¿Un número?

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Desde la ventana de su habitación, Alba contemplaba los tonos pastel del cielo. Un nuevo día ya despuntaba por encima de los altos árboles que se veían desde su casa. Unas largas hileras de colinas, entre las cuales se dividían diversas casas en un conjunto de urbanizaciones modernas. Allí no llegaba la contaminación lumínica. Los sensores solo se activaban si detectaban la presencia de alguien y, como nadie salía a caminar por la noche, estaban apagados. Por eso no le sorprendía, después de llevar un par de horas apostada en la ventana mirando el cielo despertarse, que los sensores no hubieran cambiado su posición.

Suspiró mientras se rascaba el ojo, eliminando los retazos del sueño interrumpido. Un sueño que persistía, pero que no la había dejado seguir descansando. A pesar de haberse acostado tarde, al llegar con su padre después de la cena a casa. Pasarse todo el día en el trabajo con él, sin poder escaparse ni una sola hora al pasado, la había fastidiado muchísimo.

Más por le hecho de que había pasado una semana desde su modificación en la línea temporal. Tendría que haber aparecido de la nada donde estuviera Paula para enterarse de cómo iba todo con Mario. Necesitaba saber que no se había torcido nada, que su plan iba rodado, que el insoportable de Rodrigo no se había puesto en medio como se esperaba de él.

Luego estaba Natalia.

No se le olvidaba que le había dicho el miércoles tras la comida. Seguro que se estaría preguntando por qué no había ido al ensayo.

No se sentía tan mal. No lo hacía porque no había roto ninguna promesa. Solo le dijo que intentaría pasarse, pero no se lo prometió.

Las ramas, aún repletas de hojas marrones a pesar de ser nueve de noviembre, se mecían con el viento. Sobre ellas, unos nubarrones de color gris, mezclados con los colores rosados y azulados del amanecer, volvieron a atraparla.

Una nube solitaria, esponjosa y blanca en comparación a las otras, se llevó toda su atención. Cambió de forma al menos cuatro veces. Pasó de ir hacia el oeste, en dirección a la ciudad, a juntarse con otra. Fusionándose ambas, haciéndose mayor. El blanco tomó más presencia que el gris, por lo que seguía destacando entre el resto.

Y volvió a cambiar su ruta, separándose de nuevo. Como si lo único que quisiera fuera ser más fuerte, para que ninguna de las otras nubes pudiera meterse con ella.

Esa nube le recordó a Natalia.

A la Natalia que se le mostró cuando la guitarrista le contó la dichosa apuesta. El daño que sufrió. Dándole la respuesta a una parte de su personalidad tan tímida a veces, al motivo de su odio a las bromas. La nube buscando otra, era ella misma respaldada por sus amigos, por Jorge, sobre todo.

—¡Alba, el desayuno!

Se escuchó la voz de Marina a través de la puerta. Cerrada por supuesto. Había cambiado el acceso justo como había mencionado hacía unos días que iba a hacer.

Dejó la persiana echada, dándoles paz a las nubes y a los árboles. Dejando que el día terminase de despertarse sin su mirada sobre cada elemento.

—No te has lavado la cara, mira qué legañas traes —su madre le cogió la cara nada más irrumpir en el comedor, a punto de meterle el dedo en el ojo izquierdo.

—¡Mamá!

—Si lo hago por tu bien.

—¿Tener legañas es peligroso? —preguntó Marina con la boca llena de tortitas.

—No. Es importante observar el color, la cantidad y el olor. La señorita Alba no muestra indicios de infección ocular, tan solo que no ha dormido demasiado bien debido al estado de sus ojeras.

Garito temporalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora