de reproche que le lanzó Natalia.

Gélida.

La siguió por el amplio salón. Muy similar al anterior en cuanto a decoración y objetos, salvo por el color blanco de las paredes de gotelé, la televisión y la estantería repleta de vhs.

—Alba, voy a ir al grano. Tenemos que hablar.

Joder, pues no me equivocaba con el presentimiento. ¿Qué habrá pasado? Ni siquiera me mira, no sonríe y me esquiva la mirada.

—¿Hablar? Nat... Mi amor...—ni siquiera dejó que le cogiera la mano.

—El otro día, cuando te dejé en tu casa... Alba, ¿por qué saliste disparada de ahí? Y no te hagas la tonta porque te vi.

—¿Me viste...?

—Fui a devolverte el pendiente. Veo que ni siquiera lo has echado de menos—se cruzó de brazos mirándola, penetrándola con los ojos marrones oscurecidos en una violenta tormenta de arena—. Alba, dime la verdad. O dame una explicación para todo lo que llevo acumulando meses. Las escapadas, el toque de queda a las doce, que no quieras que conozca a tu familia, que me hayas dejado plantada un par de veces por irte con Paula... Una con lógica, pero quiero que seas sincera. ¿Me has estado mintiendo?

—Yo... no...

Ni siquiera era capaz de inventarse nada. Estaba topándose con un muro infranqueable por primera vez. Intentaba llegar al otro lado, en busca de otra excusa, de la explicación que Natalia necesitaba... Pero no la hallaba.

Natalia la estaba mirando con tanta decepción, con el pecho a punto de estallar y la voz guardada para no romperla en pedazos al alzarla. Lo sabía por su postura, por como apretaba los labios y su respiración se tornaba cada vez más pesada. Llevaba casi un año con ella, la conocía.

—Estoy esperando—logró hablar, pero con la voz un poco rota.

—Sí. Te he mentido.

La punk asintió, bajando la cabeza. Sus dedos se apretaron en torno a sus brazos, clavándose las cortas uñas en la carne.

—Nat, no... no... Espera que te lo explique.

—¿Vas a responder a mis preguntas?

—Sí.

—Bien—se sentó en el sofá y palmeó en el lado contrario—. ¿Dónde vives?

—Natalia, voy a contártelo todo... pero...—cogió todo el aire que pudo, sentándose—. Tienes que prometerme que no vas a interrumpirme.

—No. Primero vas a decirme dónde vives.

—Aquí. En Madrid. En una muy diferente, sin embargo, Nat. Por favor, déjame que te cuente la verdad. No sabes las veces que lo he intentado, pero simplemente... tenía miedo de que me tratases de loca y...

Garito temporalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora