Desentona

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Era la cuarta vez que daba la vuelta a la manzana en busca de un aparcamiento. La entrada, hasta los topes de coches y motos, no dejaba espacio para su Renault de color rojo. No era la primera vez que le sucedía aquello. En las aceras, la gente se aglomeraba, en una cola variopinta de chaquetas de cuero, botas militares, crestas y collares de pinchos. Iban, precisamente, a lo mismo que ella. Como cada noche de sábado, desde hacía un par de meses, en el garito, cuya fama había subido como la espuma, la banda del momento tocaba. Se hacían llamar los Lightning y solo contaban con unas cuatro canciones que vendían a quinientas pelas en cintas de casette grabadas por ellos mismos. No les daba para mucho más, pero a nuestra protagonista les encantaba escaparse cada noche de sábado para poder verles y escucharles en primera fila.

Aquel día, sin embargo, lo tenía crudo. Faltaba apenas una media hora para que el concierto diera comienzo y ella todavía no había encontrado ningún hueco libre donde acoplar su coche. Empezaba a ponerse nerviosa y la desesperación trepaba a cada frenazo que daba por lo concurrida que estaba la calle. Mala hora para estar en una calle que se ponía hasta arriba las noches de sábado en pleno centro. Con cada golpe de volante se golpeaba mentalmente por no haber salido antes de casa. Había quitado la radio hacía rato, pero tampoco le entusiasmaba lo que estaba sonando en ella.

Unas luces de neón, rojas, como las del garito donde tocaba su banda favorita, se encendieron a su derecha. Parecía que la suerte empezaba a sonreírle, pues un coche negro avisaba de que daba marcha atrás para dejarle el tan buscado aparcamiento. Suspiró aliviada y sin contener su alegría, bailó en el interior del vehículo mientras esperaba a poder meterse en ese celestial hueco. ¿Lo mejor? Estaba a dos pasos de la puerta del local. Apagó el motor, asegurándose de cerrarlo bien y de guardar la llave.

Metió el pelo tras su oreja y se colocó la chaqueta de cuero sobre el vestido de color blanco que desentonaba en aquel ambiente. Le importaba poco. Ella no pertenecía a ese lugar, solo estaba de paso. Como cada semana. Era ya habitual ver las mismas caras cada sábado a la misma hora. Las mismas conversaciones y el mismo entusiasmo por la noche de concierto que se avecinaba. El olor a tabaco flotaba en el ambiente, el humo ascendía perdiéndose entre los neones del local. Nuestra protagonista no perdió tiempo en la cola, avanzaba deprisa. El portero la dejó pasar sin ponerle pegas. Increíble lo que era capaz de hacer una chaqueta de cuero y el maquillaje adecuado. Lo aprendió bien la primera noche, cuando ese gorila no le permitió el acceso al local por normas de vestimenta.

Las luces de neon la acompañaron en el interior. Las paredes estaban adornadas con posters de grupos que ya habían pasado antes por allí. Algunos de ellos se escuchaban en la radio y llenaban cuarenta garitos como aquel sin apenas despeinarse. Como esperaba, estaba hasta los topes. Para llegar a la barra a por una birra se llevó más de un empujón. Se sumaron unos cuantos más intentando colocarse en un buen sitio para ver algo. Por eso siempre procuraba llegar temprano, porque al llenarse tanto, alguien de su estatura lo tenía crudo para poder visualizar al grupo. Y ella quería la experiencia completa de un concierto como el que estaba a punto de empezar.

- ¡Oye, de qué vas Bitter Kass! Ten más cuidado, que por poco haces puré a la chiquilla – la mano de aquella rubia, como ella, tirando hasta su vera, la salvó de ser aplastada por un tío de dos metros.

- Perdona, tronca – se disculpó el gigante y desapareció cubalibre en mano.

- Gracias...

- Carola – se presentó la rubia.

Llevaba un collar con un candado al cuello y su maquillaje daba bastante miedo, pero con la sonrisa que le dedicó bastó para eliminar todo resquicio.

- Yo soy Alba. Alba Reche.

- ¿Siempre te presentas así? – rio su salvadora.

- No... bueno, sí .

Garito temporalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora