Punto y coma.

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Una vez más, Alba intentaba solucionar el problema del reloj. A pesar de que cada día que pasaba pareciera no ser ya necesario; encontrar el fallo, hallar la ecuación, se había convertido en un reto. Porque no dejaba de pensar en qué habría pasado si, en lugar de acabar el concierto antes de las doce lo hubiera hecho a las doce en punto. Se habría quedado allí atrapada al tener que ir tras Rodrigo y reducirle. Posiblemente habría dormido en el interior de GH79. Que tenía unos asientos muy cómodos, lo había comprobado alguna vez, pero... Sencillamente era preferible tener una máquina del tiempo que le permitiera no tener que dormir en su coche, en un tiempo al que no pertenecía e incómoda al saber que estaba sola.

Subió el volumen del micrófono que tenía escondido en el collar de Paula. Había tenido que bajarlo hacía una media hora porque sus tatarabuelos habían decidido ponerse románticos. Lo último que necesitaba era imaginarlos haciendo el amor. Era como si pensase en sus padres...

La puerta, cariño—se escuchó la voz lejana de Mario.

Voy...

Pasos recorriendo las estancias del piso que compartía Paula. Por supuesto, estaba sola. Y bien que había aprovechado aquella oportunidad—pensó Alba cuando, horas antes, empezó con las escuchas mientras trabajaba—. Los sonidos de los timbrazos de la visita eran desesperantes y resultaban incluso molestos. Nuestra protagonista tuvo que bajar una vez más el volumen.

Mamá...

Se vio obligada a subirlo cuando escuchó a Paula pronunciar aquella palabra. Incluso dejó lo que estaba haciendo para prestarle completa atención a la conversación.

—Hola, Paula. No coges el teléfono.

—Tengo otro número —casi pudo verla cruzarse de brazos o colocando una mano en la puerta a modo de barrera.

Seguramente no la dejaría ni pasar.

—Luego me lo das entonces.

La puerta se cerró, para sorpresa de Alba. La había dejado entrar al piso.

—No estoy segura de que eso vaya a...

—He venido por una razón. No te creas que me entusiasma venir al cuchitril en el que vives—pronunció son soberbia.

Alba podía imaginarla mirando a todas partes con el rostro arrugado del asco. Esa mujer era peor que una piraña.

Mamá, será mejor que vayas al grano y desaparezcas de aquí cuantos antes—escupió su tatarabuela ante las formas—. Te aseguro que como hayas venido a intentar convencerme para...

Ni remotamente, descuida.

A pesar de haber perdido su antigua casa y la mayoría de las acciones de su revista, los padres de Paula seguían teniendo bastante solvencia económica, por lo que la actitud de siempre no había menguado. Habían, además, borrado a su hija del testamento. A Paula no podía darle más igual, claro. Alba, teniendo pleno conocimiento de la situación al espiar conversaciones y charlar con sus tatarabuelos sobre el tema, no tenía ni idea de qué había ido a hacer aquella señora allí.

—Pues di.

—¿Dónde está ese mecánico?

—Mamá—le advirtió en un tono que dejaba claro que su paciencia tenía un límite. Y estaba a punto de alcanzarlo.

Muy bien. Se trata de Rodrigo. ¿Lo recuerdas? Solíais ser amigos... y algo más.

—Lo de algo más te lo sacas de la manga.

Garito temporalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora