46. Te recompensaré

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Guillermo.

Me había despertado antes de lo normal.

No había dormido apenas, los pensamientos no me dejaron hacerlo.

Me levanté de la cama, y lo primero que hice fue ir al servicio para lavarme la cara. Me quedé observando mi reflejo en el espejo, viendo en mis ojos lo cansado y deprimido que estaba.

La noche anterior había estado comiéndome tanto la cabeza, que había sacado miles de conclusiones, y la que más clara veía, era la que más me dolía.

Que mi padre pudiera sentir algo por mi novio.

Me decía a mí mismo que eso no era posible. Pero había más posibilidades de que eso fuera cierto a que fueran imaginaciones mías. Y ahora empezaba a darme cuenta de ello. 

Me levanté de la cama y comencé a prepararme para ir a clase. Como tenía tiempo de sobra, decidí ducharme antes de salir. No hacía falta que fuese una ducha rápida, podía disfrutar de ella por un rato.

Estar bajo el chorro de agua caliente que salía del grifo me sentó increíblemente bien. Se podría decir que era una persona nueva ahora.

Salí, sin tener ganas de acabar esa ducha, cogí una toalla y me sequé a mi ritmo.

No había prisas, así que podía disfrutar de todo aquello con calma. Y era lo mejor que podía hacer, porque no era nada recomendable volver a ponerme nervioso. Tenía que tomarme las cosas con calma. Los nervios no ayudaban en absoluto.

Me vestí y salí del baño, para dirigirme a la cocina, donde me preparé un colacao para desayunar.

Aún me sobraba tiempo, y ya no se me ocurría qué hacer.

Decidí levantarme del sofá, en el cual me había sentado para tomar mi desayuno, para buscar mi móvil por allí. Aunque sabía que sería algo inútil.

Mi padre se lo habría llevado a su cuarto, donde podía esconderlo a la perfección.

Bueno, ¿qué más daba ahora?

Ya estaba dispuesto a comprar uno nuevo, así que no importaba demasiado.

Pero... ¿me habría hablado Samuel? Y si es así, ¿lo habría visto mi padre?

Acabaría por descubrirlo.

Por fin llegó la hora de irme. Cogí mi mochila y la cargué a mi espalda. Guardé mis llaves y salí por la puerta.

Era la primera vez que tenía ganas de ir a clases, con tal de no estar en la casa que compartía con mi padre.

[...]

Me paré frente al edificio de la universidad, donde visualicé uno de los bancos más cercanos que había a su alrededor. Me senté en él, esperando a mi amigo. Tenía muchísimas ganas de verlo, y no quería empezar las clases, sin antes haberlo visto.

La voz de mi compañero Frank se hizo notar.

Estaba reunido con unos cuantos alumnos, a un lado de donde yo me encontraba. Uno de ellos era Borja Luzuriaga, o Luzu, como la mayoría lo llamaban.



-¿Os lo podéis creer? -Luzu parecía entusiasmado- Lana aceptó salir conmigo. No puedo creer lo feliz que me hizo al oírla decir que sí.

Wigetta: Más alláDonde viven las historias. Descúbrelo ahora