Venus.

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Es curiosa la forma con la que se producen los cambios. A veces lo hacen de forma gradual, tomándose el tiempo necesario para pasar de un estado a otro; otras, sin embargo, esos cambios llegan de golpe.

Como lo hacen las bolas de la mesa de billar cuando el taco golpea la bola blanca. Todas se dispersan en varias direcciones, algunas acaban en la tronera... y las hay que permanecen juntas. Temiendo el cambio del movimiento. Esperando a que la bola blanca regrese para producir ese brusco cambio.

Era eso lo que Alba meditaba, mientras, apoyada en el filo de la mesa que compartía con Natalia, veía a las bolas abrirse en muchas direcciones a la vez. Le recordaba, también, a un jarrón rompiéndose en miles de cachitos muy pequeños. A una mancha de pintura esparcida en una superficie que se rompía en minúsculas manchas alrededor.

Para ella, el cambio había empezado siendo sucesivo. Sabía dónde se metía al empezar a viajar a 1985. Acudía solo las noches de sábado, teniendo en mente una única cosa. Y como las bolas de la mesa, la blanca había irrumpido en el paulatino cambio para provocar uno repentino e inesperado en sus planes. En su vida.

La bola blanca era Natalia.

La misma Natalia que la miraba desde el otro lado de la mesa con una sonrisa y esperando a que ella agotara su turno.

Natalia, que se había apoyado en su taco, borrado la sonrisa y le sacaba la lengua. Sus ojos tintados de negro, su pelo de punta, los labios estirándose en una sonrisa que podía intimidar a cualquiera. A ella le provocaba unas ganas irremediables de tirarse sobre ellos. Natalia le gustaba más que comer con los dedos...

Tenía muchas ganas de ver el resultado de las fotos que le habían hecho aquella mañana para la revista. En realidad, podía verla antes de que saliera. Tenía esa posibilidad gracias a que venía del futuro, podía buscar en Internet el primer reportaje de los Lightning, seguro que la búsqueda arrojaba el resultado que esperaba.

Las bolas de Alba entraron en la tronera. En total fueron dos a la vez. Iba ganando.

—Y yo pensando que te daría una paliza.

—No se puede ganar en todo.

La respuesta de Natalia fue rodear la mesa hasta colocarse a su lado e inclinarse para dejar un largo beso en su mejilla.

Alba quiso retenerla todo lo posible. Siempre quería atrapar todos los momentos y guardarlos en un lugar que no fuera su memoria. Cada minuto que se añadía en compañía de la punk, era como oro para ella.

Porque era consciente de que, cuando llegase el final—que intentaba obviar todo lo posible—, sería lo único que le quedaría de Natalia.

—Estás hoy muy callada. ¿Qué te pasa?

—Nada. No he dormido demasiado.

—Ojalá tener esta carita sin dormir—le acarició la mejilla, provocando que se estremeciera.

Porque el más leve tacto era capaz de provocarlo.

—Deja de intentar distraerme para ganar, no te va a servir de nada.

—Yo no haría tal cosa.

—Venga, que te toca—se cruzó de brazos riendo.

No perdía de vista la sala. Mario y Paula deberían haber llegado hacía rato. Estaba inquieta por si habían cambiado los planes. Si había aparecido el tercero en discordia, desvaneciendo así las oportunidades de ambos de poder tener una cita. Porque ninguno lo había dicho, pero para Alba lo era.

¿Y si al final Paula había tenido que ir al club de campo?

Con el paso de los minutos, tan solo quedaban cinco bolas. La negra, la blanca, una de Natalia y dos de Alba. Más concentrada en Mario y Paula, había acabado por dejarle una ventaja a la punk que no buscaba.

Garito temporalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora