Narra Samuel:
Era jueves. Julio y yo salíamos del departamento para ir a almorzar.
Este mismo día, al igual que los martes y viernes, nuestro trabajo terminaba a las tres de la tarde —lo cual era un gran alivio para ambos—.
Nuestro trabajo nos sometía a mucho estrés, por eso —tuviéramos o no, que seguir trabajando después de la comida del mediodía—, siempre salíamos para hacerlo fuera. Era necesario tomar un poco de aire después de tantas horas presionados.
—¿Y si mejor te vienes a casa a comer? —La verdad es que me sorprendió bastante la pregunta. Nunca había comido en casa de Díaz.
—Está bien. —le respondí con una amable sonrisa—. ¿Qué prepararás?
Siempre me había hablado de lo que le gustaba la cocina.
Por lo que me había contado, no era habitual en él cocinar, hasta que tuvo que acostumbrarse a hacerlo. Ángela, su aún esposa, decidió que debían separarse —ya que discutían diariamente—. Aunque supe de inmediato que no se fue por eso, sino porque ella ya no amaba a su marido. Era evidente en los ojos de Julio, cuando me hablaba de ella, que seguía queriéndola. Aun así no llegaron a divorciarse.
Ella terminó yéndose a vivir a Los Ángeles, y venía cada cierto tiempo para ver a su hijo.
—Debería ser yo quién te pregunte qué te apetece. —Su voz me devolvió a la realidad, y sonreí. Sabía qué iba a decirme—. Eres tú el que está obsesionado por mantener una dieta equilibrada. —Reí al adivinar lo que sus labios articularon.
—Cierto. —dije mirando al frente, para a continuación dar dos pasos y pararme justo delante de él—. Por esta vez me la saltaré. ¿Qué te parece?
—Llevaba siglos queriendo oír eso. —Me empujó levemente, para seguir avanzando—. Me muero de ganas por verte comer algo que no sea lechuga. —Ambos reímos y nos dirigimos hasta mi coche, que estaba aparcado a un lateral de la entrada, a pocos pasos de esta.
Llegamos, lo dejé salir del vehículo, y busqué un lugar para aparcar —ya que en el que solía hacerlo, estaba ocupado—.
En menos de dos minutos, ya había encontrado sitio. Salí de allí y llamé a la puerta, esperando que me abriera.
—¿Qué te parece unos tallarines a la carbonara? Me salen de muerte. —me preguntó al recibirme. Se hizo a un lado, para dejarme pasar —cerrando la puerta tras de mí— y volvió a fijar la mirada en mí.
—Buena elección. —Mis ojos bajaron por su cuerpo, observando que tenía puesto un delantal—. ¿Y eso? —Me eché a reír. No podía creer lo que estaba viendo.
—Otro como mi hijo. —articularon sus labios, a medida que iba avanzando, a pasos decididos, hasta la cocina—. ¿Vas a decirme también que me queda horrible?
—No, en absoluto. —Lo seguí, manteniendo mis ojos en su espalda y añadí—: Te ves sexy. —Y esta vez estallé en carcajadas.
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Wigetta: Más allá
FanfictionGuillermo, un chico joven de veintiún años -el cual iba a la universidad, situada a unos novecientos metros de su casa-, se sentía extremadamente atraído por el compañero de trabajo de su padre, Samuel. Julio, el padre del universitario, se reunía a...