Capítulo 20: II

442 61 3
                                    

Nos detenemos frente a la doble puerta principal, podría entrar un camión por ella. Ambos lados empiezan a moverse cuando Cupido da un paso al frente. Poco a poco se abren completamente.

― Tú habitación será la mejor de la casa. ― Afirma, me mira de reojo y sonríe de lado. Pasa al interior.

Las baldosas blancas del suelo brillan. Toda la entrada es un contraste de blanco y negro. Entro al interior dando varios pasos, escucho las puertas detrás de mí cerrarse.

― Ven, preciosa. ― Me hace una seña metiéndome prisa.

Dejo de mirar alrededor y comienzo a seguirle. Subimos por unas escaleras con una ligera forma de caracol. Llegamos a un pasillo amplio e iluminado, hay un ventanal al fondo. En el suelo hay una alfombra negra, las paredes están decoradas con plantas y flores en macetas, también hay algunos cuadros con gente, pero no reconozco a nadie.

― Tú habitación. ― Se detiene delante de una puerta.

― ¿Cuál es la tuya? ― Pregunto mirando las demás puertas. Todo el pasillo está lleno.

― No está en esta planta. No seas impaciente.

Abre la puerta y espera a que entre primero.

― Vaya. ― Exclamo asombrada. Escucho una pequeña risa detrás de mí.

La habitación no es excesivamente grande, pero tampoco es pequeña. Una cama doble, o incluso triple, es lo primero que capta mi atención. Nunca había visto una cama tan grande. Tiene una especie de cortinas finas que la rodean. A mi lado hay una especie de pequeña sala de estar, hay un sofá negro junto a un sillón, sinceramente parecen muy cómodos. Hay muebles con cajones y estanterías.

― Ese es el baño. ― Señala una puerta a nuestra izquierda que no había visto. ― Y ese es el armario, probador o como lo quieras llamar. ― Señala la otra puerta que está al lado.

En medio de las dos puertas hay un escritorio, junto a la silla y una lampara.

― Y la televisión. ― Se abre un pequeño compartimento en una de las paredes.

― No sabía que los espíritus veíais las noticias.

― No lo hacen, pero yo soy diferente. ― Susurra cerca de mi oído. Pone las manos en mi cintura, instintivamente me tenso. ― ¿Me dejas pasar?

― Claro. ― Murmuro apartándome inmediatamente hacía un lado.

Camina hasta unas puertas de cristal junto a la cama, en la pared del fondo. Me hace una seña para que me acerque.

― El balcón. ― Dice y las puertas se deslizan escondiéndose en la pared. Hace todo sin tocar nada, debe usar sus poderes.

Salimos encontrando las vistas de un enorme jardín. Una fuente en el medio llama mi atención, la estatua sobre ella parece una copia de Cupido.

― Tienes una escalera por si quieres bajar directamente. ― Señala a nuestra derecha y, efectivamente, una escalera de cristal baja hasta el suelo.

El balcón es bastante grande, hay una mesa y dos sillas en un lado, también algunas macetas con plantas.

― No pensé que tuvieras una casa tan grande. ― Comento examinando el jardín.

Termina con unos arbustos que hacen de muro, perfectamente cortados y cuidados. Detrás de estos se puede ver el río, como pensé rodea toda la casa y, después, sigue hasta perderse en el bosque. La niebla que nos ha traído hasta aquí se mueve entre los árboles.

― Intento ser mejor cada día. ― Murmura mirando el paisaje junto a mí. ― Eso incluye mejorar lo que es de mi propiedad.

― ¿Cómo haces para que las puertas se abran solas? ― Pregunto volviendo la vista a su rostro. Me mira de reojo y sonríe de lado.

― La casa me reconoce y sabe que lo que tiene que hacer en cada momento.

― Pensé que usabas algún tipo de poder de levitación.

― Es mucho más complejo que eso, preciosa. ― Se apoya en la barandilla, dejando reposar el peso en sus brazos.

Un pequeño tintineo a nuestras espaldas llama nuestra atención. Un gato blanco de ojos verdes se acerca, el collar que lleva provoca el ruido. Se mueve con tranquilidad y cada paso que da es refinado y elegante, se detiene en el marco de la puerta.

Cupido se da la vuelta y se acuclilla, estira los brazos y sonríe al felino abiertamente.

― ¿Me has echado de menos?

Al escuchar su voz el gato maúlla como si le respondiera y, a continuación, termina por acercarse a él. Le rodea con los brazos y se levanta, lo pega a su pecho y el pequeño acaricia la cabeza contra su ropa.

― Es precioso. ― Confieso, al escuchar mi voz sus ojos felinos se posan en mí.

Es impresionante lo parecido que es el color de ambos. Me mira fijamente y, aunque no puedo saber que piensa, siento que no he sido de su agrado.

― Lo encontré hace tiempo vagando por el bosque. ― Hace un gesto hacía la niebla con la cabeza. ― Estaba perdido así que lo adopte.

Le acaricia suavemente y cierra los ojos, comienza a ronronear y restregarse contra su ropa.

― Creo que no le he caído bien.

― Es desconfiado al principio, no te conoce. ― Le da un pequeño beso en la cabeza. ― Te dejaremos que te acomodes, cuando estés lista ven al comedor. Hay ropa que puedes usar si quieres cambiarte.

Instintivamente bajo la mirada a mi cuerpo. La ropa que llevo, una simple camiseta y un pantalón, están arrugados y sucios. Supongo que es lo que pasa cuando llevas tanto tiempo sin cambiarte.

― Gracias. ― Murmuro un poco avergonzada, hasta ahora no pensé en mi apariencia.

Asiente y sale dejándome sola, escucho la puerta cerrarse. ¿Dónde estará el comedor?

Me apresuro hacía la puerta, la abro y busco a Cupido en el pasillo. No le veo. Palmeo mentalmente mi frente por no preguntarle. Tendré que buscarlo por mi propia cuenta, solo espero no tardar demasiado.

Entro al baño quedándome estática, es enorme. No tiene nada que envidiarle a la habitación. Incluso hay un jacuzzi en el que perfectamente podrían entrar 6 personas. Me siento rara al tener tantos lujos a mi alcance, he pasado de una mísera cueva a una mansión.

Me paro frente al espejo, hacía mucho que no veía mi reflejo y me pregunto si soy yo verdaderamente. Mi pelo está alborotado y sucio, no tiene un corte en específico, simplemente cae sobre mis hombros y espalda sin forma, pero lo que más me sorprende es el color negro tan intenso que posee. Mi cara es un desastre, las ojeras han aumentado considerablemente, mis ojos se ven más oscuros, sin vida y cansados, la piel de mi rostro está ligeramente sucia y extremadamente pálida, pero de una forma enfermiza.

Con un suspiro dejo la manta y el muñeco de nieve sobre la encimera del lavabo. Me lavo las manos y la cara, agradezco el agua sobre mi piel, aunque mi aspecto no mejora.

Empiezo a quitarme la ropa, la dejo en una cesta que hay sobre un banco blanco. Abro la mampara de la ducha y entro, examino el interior encontrando que es una ducha de hidromasaje. No es suficiente con el jacuzzi, también hay una ducha de hidromasaje.

Empiezo a ducharme y todo mi cuerpo se relaja bajo el agua. Poco a poco se libera tensión de mis músculos que ni siquiera era consciente que tenía.

Quiero pensar que todo irá mejor a partir de ahora, pero la ausencia del peliblanco no me deja estar tranquila.

Esto No Es Normal | Jack FrostDonde viven las historias. Descúbrelo ahora