Los segundos se convirtieron en minutos; los minutos en horas.
Aquella noche, Alba se la pasó tragando techo. Abrazando el minúsculo cuerpo de Artemis, que dormía con ella. Rozando su nariz por el pelaje de la gata y acariciándole el hocico. Cada vez que cerraba los ojos, la silueta de Natalia aparecía. Volvía a desvelarse. Pasaba otra hora.
Volvía a cerrarlos y ella volvía a reaparecer.
De esa noche ya habían pasado tres días. Largos e interminables días en los que se había dedicado a controlar las conversaciones de Paula por medio del collar. No se lo había quitado desde que Mario de lo regaló. Una noticia maravillosa, porque eso significaba que el trabajo de Alba estaba dando sus frutos. Aunque no todo el mérito era suyo, los protagonistas de la misión también habían puesto de su parte. Dos no se enamoran así porque sí.
El jueves 17 de diciembre amaneció frío. No porque las temperaturas hubieran bajado—por fin—, sino porque así lo sentía Alba. Era el día de su vigésimo segundo cumpleaños y no tenía el cuerpo para fiestas. No cuando no sabía si volvería a ver a Natalia como ella quería y deseaba.
Y es que, si a menos hubiera estado mentalizada... Había tenido que tomar una decisión de sopetón, sin estar preparada para decirle adiós. Se suponía que todavía tardaría varios meses en tener que hacerlo. En esfumarse con otra estúpida escusa que la hiciera tener un motivo creíble para que nadie la buscase.
—Ven aquí, solecito. Qué mayor estás.
No tenía ánimo para fiestas, pero no podía hacerle el feo a su abuela ni a su metralla de besos en la mejilla nada más entrar al salón. Por eso sonrió, de forma sincera, notando el calorcito de la familia en los huesos. La familia que te quiere, te cuida y está ahí pase lo que pase.
—María, deja un poco de amanecer para los demás.
—Ni hablar, Felipe—se negó con una sonrisa que le sumó el triple de arrugas.
—Siempre igual. Ten nietas para esto.
Alba se echó a reír viendo como su abuelo, indignado, se dejaba caer con una divertida mueca en el sofá. Se escucharon los pasos del resto de la casa, bajar por las escaleras. Un total de seis pies acercándose al salón.
—Feliz cumpleaños a mi cerebrito favorita—Marina dejó un expectante silencio, hizo un redoble de tambor con una app de su pulsera y—: MI HERMANA.
—Gracias, Marina—agradeció con su entusiasmo particular.
—Felicidades, hija—dejo un beso en la frente su padre al abrazarla.
—Veintidós ya... Parece mentira que hayan pasado ya tantos años desde aquel diciembre del ochenta y tres.
—Mamá, que no tienes mil años para hablar así—carcajeó Alba.
—Como si los tuviera, eso va en el alma.
—¿Eso quiere decir qué los tienes?
—Por dentro, Marina—siguió la broma sin soltar a Alba.
Al ser un día laborable, todo el mundo—salvo los abuelos—tenía que salir pitando después del desayuno al trabajo y a clase. Rox hizo tortitas, las favoritas de Alba, y colocó un par de velas en la cima que nuestra viajera sopló. Gracias a su familia, a lo arropada que la hacían sentir, el tema de 1985 quedó momentáneamente olvidado.
Le cantaron el cumpleaños feliz en varios idiomas y en uno inventado por Migue Ángel. El que hizo a Alba desternillarse. La invadieron las mismas sensaciones que cuando tenía cinco años. Parecía ser la misma niña oyendo por primera vez aquel cumpleaños feliz improvisado por su padre. Una Alba más joven, más pequeña, pero con la misma familia alrededor. Repartiendo las tortitas, peleándose con su hermana por la última del plato, recibiendo besos y abrazos de sus abuelos. Cogiendo bajo la mesa el billete que le pasaba su abuelo de contrabando, como si estuviera mal que le diera algo de dinero por su cumpleaños.
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Garito temporal
FanfictionUna chica, que acude cada sábado por la noche al local de moda, llega tarde al concierto de su grupo favorito: Los Lightning. La imagen de portada es de rebecaesc