8. Familia

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Narra Samuel:

-He de irme. -vocalicé, dejando a Julio, levemente, boquiabierto-. Mañana te llamo. -Me despedí en un gesto, y antes de que el amigo de Guillermo, pudiera añadir algo, salí por la puerta.

Al día siguiente tenía muchas cosas qué hacer. Una de ellas, era visitar a mi prima -la cual era para mí como mi hermana- al hospital. Había tenido un accidente y el viernes le darían los resultados. Por eso pedí un día en el trabajo, necesitaba verla. Ella significaba mucho para mí.

Los rayos de sol, que se filtraban por el cristal de la ventana, terminaban en mis ojos -molestándome sobremanera-.

Me levanté de la cama, me di una ducha rápida, desayuné y me vestí, para a continuación salir pitando de casa.

Cogí el coche, y al llegar, aparqué en el parking del hospital.

En la entrada del lugar, me encontré con mi madre, que no hacía más que dar vueltas de un lado a otro.

Cuando me vio, me abrazó fuertemente, como nunca antes lo había hecho.

-Tranquila, mamá. -Intenté animarla un poco-. ¿Subimos a verla?

-Por favor, hijo... No quiero subir sola. -Le sonreí con ternura, tomándola de la mano, apretándola suavemente, a modo de afecto.

Subimos hasta la habitación, llamando un par de veces a la puerta, tras la cual se encontraba el doctor. Éste nos hizo una señal de que podíamos entrar.

-Tengo que deciros algo. -dijo saliendo de la sala, con cara de preocupación -lo cual nos estaba poniendo nerviosos a mi madre y a mí.

-Dinos qué pasa, doctor. -enunció mi madre, quién se iba a echar a llorar, en cualquier momento-. Por favor, dinos que está bien.

-Ella... está bien. -articuló el hombre, sin encontrar las palabras adecuadas, para decir lo que fuese-. Pero... -El hombre bajó la cabeza, a lo que mi madre rompió en llanto. El bebé. Lo había perdido-. Se lo hemos dicho esta mañana. Estaba tan alterada, que casi hiere a un par de médicos, tuvimos que sedarla para que descansase un poco.

-No... No puede ser... -Mi madre empezó a dar vueltas por aquel enorme pasillo blanco-. Esto no puede estar pasando. -Sollozó.

-Mamá... -La miré, y rápidamente volví la mirada al hombre de la bata blanca-. ¿Nos disculpas, por favor?

-Por supuesto. -Bajó su cabeza a modo de despedida y al mismo tiempo de disculpa, para seguidamente desaparecer de allí.

Me acerqué a mi madre, la rodeé fuertemente con mis brazos, dejando que llorase en mi pecho. Yo sólo podía pensar y pensar sobre el tema, pero no conseguía llorar.

Mis padres y yo estábamos muy ilusionados con el bebé, ya que habría sido como un sobrino/nieto para nosotros. Era demasiado doloroso lo que estaba ocurriendo.

-¿Quieres que antes de entrar vayamos a tomar algo? -le pregunté. Pero ella sólo negó con la cabeza-. Mamá, necesitas una tila aunque sea. Por favor.

Ella se separó, lo justo para mirarme y esta vez asintió.

-Está bien, hijo. -Ver sus ojos empañados en lágrimas, me hacía sentir la persona más despreciable del mundo. No porque yo hubiese sido el culpable de estas, sino porque no podía evitar, que mi madre, la persona más importante para mí en esta vida, llorase.

Ella me sostuvo del brazo, y nos dirigimos a la cafetería, donde pudimos pedir algo para que se calmase, aunque sólo fuese un poco.

Cuando salimos de allí para subir a planta, nos encontramos con mi padre.

Wigetta: Más alláDonde viven las historias. Descúbrelo ahora