40. Gritos y lágrimas

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Guillermo.

La celebración duró más de lo que los novios tenían programado desde un principio.

Ya estaba anocheciendo, y la gente iba desapareciendo del local. La gran mayoría; ebrios, otros; bastante alegres, y por último, lo menos común; los que no bebían alcohol. Iban saliendo por la puerta, rodeado de personas con las que mantenían conversaciones, algunas demasiado absurdas. Eso dependía del grado de alcohol al que se hubiese sometido cada persona.

Habíamos quedado unos cuantos, no llegábamos a veinticinco personas.

Los novios, eran de los que aún aguantaban allí, los padres de ambos, los de Samuel también estaban, tres chavales más, que por lo visto eran hermanos de Raúl, reían a carcajadas, otros hombres y mujeres que no conocía, y, evidentemente, Samuel y yo.



-¿Quieres que nos vayamos yendo? -Menos mal que fue él quien me dijo aquello. Yo no sabía cómo decirlo. No por nada en especial, sino porque parecería que estaba deseando salir de allí, porque no estaba a gusto o algo, y no era así, evidentemente, sólo que era hora de volver a casa. Mi padre se estaría preguntando dónde estoy, y lo más raro fue que ni siquiera me había llamado para saber de mí. Algo olía muy mal.

-Por favor... -respondí en voz baja, desviando la mirada hacia la puerta de salida. Cuando lo volví a mirar, él asintió con suavidad y se dirigió a su familia.

-Nos vamos a ir yendo ya... -Pareció estar pensando una excusa que nos sacara de allí con facilidad, pero no le hizo falta en absoluto, ya que lo interrumpieron.

-Oh, claro -habló su prima-. Ya se ha terminado la celebración. Podéis iros tranquilos. Tendréis cosas que hacer. -Si aquello hubiese sido dicho por otra persona, habría creído que estaba utilizando el sarcasmo para dirigirse a nosotros. Pero era Isabel de quien estábamos hablando, y esa chica es de lo más encantadora. Nos sonrió. Nos acercamos a ellos y al resto de la familia, y nos despedimos de cada uno de los presentes.



Por fin estábamos saliendo por la puerta. Un inmenso alivio recorrió por mi cuerpo. Era satisfactorio estar sin tanta gente alrededor. Algunas personas te miran como si la vida les fuera en ello. Es increíblemente incómodo sentirse observado cada segundo.

Suspiré con fuerza, y Samuel sonrió divertido al escucharme.



-¿Tantas ganas tenías de que nos fuéramos? -Se paró para mirarme, y continuó a pasos, algo más lentos- Podrías habérmelo dicho.

-No, no es eso -En realidad lo había estado pasando de lujo-. Es sólo que te sientes menos tenso cuando no hay tanta gente rodeándonos.

-Sí... En eso tienes razón -Volvió a sonreírme con dulzura y dijo algo más, antes de entrar en el coche-. Aunque no estábamos tan rodeados de gente, cuando nos hemos encontrado "casualmente" en el baño. -Yo le di un fuerte empujón, y el rió, encaminándose hacia el asiento del piloto.

-ASÍ QUE TE ENTERASTE, MENTIROSO DE MIERDA. -Fruncí el ceño, mientras Samuel me miraba a punto de estallar a carcajadas.

-Lo escuché todo -dijo-. Incluso pude escuchar los latidos de tu corazón, al mismo tiempo que mentías -Paró de hablar, para soltar una suave risita y continuó-. Te va a crecer la nariz, Pinocho.

-¿Qué debía decirle? -pregunté, aún molesto. ¡Me dijo que no había oído nada! Que le contara que me había dicho, y yo me negué a hacerlo- ¡Tu padre nos vio salir del baño juntos! Lo que no sé es dónde estaría, porque ninguno de nosotros lo vio a él. -Samuel rió, después de haber estado aguantándose.

Wigetta: Más alláDonde viven las historias. Descúbrelo ahora