Tiempo.

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A veces sientes que la vida te golpea de improvisto, de la peor manera posible. El tiempo pasa, las heridas del golpe se curan, llegan a cicatrizar...

O no.

Hay veces que no lo hacen, que la costra permanece más tiempo del debido. Es entonces cuando vuelve a sangrar. Se reabre, se queda así durante un largo periodo...

Natalia se sentía así. Miraba su habitación, recordaba la última noche con Alba... y la herida que tenía en el corazón volvía a abrirse. Porque habían pasado tres meses—largos y distantes— desde esa noche y seguía en la misma situación. Le había dado tiempo a pensar en todo. En la increíble pero cierta historia que le había contado Alba; perdonarle de verdad las mentiras; que fuese una chica del siglo XXII... Lo que no había conseguido procesar era, que, después de unos meses increíbles con ella, ya no estuvieran juntas. Y la principal causante era ella. Porque le había pedido espacio para tratar de reconducir toda la información, para pensar en el futuro.

Seguía con la herida abierta porque no quería cerrarla. Ella lo tenía claro. Quería volver con Alba. Sin embargo, la inseguridad volvía a atacarla, tomaba parte en la batalla cuando ya estaba ganada. Llegaba con la artillería pesada y ella no podía combatirla con los pocos recursos con los que contaba. La engullían por completo.

¿Y sí en realidad Alba no la quería? ¿Podía haber aprovechado para dejarla tras contarle la verdad? Cada vez que pensaba en ellas, recordaba la ruptura, sentía que se le perforaba el pecho, y se decía: Alba lo ha hecho porque ya no nos quedaba amor... Luego pensaba que era absurdo, porque le venían también los recuerdos de las confesiones, de cómo habían pasado la última noche haciendo el amor, hablando en susurros en brazos la una de la otra; acariciándose, besándose las pieles desnudas y notando las yemas de sus dedos recorrerlas... El problema era, que al final ganaba la idea de que Alba no la quería de verdad. Que por eso se había marchado hacía ya tres meses. Esfumándose en su cocina, volatilizándose en el aire para volver a su tiempo.

No había vuelto a verla desde entonces. Aunque sabía que ella había regresado. La propia Alba se lo había dicho: hasta que no naciera su bisabuela, ella no podría dejar de visitar lo que para ella era el pasado, pero que para Natalia en realidad era el presente.

Batallaba también con dos cauces. El primero: Alba tenía razón, era muy complicado seguir juntas; el segundo: quizá podrían pelear por la relación, a pesar de todo.

Por eso no la llamaba. Por eso no se atrevía a buscarla por las calles. ¿Albergaba la absurda esperanza de hallarla? Sí. Y se sentía idiota por hacerlo. Se autoflagelaba con esa actitud.

Había escrito mil canciones intentando poner en orden sus pensamientos. Tratando de encauzar sus sentimientos. Se había puesto en el lugar de Alba. De la chica que la amaba... Pero también de la imagen distorsionada de la que no. Del alter ego creado por su mente insegura, que la había estado engañando desde que se conocían.

Cuando pensaba en la segunda, las canciones eran descorazonadoras. Ya no le salía protestar en sus letras, ahora todo era desamor.

Sus amigos estaban con ella todo lo posible. No la dejaban sola, intentaban distraerla todo lo posible—y todo lo que podían permitirse—. Pasaban los días libres en casa de Jorge, a veces se colaban en el viejo garaje y tocaban como lo habían hecho siempre, alquilaban películas y las veían todos juntos. Y por supuesto, trabajaban mucho. Todos esperaban que, con el tiempo, el corazón roto de Natalia se curase. Llegaría otra persona, otra chica para ocupar el lugar de Alba. La guitarrista volvería a ser la de siempre, solo necesitaba tiempo.

Incluso Jorge lo creía posible. Porque ya la había visto levantarse una vez, a pesar de que el daño ocasionado por la apuesta no era ni la mitad de profundo al del golpe de Alba.

Garito temporalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora