22. Lo que es mejor

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Samuel.

Un comentario dicho por una de mis tías, me hizo reír. Miré a mi alrededor y vi cómo Guillermo me llamaba con la mano, para acto seguido desaparecer del lugar.

Sonreí a mi tía, apoyé una mano en su hombro, diciéndole que enseguida volvía.

Anduve unos cuantos pasos, hasta que vi a Julio ir en dirección a su hijo. Me quedé quieto y empecé a hablar con la primera persona que tenía cerca, mi padre.

-¿A qué ha venido lo de antes, papá? -le pregunté, refiriéndome a la forma en la que había hablado, anteriormente, a Julio. Él suspiró con pesadez y respondió, como yo imaginaba, algo que no era la respuesta que buscaba.

-Algún día hablaremos de ello, hijo. Por ahora, céntrate en la fiesta y diviértete. -Me palmeó un par de veces el hombro y caminó hacia el lado contrario de dónde me hallaba.

Volví a mirar la entrada del salón, esperando que Julio viniese de vuelta, para ir a la habitación de Guillermo.

Me puse a charlar con algunos miembros de mi familia, hasta que, por fin, vi a Julio.

Salí, disparado, por la puerta abierta, pero la mano de Díaz sobre mi espalda, me detuvo.

-¿A dónde vas, De Luque? -Por un momento, mi corazón se aceleró, sin esperarse tal situación.

-¿Y eso de llamarme por mi apellido? Creí que no me hablabas -Él sonrió sarcástico. Se quedó en silencio, esperando a que yo respondiese-. Voy a ver a tu hijo, creo que le pasa algo.

Me hizo un gesto con la mano, animándome a que fuera hasta la habitación del menor, y se giró para comenzar a hablar con no-pude-escuchar-quién.

(...)

Guillermo y yo habíamos estado en su habitación hacía escasos segundos. Habíamos estado hablando de su padre, de lo controlado que nos tenía. Dudaba que mi jefe supiera de lo que teníamos su hijo y yo, pero sabía al cien por cien que se comportaba así porque no quería que Guille se acercara a mí, o yo a él, o lo que sea.

El menor de los Díaz se sirvió un poco de alcohol en una copa, el cual pareció ser reprendido por su padre, ya que la cara del chico lo decía todo.

Seguí charlando con la gente, y, de vez en cuando, observando al más joven, que no hacía otra cosa más que mirarme.

(...)

Era treinta de diciembre. Al día siguiente sería nochevieja y en unos días estaría en un avión rumbo a Los Ángeles. Iba a venirme genial, una semanita fuera del país.

Gente y lugares por conocer, oportunidades mayores, un mejor sueldo... La verdad es que deseaba ese trabajo más que nada en el mundo. Era una gran oportunidad y no la iba a desaprobechar.

Pensaba mucho en ello, sobretodo en cómo decirle a Guillermo que eso que le dije en el parque...

-Algún día te llevaré a un parque en condiciones. ¿Te gustan los parques de atracciones?

-S-sí -Hizo una pequeña pausa y continuó-. ¿M-me llevarás e-en serio?

-Claro, ¿por qué no?

-¿En ve-verano, cuándo acaben las clases?

-C-claro... e-en verano.

-En verano... -pronuncié en voz alta- Ni siquiera estaré para entonces. -Suspiré frente al espejo y proseguí a lavarme la cara.

Wigetta: Más alláDonde viven las historias. Descúbrelo ahora