Te debo una.

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GH79 recorría la carretera a una velocidad que no estaba permitida para ningún vehículo. Seguramente le llegaría una multa por ello, pero Alba no pensaba en otra cosa más que en llegar a la zona más cercana y menos transitada para activar la máquina del tiempo y ser de utilidad.

Sobre el salpicadero tenía una pantalla desplegada en la que se veían dos puntos. Uno de ellos era rojo, el otro negro. Este último se movía a la velocidad a la que iba, ya que la representaba a ella; el otro era Paula y estaba quieto. Según el mapa, la casa de Paula estaba en una zona actualmente en desuso desde la pandemia de 2019-2021. Le convenía reducir la velocidad si no quería llevarse por delante los tablones que bloqueaban la entrada de la gigantesca urbanización.

Había salido de su casa, con tanta prisa, tras tomar la decisión de intervenir una vez más, pero no tenía ningún plan. Tendría que improvisar sobre la marcha. Con lo que sí contaba—y lo único que había pensado—era con aparecer unos quince minutos antes de la discusión de Paula con su madre. A partir de ahí, todo era un misterio.

Si la cagaba, podía volver atrás, pero no quería arriesgarse a empeorar las cosas. Por eso lo evitaría todo lo posible.

Tuvo que apagar la transmisión al arrancar y salir hacia allí. No quería escuchar como trataba Rodrigo a Paula. Tampoco quería imaginarlo. Llevaba toda su vida oyendo la situación de malos tratos a la que se había enfrentado. Suficiente tenía con eso como para, encima, tener que escucharlo tan nítido por sus orejas. Por lo que la acompañaba el silencio, tanto en el interior como en el exterior.

GH79 no emitía ni un solo ruido.

Frenó de golpe, clavándose el cinturón en el pecho por la fuerza ejercida, en cuanto se topó con la barrera. Completamente llena de pintadas, sin que ningún hueco quedase por cubrir. Y tras esta, los chalets abandonados hacía ya tanto tiempo. Esperaba no toparse con nadie al saltar de un año a otro. Y, a pesar de tener prisa—irónico ya que tenía una maldita máquina del tiempo—, volvió a meterse en el coche para hacer un barrido por el lugar. Lo mejor era asegurarse de que realmente no había nadie. Buscar un sitio en el que aparecer en 1986, que le sirviera para pasar desapercibida.

—Desplegar planos urbanización La Paz, año 1986—ordenó.

Había una zona alejada que podría servirle, a las afueras cerca de una laguna. Perfecto para un salto clandestino.

Programó el gps y reactivó la conducción automática mientras actualizaba el reloj. Si no había comprobado seis veces si estaba cargado, no lo había hecho ninguna. Quedarse atrapada en el pasado, aunque fuese un periodo de tiempo de horas, no le entusiasmaba.

4 de enero de 1986, 16:48.

Tal como imaginaba, el acceso a la laguna estaba cerrado por una alambrada de metal bastante oxidada. Tenía un tono ocre y a simple vista parecía que iba a caerse a pedazos. Suerte que no era de espino. Posiblemente para el año en el que fue colocada, era un problema para el acceso de transeúntes y curiosos, pero para el año de Alba no.

Sobrevoló con GH79 por encima del alambrado sin problema alguno. Modificó la parte inferior, sacando los neumáticos de siempre y condujo campo a través, con la laguna siempre a su izquierda. Detuvo el coche cerca de las primeras casas, pero lo bastante alejada como para que al saltar no se viera. Según el plano, en 1986 no había ninguna casa tan cerca del bosquecillo.

Pulsó el enter, con la fecha y la hora ya preparadas y se produjo el fogonazo. Llevaba tantas semanas sin hacerlo, que volvió a sentir las náuseas de la primera vez que saltó tantos años. El estómago resonó en la cabina y emitió un eructo que le supo fatal. Horrible la sensación de vértigo por viaje en el tiempo.

Garito temporalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora