La paradoja del abuelo.

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Tuvo que esperar a que Julia acabase la última clase de la tarde, en el pequeño pasillo de la academia que su amiga había inaugurado hacía pocos días. Un grupo de adolescentes, entre los trece y los quince años, salieron del aula en cuanto sonó la campanilla electrónica de la puerta. Ninguno la miró al pasar por su lado, algo que Alba agradeció.

—¿Qué haces aquí? —abrió los ojos al verla.

—Necesito hablar contigo—se despegó de la pared en la que estaba apoyada.

Su amiga se colocó la bandolera y le hizo un gesto para que la siguiera. Salieron al exterior, a la pequeña plaza desierta, en la que Alba aguardó a que su amiga echase la llave de la academia. Los árboles, que en total eran cuatro repartidos por la misma, estaban pelados y sus ramas desnudas daban un aspecto algo tétrico a la solitaria plaza. En las cuatro esquinas del cuadrado que formaba dicha plaza, cuatro bancos metalizados.

—¿Subimos a mi casa o prefieres comer fuera?

—Tu casa.

—Okay. A ver, cuéntame, ¿fue mal con Eider? Ninguna me ha contestado a los mensajes.

Claro, Julia había supuesto que el tema del que quería hablar era la residente. Le extrañó, por otro lado, que Eider hubiera hecho también la del humo ocultándole información a su amiga.

—¿Ella tampoco? —se sorprendió.

—Eso es que os habéis moñeado.

—No, no, todo lo contrario. Fue genial. Lo que pasa es que eres una lianta—le recriminó.

—¿Yo?

—A Eider no le gusto.

—Eso dice ella...

—Julia.

—Vale, vale, perdón—introdujo el código en la pantalla táctil de su edificio—. De todas formas... joder, las señales estaban ahí.

Alba dejó escapar el aire por la nariz.

—Las verías tú.

—Ya la pillaré por banda. Se creerá que puede huir de mí por tener una guardia en el hospital. ¿Entonces de qué quieres hablar? Tienes una carita de susto que pa' qué, chochona.

—Porque te conozco y sé lo que vas a decirme.

No había ni rastro de Hermes por el salón, donde se acomodaron. Julia dejó su bandolera a un lado del sofá.

—Si lo sabes, ¿por qué quieres hablar?

—Ahora puedo desahogarme con alguien, y esa eres tú. No sé, mejor tener tu consejo que ir dando bandazos como hasta ahora—bajó la mirada.

—Entonces es sobre tu misión secreta, ya no tan secreta.

Asintió. Se mojó los labios antes de empezar a hablar, de revelarle a su amiga lo que estaba meditando hacer.

—Voy a llamarla, Julia.

—Claro, venga... Es una idea horrible. Cerebrito, ¿has pensado bien lo que puede provocarte?

Justo como pensaba, la reticencia de Julia no iba a hacerse de rogar.

—Ayer, durante la tarde que pasé con Eider y la conversación... No sé, Julia, necesito saber que ella está bien, escucharlo de sus labios. No suponerlo por una canción. Esa maldita canción, la letra...

—Déjame oírla—la interrumpió con suavidad.

—¿Qué?

—Ya me has oído, lolipop—sonrió comprensiva—. No me mires así. Lo que quieres a esa tía da para una saga entera. Quiero entender toda vuestra historia y en realidad solo intuyo la punta del iceberg. Venga, ponme la canción.

Garito temporalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora