Ah, si... la canción.

1.7K 200 8
                                    

Natalia tenía una mala costumbre. Una que ya le había traído más de una leve discusión con sus amigos en más de una ocasión. Nunca miraba por la mirilla. Motivo por el que, en su antiguo piso, tuvo que lidiar con varias fans. Por supuesto, desde que se había mudado no había ocurrido más. Y, aun así, continuaba con aquella mala costumbre.

Todavía seguía sin saber cómo reaccionar ante el hecho de que Alba, la musa de sus últimas canciones, estuviera sentada en el sofá de su sala de estar. En su piso. Bebiendo una taza de té inglés que su tío le había mandado directamente de Bristol. El mismo piso donde, hacía cinco meses, la propia Alba se había volatilizado en el aire frente a sus ojos. A unos metros de la cocina donde se habían abrazado entre lágrimas dando por terminada su relación.

—¿Estás más tranquila?

—Sí, gracias por el té.

Podía notar que también estaba siendo extraño para ella. Sin embargo, la punki no conseguía calmar sus nervios. No sabía cómo actuar. Aquella visita la había pillado de sopetón.

Lo primero que había hecho al verla tan nerviosa—y haciendo gala de una seguridad que no sentía—fue dejarla pasar y prepararle el té que sostenía entre sus manos. Pudo apreciar que llevaba una ropa extraña. A sus ojos era como si hubieran colocado prendas que no tenían nada que ver las unas con las otras a un maniquí de cualquier escaparate. Supuso que Alba ni siquiera se había molestado en cambiarse al saltar al pasado—o a su presente en este caso—, despertando el recuerdo de la chica a la que vio por primera vez hacía ya dos años, saltando y gritando en uno de los conciertos que daban en el Garito. Pensó que no lo había hecho por la necesidad imperiosa de aparecerse frente a ella, sin avisar, con aquella voz desesperada.

—Cuéntame.

Decidió ir directamente al grano. Le había pedio su ayuda. Si Alba se había presentado en su casa, no era porque quisiera verla, sino porque la necesitaba. Y aquello la entristeció. Quizá la chica que creó para escribir algunas de las primeras canciones, no era tan lejana como había querido creer para no hacerse más daño.

—Mañana dais un concierto.

—¿Cómo lo...? Claro, vienes del futuro—se sentó en el brazo del sofá, alejada de ella.

—El caso es que... Natalia, tienes que cambiarlo. O cancelarlo.

—¿Qué?

—Rodrigo... quiere hacerle daño a Paula. Lo he escuchado todo desde mi escondite yo...

—Para un segundo—le pidió levantándose.

Lo que le pedía era demasiado precipitado. No podía pedir que cambiasen la fecha de un concierto a un día del mismo. Ya estaba todo preparado, todo el mundo avisado y la mayor parte de las entradas vendidas. Solo el reembolso de las mismas costaría sudor y lágrimas al equipo. La sala también estaba ya pagada.

—No... no voy a poder hacer eso, Alba. Es complicado y... Lo siento, no puedo ayudarte.

—Algo habrá. La hora, vetarle la entrada... Lo que sea—se levantó ella también.

Natalia tuvo que retroceder cuando la viajera se colocó precipitadamente frente a ella y apoyó ambas manos sobre sus hombros. Llevaba meses sin tenerla tan cerca. No se había olvidado de las diminutas pecas que tenía en la punta de la nariz, del remolino que se le formaba a veces en el flequillo—apreció lo mucho que le había crecido—, ni tampoco de lo clara que podía tornarse la miel de sus ojos. Tampoco le era indiferente el tacto de su piel cuando, al posar sus manos sobre las de Alba para tratar de poner distancia, volvió a notar la misma descarga de siempre recorrerla de arriba abajo.

Garito temporalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora