59. «La carta»

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Capítulo especial.

Julio.

Después de pillar a Samuel con mi hijo, y su mejor amigo, cada uno se fue a sus casas.

Aún puedo ver la forma en la que me miró De Luque.

Por una vez, en bastante tiempo, no pude ver odio en ella. Era tristeza lo único que podía ver.

Sabía que él se largaba al día siguiente, y con aquella mirada entendí que no pudo decírselo a mi hijo...

[...]

No había podido dormir bien esa noche. Sabía que Samuel se iba, y no podía dejar de pensar en ello.

Estaba sentado sobre el sofá, intentando calmarme, cuando Guillermo pasó por delante de mí en dirección a la puerta de salida.



—¿A dónde vas? —le dije. Él seguía con expresión de enfado en su rostro.

—Voy a comprar el pan —habló, sin mirarme a la cara—. ¿O para eso también necesito un guardaespaldas?



Me quedé en silencio, sin saber qué decir, y entonces él salió por la puerta.

Aunque mucha gente no lo creyera, me sentía mal estar haciéndole eso a mi hijo. Pero cuando veía a Samuel, algo dentro de mí lo cambiaba todo por completo. Quería tenerlo, ya fuera por las buenas o por las malas. Y esa necesidad lo estaba echando todo por la borda.

Me levanté de mi asiento, para comenzar a dar vueltas por la casa. Empezaba a sentirme nervioso, hasta un punto en el que parecía que iba a volverme loco.

Samuel se iba, y no quería perderlo.

Samuel se iba... Y no quería perder a mi hijo.

Encendí la televisión, sin sentarme de nuevo en el sofá. Pasé varios canales, en los cuales hablaban de las noticias, el tiempo, y de estos programas que te enseñan sobre los órganos del nuestro cuerpo y te exponen lo que haríamos los seres humanos en casos de supervivencia. La apagué y sentí un breve alivio. Hasta que el timbre de la puerta sonó.

Me dirigí hasta ella para abrirla, sin imaginar siquiera que Samuel estaría al otro lado de esta.



—Si es que aún queda algo de humanidad en ti —Empezó a decir—, dile a Guillermo que salga un momento. —Suspiré.

—No está —respondí. Él arqueó una ceja, en señal de desacuerdo—. Si no te lo crees, puedes entrar tú mismo y averi...

—Pensaba hacerlo de todas formas. —me interrumpió.



Se adentró en la casa, y yo cerré la puerta.

Me quedé en pie, viendo cómo buscaba a mi hijo en cada habitación, hasta que se giró hacia mí.



—¿Dónde está? —preguntó.

—Dijo que iba a comprar el pan. Pero no creo que sea verdad. Y ha podido ir a cualquier sitio.

—¿Y no lo has detenido? ¿Ni siquiera le has puesto a ese detective tuyo? Wow.



Si lo que pretendía era hacerme sentir peor, lo había conseguido.

Volví a suspirar, y miré el sofá, deseando sentarme en él.



—¿No te ibas hoy, o es que has cambiado de planes? —Por fin el enfado de su cara, se disimuló un poco.

—Salgo en un par de horas. De hecho ya debería estar en el aeropuerto...

—Entonces... ¿te vas?

—Sí... —respondió— Había escrito esto por si no era capaz de articular las palabras correspondientes a Guillermo —dijo, sacando una hoja de folio de su bolsillo. La desplegó como si fuese a leerla y me miró—. ¿Serías capaz de...?

—¿Por qué se la debería dar? Se supone que no quiero que estéis juntos.

—Bueno... Esa nota no va a conseguir que estemos juntos, así que... —Miró hacia otro lado, e imaginé que estaba a punto de llorar.



Sonreí ante aquella tontería. Al parecer no conocía lo suficientemente bien a mi hijo, pero yo sí.

Cogí el papel, mientras Samuel no dejaba de mirarme.



—Si alguna vez has sido mi amigo, Julio, te ruego que se la entregues. Al menos le debo una explicación. Y si no lo haces por mí, piensa en tu hijo. Es por él por quién deberías hacerlo.



No dije nada. No podía decir que sí lo haría. Ni siquiera sabía lo que iba a hacer antes de que apareciera mi hijo. Aún menos cuando este llegase a casa.

Él se dio media vuelta, para abrir la puerta, y antes de desaparecer tras ella, sin girarse para mirarme, añadió unas últimas palabras.



—Adiós, Julio.



Yo me quedé en silencio durante un rato, luego suspiré por enésima vez y volví a sentarme sobre el sofá.

Observé el papelito que sostenía en mis manos, debatiéndome mentalmente si leerla o no.

Al final opté por hacerlo, lo cual fue lo que me hizo decidir si entregársela o no a mi hijo.

En aquella carta, se reflejaban los sentimientos de Samuel. Esos que sólo sentía por Guillermo y por nadie más. Esos que conseguían que mi corazón se empequeñece hasta desaparecer por completo. Aquellos que dolían más de lo que cualquiera pudiese imaginar...

No podría explicar todo lo que sentí al leer las palabras escritas a mano por De Luque, y he de reconocer que sentí muchísimas cosas, entre ellas furia.

Porque aunque era mi hijo, no podía dejar de pensar que él me había quitado a Samuel. Que yo me enamoré de él antes que Guillermo, y que de repente él consiguió lo que seguramente yo no hubiese conseguido jamás, su amor. Y eso me hizo decidirme.

Wigetta: Más alláDonde viven las historias. Descúbrelo ahora