Que bragas más raras.

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Los rayos del sol se desperdigaban por el verde oscuro de las paredes. Por el suelo había prendas de ropa esparcidas y la puerta estaba abierta. En la cama, bajo la ventana, dos cuerpos estaban enmarañados entre las sábanas marrones.

Alba tenía la cara enterrada en la mullida almohada, respiraba tranquila, con el peso del brazo de Natalia rodeándola desde atrás. Sus manos estaban unidas sobre su cintura y sus piernas enredadas sobre el colchón.

Dormía profundamente ajena a la llegada de la mañana.

Soñaba con un concierto en un estadio. No sabía cuánto había de realidad y cuánto de fantasía. Probablemente habría más de lo segundo, porque ella estaba sobre el escenario con un vestido negro cubierto por una chaqueta de cuero. Tenía el pelo mucho más largo que ahora y el viento se lo revolvía en todas direcciones.

Los Lightning estaban ahí, era su concierto. El estadio estaba lleno y la gente coreaba el nombre de grupo. Jorge improvisaba una melodía desconocida en el teclado, dejó pasó a la batería de María y finalmente se le unieron el bajo de S y la guitarra de Natalia.

La que cantaba era ella. Delante de miles de personas, se dejaba la voz en una canción que le sonaba muchísimo.

Acabó con la ovación del público y el abrazo de Natalia sobre el escenario. El viento se coló por los huecos que dejaba la chaqueta.

Parecía tan real.

Creyó sentir frío y se removió, notando de verdad los brazos de Natalia. Fue despertando, saliendo del sueño levemente, con los pequeños besos que iba dejando la punki en su hombro desnudo. El tacto de la piel desnuda tras ella la hizo sonreír, estremecerse y encoger el cuello al recibir los besos de Natalia.

—Buenos días, preciosa...—arrulló sobre su mejilla.

Aquellas palabras despertaron por completo a nuestra protagonista, que abrió los ojos de golpe, encontrándose con la brillante luz del sol. Estiró el brazo, liberándolo de la mano de Natalia, para enfrentarse a lo que temía.

Las diez y media de la mañana. Se había quedado dormida. Dormida en la cama de Natalia después de haberse acostado con ella. Dormida en 1985.

No había vuelto.

No podía volver hasta que no fuesen las doce del mediodía.

—Mierda—se dejó caer sobre la almohada de nuevo.

—¿Qué te pasa?

—Que me he quedado dormida.

Trató de levantarse, con la idea de marcharse. Una estupidez, ya que el reloj no funcionaría y estaba atrapada allí. Pero Natalia volvió a pegarla a ella.

—Mi amor, quédate un ratito más. Ya te has quedado toda la noche.

Se quedó estática con aquel apelativo tan inesperado. A su cabeza llegaron, como flashes de luz, los recuerdos de la noche anterior. El momento exacto en el que cerró los ojos, agotada, repitiéndose a sí misma que solo serían cinco minutos.

La primera vez que Natalia la llamó así, tras dejar un beso en su pecho y subir hasta sus labios por cuarta vez. No le dio importancia, centrada en devolverle el profundo beso que la punk había iniciado.

—¿Alba?

—Me has llamado...

—Lo siento, anoche no...

Se giró en la cama, enfrentándose por primera vez a ella. A sus ojos temerosos de haberla cagado con aquel mi amor; a su boca en la que se apreciaba un pequeño temblor; y a la mano que buscó la suya hasta subirla a la altura de sus labios y al beso que vino a continuación sobre sus dedos.

Garito temporalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora