La mañana del 13 de noviembre amaneció fría, nublada y con amenaza de ponerse a tronar en cualquier momento. Natalia se asomó a la ventana de su pequeño salón, con una taza de café en la mano, para ver a través, la calle que ya se ponía en marcha. La panadería que había justo al lado de su bloque de pisos, tenía una pequeña cola de gente que esperaba al pan recién hecho de la mañana; un par de niños se dirigían al colegio acompañados de sus madres y un mensajero pasó pedaleando con calma en su bicicleta. Una de las chimeneas del bloque de enfrente estaba ya encendida y por ella salía un humo gris que añadía un tono más oscuro al cielo opacado. Dos largos buches a su café, una bandada tardía de golondrinas emigrando; cuatro más, las primeras gotas de lluvia empapando el cristal. El último sorbo fue acompañado de las pisadas de su vecina en el rellano, que maldecía a la lluvia tempranera.
Dejó la cocina perfectamente recogida, con la taza que había usado lavada y secada en su alacena correspondiente. Entró una última vez al baño, se repasó el maquillaje sutil que se había puesto. Cogió el paraguas, cerró la puerta y echó la llave. No se encontró a nadie mientras bajaba las escaleras, tampoco lo hizo en el pequeño rellano del portal. La lluvia apretó con fuerza de camino al autobús que la llevaría al trabajo. Durante el trayecto, un bebé se la quedó mirando y ella le sacó la lengua haciéndola reír. A su madre no pareció divertirle, pues con una cara de malas pulgas, se cambió de lugar. Natalia resopló harta de que por su vestimenta todo el mundo la juzgara.
La jornada se le pasó bastante lenta. Un par de descansos, un cigarrillo en cada uno de ellos y el olor de la lluvia llenando sus fosas nasales al respirar el aire de la calle. Llevaba apenas un mes en aquel restaurante que pretendía imitar el estilo americano. Sus antiguos jefes, Gabriela y Toño la había recomendado, ya que no pudieron darle un puesto en la pastelería. Puede que se tratase de un enchufe sutil, ya que el dueño era amigo de los hermanos, pero Natalia pensó desde el primer momento que Matías, su nuevo jefe, era alguien que no se dejaba llevar por las apariencias. Al hacerle la entrevista, quedó encantada con ella y le pidió que empezase el mismo día, como una prueba. Si algo definía a la joven, era su eficiencia. Su jefe le dijo que estaba contratada con una sonrisa. Desde entonces, no solo había hecho pizzas, sino que también había cobrado un extra por un par de reparaciones hechas.
También había pasado bastantes tardes con Alba. En los ensayos, después de estos. Siempre puntual a los conciertos, no se había perdido ninguno. Pero seguía sin querer quedarse por las noches. Y tampoco había logrado quedar con ella en su piso, tras varios intentos. Cuando no era por el trabajo, era porque ella no podía.
—Punkarra —la llamó una de sus compañeras, sacando la cabeza por la ventana de la cocina que daba a la calle—. Dime que no has sido tú la del orégano.
—¿Qué orégano?
—Se ha derramado por el suelo.
Natalia tiró el piti al suelo, sin pisarlo ni nada, y entró por la puerta alarmada. Seguro que había sido otra de sus torpezas. Ella, un horno, gente alrededor... No entendía cómo todavía no había salido nadie ardiendo en uno de sus despistes.
—Joder, creía que lo había cerrado.
—No te rayes, se repone del almacén y listo—la tranquilizó su compañera dándole la escoba y el recogedor—. Eso sí, a Matías mejor no le decimos nada.
—Gracias, tronca.
El reloj de la pared marcaba las cinco y media cuando salió por la puerta de la pizzería. Ya no llovía, pero el cielo seguía encapotado. Fue a fumarse un cigarro, pero recordó que se había jurado solo fumar en el trabajo. Se cubrió la cabeza con un gorro de lana y se subió el cuello del chaquetón. Podía jurar que hacía más frio que por la mañana. Se frotó las manos, dejando escapar el denso vaho de su boca, tratando de entrar en calor. El cambio entre la cocina de la pizzería y el de la calle, acabaría por pasarle factura si no se abrigaba como debía. Con lo qué odiaba estar enferma...
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Garito temporal
FanfictionUna chica, que acude cada sábado por la noche al local de moda, llega tarde al concierto de su grupo favorito: Los Lightning. La imagen de portada es de rebecaesc