...si Eider fuese Natalia.

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La propia Julia, en pijama, le abrió la puerta tras dos timbrazos más. Sentía todavía los latidos del corazón en las sienes tras la carrera que se había pegado para esconderse en los baños del metro y aparecer en el presente. Había saltado de milagro. Toda una estrategia la de hacer que Natalia la llevase cerca del barrio que actualmente era el bloque de pisos de su amiga.

—¿Se puede saber qué te ha pasado? —señaló el chichón.

—Me he dado con una puerta.

—¿Qué? —la invitó a pasar.

—Vale, ha sido con un casco de moto.

—¿Te has liado con Eider?

—¡No! —arrugó el rostro—. Entre nosotras no hay nada. Si Eider está medio saliendo con esa enfermera... Como se llamaba...

—Lúa.

—Eso.

—Pero no están saliendo, saliendo. La posibilidad está ahí, que Ei sigue tirándote el casino entero.

—Lo hace de coña. Si sois las dos idénticas—se dejó caer en el sofá, agotada. Notaba los músculos agarrotados tras la carrera.

—A veces parece que lo hace en serio, te lo juro. Y a tu madre, por más que lo niegue, le sigue pareciendo una nuera ideal—se recogió el pelo en una coleta alta—. Te voy a echar pomada en ese chichón. Cuando vuelva, me vas a contar de quién era la moto. Aunque me juego a que es de tu chica misteriosa. Esa que sigues ocultándome tras tantos meses. La tal Natalia.

—Julia, no te enfades—le pidió cuando volvió, colocando la mejor carita de niña buena.

—No me enfado, pero soy tu mejor amiga y me duele que me ocultes algo tan importante para ti.

Alba encogió el rostro, más por las palabras de su amiga que por el tacto frío de la pomada sobre el golpe.

—Es que no... puedo contártelo. Porque no me vas a creer. Y si lo haces... me vas a... No quiero escucharte gritarme lo imbécil e inconsciente que estoy siendo.

—Si dices eso me intrigas el doble, Alba.

Sacarse todo lo que llevaba arrastrando meses, a pesar de lo bien que iban las cosas, estaba siendo una necesidad. Soltar lo que llevaba haciendo desde el año anterior, lo mucho que estaba arriesgando, que se había enamorado de un imposible...

Se quitó el reloj y lo colocó sobre su rodilla, soltando el aire lentamente. Concentrando su vista en el objeto para no tener que hacerlo en la mirada preocupada de su amiga.

—Natalia es una chica... Una guitarrista... No sé cómo enfocar esto—se tapó la cara con las manos.

—Oye, vale. No te preocupes. Si estáis pasando una mala... ¡No te habrá pegado!! —alzó la voz mirando el chichón.

—Por Júpiter, no.

La sola idea de Natalia golpeando, aunque fuera a una mosca, no se le pasaba por la cabeza.

—Julia, tampoco estamos mal. De hecho, estamos mejor que nunca. Y ahí está el problema—menguó la sonrisa.

—Veo normal que te dé miedo a enamorarte. No lo has hecho nunca y siempre has dejado claro que no es para ti...

Garito temporalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora