Una canción inacabada.

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Alba solo había visto el cuarto de la guitarrista de los Lightning tan desordenado una vez. Pero le sorprendió encontrarlo igual de nuevo, porque no era algo usual. Tomó la guitarra de color blanco tumbada sobre la cama. Acarició el mástil bajando por el instrumento y repasó la inscripción que Natalia había dejado sobre las cuerdas: riders on the storm. No miró los papeles esparcidos por el colchón ni tampoco echó un vistazo a la arruga sobre el edredón gris. La señal de que Natalia había pasado sobre la cama horas con la única compañía de la guitarra. Evocó sus ojos hinchados al abrirle la puerta. Debía de haber estado durmiendo sobre todos aquellos papeles.

No le sorprendió, sin embargo, que Natalia, al entrar, se apresurase a recogerlos todos. Hizo un ademán para que se sentase sobre la cama y luego otro pidiéndole la guitarra eléctrica. La colocó en la pared, junto a Lloyd—la segunda eléctrica—, y cogió a Petunia, su electroacústica. Su primera guitarra. Su favorita.

Se sentó a su lado, encogió las piernas y se echó el pelo hacia atrás. Alba sabía que estaba nerviosa. Alba también sabía que debía marcharse antes de que fuera tarde.

Pero no podía. Todavía no.

Se quedó a escuchar la canción que Natalia llevaba componiendo meses. Para ella. Dejó en cada acorde pausado y lento, todo lo que sentía por ella.

Polvo de estrellas en tu rostro, rayos de sol en tu mirada.

Jamás pensé que me enamoraría de un imposible.

Llegaste a mí vida con las manecillas de tu reloj a todo correr.

Me gustaría saber adónde irás, eres tan imprevisible.

Las cuerdas de mi guitarra nunca podrán alcanzar los engranajes del tiempo que se marcha.

Si pienso en ti, te noto cerca; pero sé que cuando puedas cogerás esa nave y pondrás rumbo a tu planeta.

A otro planeta...

Susurró esa última frase, mirándola a los ojos. Con una leve sonrisa, tímida e irreal. Pareciendo un espejismo producto de la sed en mitad de un desierto.

Acompañó las notas con palabras cargadas de amor, de cariño, de anhelo y de todos los sueños que se habían quedado por el camino. No era una canción triste. Tampoco feliz. Era una balada inclinada hacía un rock suave. Era su historia al principio, con aquella Alba inalcanzable y aquella Natalia curiosa.

Y no me importa, amor mío.

De verdad que no.

Porque la Tierra no está lejos de Marte.

¿Quién te dice que aquí yo no pueda amarte?

La constelación de tu cuello me la sé de memoria, Andrómeda o Casiopea. Qué más da si siempre encuentro la ruta siguiendo tu estela.

Nunca callas, siempre me iluminas.

Como una supernova, estallas.

Bailamos todas las canciones, surfeamos canciones inacabadas...

Preciosa y tranquila. La letra, la música, eran de la punk; pero también había retazos de Somebody de Depeche Mode. Natalia había mezclado su mundo con el suyo. En la letra de aquella canción, había incluido metáforas a su trabajo. Porque cuando ella hablaba sobre él, Natalia siempre la escuchaba. Le decía te quiero de una forma especial. Por encima de todo. Del tiempo, del espacio y de las leyes de la física.

—La letra podría modificarla, la métrica falla en algunas partes... Ni siquiera tiene título...

Alba no la dejó explicarse. Acogió sus mejillas y se inclinó hacia su rostro para besarla. Para acallar el nerviosismo que se había apoderado de ella. Un beso corto, apenas un leve roce. Uno que bastó para calmarla.

Garito temporalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora