Preciado tiempo

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—Holi. Feliz domingo, día de nuestro señor. ¿Puedo pasar?

Fue lo primero que soltó Alba en cuanto la puerta del piso se abrió. Le pareció oír a la vecina chismosa, tras la mirilla, cotilleando. Natalia sonrió, haciéndose a un lado para dejarla entrar. Todo seguía estando como siempre. Las paredes pintadas en el mismo color verde, el sofá con dos cojines perfectamente colocados, la cortina echada, los libros de la estantería ordenados por tamaño... Y el mismo olor, que se intensificó cuando notó la presencia de Natalia tras su espalda, a punto de chocar con ella. El de la vainilla.

—Estaba pensando en salir, ya que no sabía con seguridad si vendrías—se giró para encontrarse con la mirada baja de Natalia.

—Te lo prometí, ¿no? Por cierto, qué pasada de concierto—la punk esbozó una sonrisa pequeñita. Luego musitó un gracias.

Llevaba una sudadera de color negro, gigantesca, y unos pantalones de chándal gris bastante gastados. Agarró los puños de la prenda, la hizo abrir los brazos y se amarró a su cintura. Desde ahí se hundió en la suave tela de la sudadera que olía a ella, cerrando los ojos para viajar en las sensaciones que le despertaba. Sonrió contra su hombro cuando Natalia la abrazó también.

Lo necesitaba. Sabía de lo qué quería hablar con ella. Por eso aferrarse a su cuerpo, para asegurarse de que era lo que quería, fue lo que la hizo ejercer el movimiento. Estaba agotada de llegar a casa después de pasar un día entero con ella y sentirse culpable por haberlo disfrutado. Cansada de querer eliminar la culpa por haber caído aquella tarde en sus labios, de haberse olvidado de las estúpidas normas.

Había tomado ya la decisión. Sabía muy bien que iba a hacer.

—¿De qué quieres hablar?

—Vamos a sentarnos en el sofá—pidió tirando de su mano hasta allí—Es sobre lo qué pasó el otro día... aquí. Justo en este mismo cojín, pero tú estabas en este lado y yo en el tuyo...

—Lo pillo—rió al percibir su nerviosismo.

—¿Ahora qué? Alba, no he dejado de pensar en lo que me dijiste, lo que nos dijimos—aclaró acariciando los dedos de la mano que las unía—. Tampoco puedo apartar de mi cabeza el beso que inicié, ni que tú me correspondieras. Ni los de después... O la sonrisa que tenías al marcharte por las escaleras. Me quedé en una nube y anoche necesitaba verte para hablarlo. Pero te marchaste como haces siempre, por lo que la euforia se ha ido apagando poco a poco.

Verla bajar la cabeza, abatida, fue para Alba como si un millón de cuchillos le perforasen el corazón.

—¿Quieres saber cómo he estado yo? Cagada—susurró intentando que no le temblase la voz—. Sí, acojonada por esto que siento, que sé que irá a más... Pero no voy a huir, Natalia. Esta vez no. Solo te pido que seas paciente conmigo.

La decisión estaba tomada. Pensaba arriesgarse, disfrutar del tiempo que pudiera con ella. Había llegado a la conclusión de vivirlo como una relación auténtica. No podía hacerla a un lado, ni escapar. Era imposible porque chocaba justo con lo que la había llevado al garito y a sus conciertos. Haberla conocido, al punto de desarrollar sentimientos por ella, simplemente había sido el mejor efecto colateral. Además —se había repetido mil veces hasta convencerse de ello—, si ha pasado, es por algo.

—¿Eso qué significa?

—A ver, tronca, que si quieres que nos liemos, pos nos liamos.

—¿Solo eso? —preguntó con desilusión Natalia, haciendo resoplar a Alba.

No me pidas que diga las cosas en serio, porque me cuesta un universo, punk del demonio.

—Intentaba hacerlo más coloquial—se encogió de hombros, acercándose más a ella y enroscando sus brazos en su cuello—. Puedes cogerme de la mano si quieres, besarme cuando te apetezca y ponerte tontorrona conmigo.

Garito temporalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora