La verdad y toda la verdad.

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Ahora que se había revelado, por fin, que venía del futuro, era absurdo ocultar la tecnología con la que viajaba de una época a otra. Siempre la guardaba en la guantera de GH79. A Natalia se le abrieron los ojos como platos cuando vio el interior real del coche de su novia. Por suerte para ella, Alba no inició a GH79 y permaneció en modo reposo, mientras sacaba un par de termos y un cilindro de metal que le tendió a la estupefacta Natalia.

—¿Tienes llaves? —estaban ya frente a la puerta del piso, habían procurado que nadie las viera colarse. Ya que, Natalia todavía no vivía allí.

—Mierda... —rebuscó entre los bolsillos del vaquero, nerviosa, hasta que dio con ellas.

El olor de aquella vivienda era tan distinto tan solo a un año de diferencia. Ese lugar no olía a Natalia, le era totalmente indiferente y le resultaba frío y distante. No solo porque no hubiera ni un solo de los muebles y las paredes estuviesen desnudas, sino porque faltaba la cotidianidad de un hogar que Natalia había creado en apenas tres meses.

—Ni siquiera podemos encender luces. Y si tenemos que estar doce horas atrapadas vamos a pasar hambre...

—Tengo comida en el termo que te he dado.

—¿Qué? —Natalia lo abrió en la penumbra, entrecerrando los ojos a través del hueco. Toda la luz que penetraba en la vivienda era la de las farolas.

Alba se lo quitó de las manos, arrodillándose en el suelo y volcando el contenido. De él cayeron varías barritas con envoltorio de color plateado. Cogió una y la abrió, deslizando hacia abajo el papel y mostrando un color verde oscuro.

—Esta es de verduras. No está mal una vez te acostumbras...

—¿Qué es todo eso?

—Comida de astronauta—partió un trozo, se puso en pie y se lo tendió—. Ten... no está asqueroso.

Natalia lo cogió entre su índice y pulgar, mirándolo con bastante asco y sin fiarse demasiado de que tuviera buen sabor. Se lo metió en la boca y masticó muy despacio, con la boca abierta por si tenía que escupirlo. Su expresión cambió, a medida que lo saboreaba. Estaba muy rico. Abrió los ojos después de tragárselo y paladeó los restos.

—Te lo he dicho. Sacian bastante y también alimentan—le dio el resto sin evitar sonreír.

A pesar de sentir bastante tensión por la situación, ver la inocencia que mostraba Natalia con las barritas, relajó parte de la misma. Aunque no del todo, claro.

—La comida está resuelta, pero seguimos sin luz. No podemos arriesgarnos a que nos vean.

—No necesitamos luz para hablar.

—Necesito mirarte a los ojos, Alba—le dijo muy seria, haciendo una bola con el envoltorio de la barrita—. Antes... he cedido a tu petición de la fecha porque tus ojos decían que no mentías, que me fiase... Ha resultado ser verdad y...

Alba encogió las piernas, abrazando sus rodillas y apoyando la barbilla. Su novia estaba frente a ella, pero la sentía lejana. La miraba en la oscuridad, todavía veía el brillo en sus ojos a pesar de toda a decepción acumulada en ellos, de que la evitase. La estaba mirando porque sabía que, si buscaba sus ojos, vería la verdad en ellos. Para nuestra protagonista, aquello era una esperanza camuflada en un deseo de un perdón anhelado.

Se levantó del frío suelo del desnudo salón, para acercarse a ella y tenderle la mano. Esperando a que la tomara, que la siguiera a pesar de todo, como la propia Alba había hecho cuando la arrastró hasta el Garito. La vio dudar, con sus ojos fijos en ella. Hasta que, finalmente, alargó su mano y rozó la palma abierta con sus largos dedos, los estiró y arrastró por ella y se aferró a la muñeca de Alba para ayudarse a tomar el impulso para levantarse.

Garito temporalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora