30. Mentiras

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Samuel.

Guillermo quería más, aunque, sinceramente, yo también. Dudaba que en algún momento pudiera cansarme del chico que tenía bajo mi cuerpo.

Me levanté, apartándome un poco para mirarlo y respondí de inmediato.

-A ver qué eres capaz de hacer. -dije, alentándolo. Ambos sonreímos con deseo, pero, en ese preciso instante, mi móvil empezó a sonar. Mira que inoportuno.

Me separé de Guillermo, estiré la mano y cogí el móvil, que se encontraba sobre la mesita de noche.

-¿Sí? -respondí, mientras veía al de ojos rasgados, mirarme, intentando averiguar quien estaba al otro lado del teléfono.

-Samuel, tu prima ya está despierta. Ya puedes venir a verla.

-Voy enseguida. ¿Están allí todos?

-Sí. Tú, ¿cómo estás?

-Bien, sólo fue un pequeño mareo.

-Está bien. Nos vemos ahora.

-Hasta ahora, Raúl.

Me levanté de la cama, me agaché para recoger la ropa, que se encontraba esparcida por el suelo y comencé a ponérmela.

-¿Todo bien?

-Mi prima ha despertado. Necesito verla.

-Está bien... -Parecía no saber qué responderme.

-¿Quieres... venir? -le pregunté. No hizo falta oír ninguna respuesta, ya que su sonrisa lo decía todo.

-Sí. -respondió, al mismo tiempo que asentía con la cabeza.

-Vístete, anda -Le lancé la ropa, y la paró con ambas manos-. No quieras distraerme más. -Le dediqué una pequeña sonrisa, antes de volver la vista al frente.

(...)

-¡Mamá! -La abracé con fuerza, nada más verla en la sala de espera- ¿Has entrado ya?

-No, hijo -articuló, separándose del abrazo, para poder mirarme a los ojos-. Te estaba esperando. Tu padre ya está dentro.

-Vamos. -Avancé a pasos lentos hasta la puerta.

-Señora De Luque. -Escuché tras de mí.

Al abrir la puerta, vi cómo Isa dirigió la vista hacia ésta para ver de quién se trataba.

-¡Isa! -Corrí hasta ella- ¿Cómo estás? ¿Necesitas algo? -Estaba desesperado.

-Tranquilo, Samu. Estoy bien. -dijo, con una conciliadora sonrisa.

-¡No, no lo estás! -grité. Quería recriminarle lo que había hecho. Necesitaba hacerlo. ¿Desde cuándo ella era tan débil? Nunca lo había sido- ¿Por qué lo hiciste, Isa? ¡Me asustaste mucho! Habrías muerto de no ser porque aparecí por allí para darte una sorpresa... Y resulta que fuiste tú quien me la diste... ¡Una mierda de sorpresa!

-Hijo... -vocalizó mi padre, para que me tranquilizara y dejara el tema.

-¡No, papá! ¡No puedo calmarme! ¡Se estaba desangrando! ¡Su cuerpo estaba...! Casi inerte... -No me di cuenta en qué momento mi padre se acercó a mí para abrazarme, pero aquel contacto me hizo sentir mejor. Algo más relajado.

Wigetta: Más alláDonde viven las historias. Descúbrelo ahora