Narra Samuel
Me desperté, poco antes de que la alarma me avisara, y me quedé observando unos minutos el móvil —esperando que este sonase—. Cuando lo hizo, me levanté de la cama y me estiré, mientras miraba al frente —reflejándome en el espejo que tenía a un lado—.
Antes de hacerme el desayuno, me di una ducha rápida. Me encantaba asearme, era algo que hacía como mínimo dos veces al día, ya no sólo por la higiene sino porque me ayudaba a sentirme vigorizado y a empezar cada día con mucha energía, eso y la comida sana que diariamente solía ingerir.
Fui a la cocina, me preparé una tostada con mermelada y un zumo de naranja natural.
Terminé de vestirme, me di un último repaso —con la mirada fija en el espejo, pasando las manos por mi cabello dejándolo decente— aunque nunca me veía lo suficientemente bien. Tenía una insana obsesión con la perfección.
Cogí las llaves de casa y del coche, cerrando la puerta tras de mí.
Me dirigí hasta el vehículo, introducí la llave en la apertura, y este comenzó a arrancar.
Julio y yo éramos agentes especiales del FBI. Junto a nosotros, más compañeros formábamos la unidad de análisis de conducta —en la que Díaz era el jefe—. Obviamente había agentes con rangos superiores a él, lo que a veces nos causaba problemas en nuestro trabajo.
Siempre quise estudiar criminología, le ponía empeño constantemente y conseguí llegar a donde estaba ahora, cosa que me hacía sentir feliz y orgulloso de mí mismo.
Me paré frente a la puerta de mi compañero, y jefe, donde visualicé a su hijo que al parecer había vuelto de sus clases.
Salí del automóvil, mientras iba pronunciando lo siguiente—: Buenos días, Guillermo. —lo saludé, al mismo tiempo me acercaba al chico—. ¿Ya has terminado las clases por hoy? —sonreí agradable.
Este chico era realmente tímido, cada vez que me veía se ponía nervioso y le costaba vocalizar palabra alguna. Aún así, yo siempre le hablaba amablemente y con serenidad —quería que no se sintiera incómodo por mi presencia—. Y es que, aunque ya estaba bastante acostumbrado a verme, no dejaba de sentirse intranquilo. Era algo que cualquiera podría notar a simple vista.
—S-sí. —respondió avergonzado.
—¿Qué tal te fue, chiqui? —Volví a preguntarle. La verdad es que le había cogido mucho cariño a este chaval, en el tiempo que lo había tratado —y eso que apenas hablábamos, aún sacándole temas de conversación—.
Me hacía gracia la forma en que esquivaba mi mirada. Evidentemente no iba a mencionárselo porque lo pondría aún más nervioso, pero me gustaría que pudiera charlar normalmente conmigo. No voy a comérmelo, típica frase que dicen los padres a sus hijos.
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Wigetta: Más allá
Fiksi PenggemarGuillermo, un chico joven de veintiún años -el cual iba a la universidad, situada a unos novecientos metros de su casa-, se sentía extremadamente atraído por el compañero de trabajo de su padre, Samuel. Julio, el padre del universitario, se reunía a...