Capítulo 20: IV

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Abro los ojos encontrando un cielo estrellado, parpadeo en confusión. Me incorporo sintiendo un dolor punzante en el pecho.

¿Dónde estoy?

Lo último que recuerdo es tumbarme en la cama para descansar, no junto a un lago. El paisaje me resulta familiar, tan familiar que creo que es en el que ya he estado cerca de la cueva.

Me incorporo con esfuerzo, el dolor dentro de mi pecho es cada vez mayor. Me mantengo sentada y abrazo mi torso inclinándome hacía delante en agonía. Aprieto los dientes y cierro con fuerza los ojos.

― ¿Estás bien?

Aquella voz me toma por sorpresa, no he escuchado a nadie acercarse.

― ¿Necesitas ayuda? ― Insiste y siento una mano acariciando mi espalda. Bajo su toque el dolor disminuye, pero a la vez mi mente empieza a nublarse.

― Vete. ― Pronuncio entre dientes sin darme cuenta, simplemente las palabras han salido de mi boca sin pensarlo.

― No me voy a ir.

Ya no siento el dolor, ha desaparecido casi por completo. Sin embargo, sigo agonizando en la misma posición. No tengo control sobre mi cuerpo, es como si estuviera encerrada dentro y solo puedo observar.

Abro los ojos cuando dos manos se posan en mis mejillas, dos ojos azules me miran con preocupación. Aparto el rostro con un movimiento brusco. Me intento poner de pie, pero caigo sobre los brazos del peliblanco.

― Voy a curarte. ― Asegura decidido. ― ¿Puedes subirte a mi espalda?

― No quiero tu ayuda. ― Gruño revolviéndome en sus brazos, me aprieta más contra su cuerpo y agarra mi mandíbula para que le mire.

― Me da igual, voy a llevarte a mi casa y curarte. ― Hace una pausa en la que nos miramos fijamente a los ojos. ― No te estoy preguntando. ― Añade soltando mi mandíbula, pasa un brazo por mi espalda y otro por debajo de mis rodillas.

Me carga contra su pecho y me encojo intentando aliviar el dolor, mi cabeza descansa cerca de su clavícula. No puedo hacer ningún movimiento, ni siquiera puedo dirigir la vista, me siento enjaulada en mi propio cuerpo.

― Aguanta ahí sentada. ― Susurra dejándome sobre una roca a la altura de su estómago. ― Sujétate. ― Se da la vuelta y dobla un poco las rodillas para que me suba. ― Vamos.

― No voy a ir a tu aldea con esos humanos. ― Gruño echándome hacía atrás, alejándome de la espalda del peliblanco. ― Ni siquiera puedes curarme, aunque lo intentes.

― Te llevare a la fuerza. ― Amenaza mirándome de reojo, se endereza y se gira quedando frente a frente entre mis piernas. Mi cabeza queda un poco más alta que la suya.

― No te hagas el valiente. ― Observo su rostro, la determinación y preocupación bailan en sus ojos. Aprieta los labios en una fina línea. ― Puedo matarte sin pestañear, lo sabes.

Me sorprendo de las palabras que salen de mi boca, han sido pronunciadas con un cinismo que nunca había escuchado. Al peliblanco parece no afectarle, en vez de alejarse se acerca más acortando la distancia que nos separada.

― Si hubieras querido matarme ya lo habrías hecho después de estos años. ― Levanta la mano y acaricia mi mejilla. Me mantengo quieta bajo su toque.

― No me toques, Jack. ― Mi tono de voz es bajo y serio. Un destello de dolor pasa por sus ojos. ― Por tu bien, más vale que no vuelvas a buscarme.

― No te abandonaré, digas lo que digas.

Mi vista se pone borrosa, al punto de que no puedo distinguir el rostro del peliblanco. Poco a poco vuelvo a hundirme en la oscuridad.

Esto No Es Normal | Jack FrostDonde viven las historias. Descúbrelo ahora